Bienvenidos de nuevo a este espacio dedicado a revisar una obra que forma parte de nuestro pasado y legado cinematográfico, y en donde cedemos la palabra a una de las notables plumas nacionales que se dedican a analizar -a conciencia y clínicamente- el arte cinematográfico.

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En esta ocasión, toca el turno a una pluma joven de llevar a cabo tal labor. Se trata de Julio César Durán, editor y colaborador de la revista electrónica F.I.L.M.E.; quien además de ejercer la crítica cinematográfica, también es Jefe del Área de Prensa en la Cineteca Nacional, así como conductor de los programas radiofónicos Filmofilia para Grupo Fórmula que se transmite los sábados a las 11 horas por el 1500 de AM, y para FilmeRadio en Radio IPN que se transmite todos los miércoles a las 22 horas por el 95.7 de FM. Julio César nos habla sobre El Grito, de 1968 dirigida por Leobardo López Aretche, una pieza de importancia vital para el cine mexicano:



El Grito



Medio siglo ha pasado desde el Mayo Francés, desde la Primavera de Praga, desde la Convención Nacional Demócrata… cinco décadas desde que obreros, estudiantes, intelectuales, sociedad civil en general, en lugares como Alemania, España, Estados Unidos, Checoslovaquia, Italia, Francia, China, Reino Unido y México protagonizaron protestas y movimientos que estremecieron al establishment y la cotidianidad con ideas nuevas, maneras distintas de vivir, pero sobre todo exigencias políticas que al mundo le había costado digerir tras la Segunda Guerra Mundial.

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En medio de esta agitación revolucionaria se produce, en el seno del Centro Universitario de Estudios Cinematográficos (CUEC), El Grito, quizá uno de los documentos audiovisuales más contundentes que lograron representar a la época y que además consiguieron erigirse con el tiempo como una pieza estética relevante.

El Grito cumple 50 años de su realización y con él también se conmemora a una generación que intentó cambiar las reglas del juego tanto en lo social como en lo político. Con ocho horas de metraje registrado por unos jóvenes que más tarde se convertirían en los maestros del cine mexicano en el crepúsculo de la industria (Roberto Sánchez, José Rovirosa, Alfredo Joskowicz, Francisco Bojórquez, Jorge de la Rosa, León Chávez, Francisco Gaytán, Raúl Kamffer, Jaime Ponce, Federico Villegas, Arturo de la Rosa, Carlos Cuenca, Guillermo Díaz Palafox, Fernando Ladrón de Guevara, Juan Mora Catlett, Sergio Valdez y Federico Weingartshofer), el entonces director del CUEC advierte que dicho material podría convertirse un largometraje que de voz a una juventud callada a macanazos y balas.

Con el apoyo de Rovirosa y Joskowicz, el fugaz Leobardo López Aretche capitanea el proyecto, ya que él fungía como representante del CUEC ante el Consejo Nacional de Huelga, registrando a la manera “guerrilla” imágenes imposibles y cruentas de la represión del Estado hacia el movimiento estudiantil, además de recopilar el trabajo del resto de sus compañeros. También, con el trabajo de Kamffer, Rodolfo Sánchez Alvarado, [Director] Paul Leduc y Rafael Castanedo, consigue hacerse del material sonoro –llámese entrevistas, declaraciones, discursos, sonido ambiental– ya que todo lo filmado era silente.



Con esta base, y tras los ríos de sangre que corrieron en Tlatelolco en el mes de octubre, López Aretche continúa con la labor, en un momento a todas luces tenso y peligroso. No obstante logra convencer a Ramón Aupart de ser el editor del largometraje quien, bajo su dirección, montaría las filmaciones en la escuela de cine en horarios complicados, pero que llegarían a puerto, sumando palabras del mismísimo Consejo Nacional de Huelga y de la periodista italiana, Oriana Fallaci. Hacia 1969, aún con todo en contra, se completó la película.

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El resultado de 120 minutos es, sin duda, un filme fundamental del cine mexicano durante el siglo XX, ya que consigue capturar el espíritu de una época a partir de la mirada de sus protagonistas. López Aretche muestra a los jóvenes militantes del movimiento, y a quienes los apoyan (que además son académicos, madres de familia, obreros e intelectuales), poseedores de un discurso irreverente pero también crítico y poco indulgente con las fallas del gobierno mexicano. Las movilizaciones estudiantiles se aparecen frente a la cámara inundando una Ciudad de México con ánimos de modernidad, sin embargo rápidamente llega el aparato militar para provocar un caos y miedo en la metrópoli.

A partir de una narración en 4 actos (julio, agosto, septiembre y octubre), que va de manera cronológica desde las riñas del IPN, hasta el arranque de los Juegos Olímpicos como silenciador, Leobardo López Aretche y compañía establecen los puntos nodales de las movilizaciones, sus intenciones como ese grito que pide al Estado mexicano rendición de cuentas, en términos actuales exige transparencia y respeto por la ley.

Julio

Comenzamos con la pelea entre estudiantes el 22 del mes, su represión brutal, exacerbada, situación que provocó la movilización del 26 en la que coinciden también otros frentes, incluido el de la conmemoración de la Revolución Cubana.

Con el montaje de fotografías y sonidos ambientales reales, se muestra primero la unión, después el ataque de “las fuerzas del orden” hacia su ciudadanía. Precisamente lo que consigue la edición de la película es representar un discurso: el de oponer la razón a la violencia.

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Golpes, prisión, militarización de una ciudad… La voz en off se pregunta si es una guerra. La respuesta negativa es estremecedora, es peor porque en un enfrentamiento bélico las balas se disparan desde y hacia ambos lados, aquí no.



Agosto

Comenzamos a ver a la comunidad universitaria en pleno. La UNAM y el IPN principalmente versus la “ocupación militar” y también a las madres del movimiento pugnando por sus hijos muertos o desaparecidos. Los espacios universitarios y del resto de la zona centro del entonces Distrito Federal se ven violentados, el discurso oficial aquí es preventivo no agresivo pero las imágenes nos demuestran lo contrario.

Continúa la dicotomía: un pliego petitorio de un lado, del otro granaderos; en un bando la defensa de la autonomía, del otro el llamado gobierno caduco; en una esquina la música popular y tradicional, en la otra las tanquetas y los rifles de asalto.

Septiembre

Ya vamos camino a las olimpiadas. López Aretche et al. ponen ante nuestros ojos a una ciudad moderna, a ratos apacible, a ratos con el movimiento intentando inyectar sangre en su apático sistema. El discurso oficial, estatal, el discurso del victimario se coloca como víctima. Ahí nos volvemos a encontrar con la historia que se repite, aparece en contrapunto el Informe presidencial.

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Este es el retrato de una época, pero hay algo importante en el registro, nos vamos dando cuenta de que el movimiento no fue sólo estudiantil.

Octubre

La rebelión de los jóvenes mexicanos se conecta sin duda a la de sus contemporáneos en Berlín, en París o en California; pertenece al movimiento de los rebeldes aparentemente sin causa. Pero se diferencia de ellos por un hecho decisivo: la rebelión mexicana tiene lugar dentro de un estado autoritario. El poder del movimiento del 68 fuera de México es más simbólico que real; en México es más real que simbólico. Ello se debe a que en un estado como el mexicano durante el sexenio de Díaz Ordaz, cuyas instituciones tienen puesta en juego su toda su legitimidad en la mayor o menor capacidad negociadora o “política” del señor presidente, hasta el menor de los actos de desobediencia puede adquirir un poder relativo muy alto. Y el movimiento estudiantil mexicano no era propiamente un acto de desobediencia menor. Su poder era real, y así debía ser también su sometimiento por la fuerza. (Fragmento tomado de Bolívar Echeverría en su Sobre el 68).



Uno de los puntos del pliego petitorio del movimiento exigía la apertura de los medios de comunicación. Aquí los vemos, de nuevo, al servicio del Estado.

El acto abre con el Distrito Federal en un día ordinario con su movimiento natural, pero la cotidianidad de la Ciudad se perturba, estamos en el miércoles 2 de octubre. La movilización, el cerco militar de la zona, el mitin, las bengalas… el resto de la trágica historia la conocemos.

Más tarde, madres enterrando a sus hijos, el miedo y un silencio tan poderoso como el de la célebre marcha de aquel año. Las Olimpiadas sin novedades, la joven Queta Basilio se abre camino en el Estado Olímpico Universitario… Al final sólo un rostro joven y la música de Óscar Chávez.

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Esta película mexicana es un parteaguas. No sólo por haber sido realizada de manera independiente con los pocos recursos que podían manejar los estudiantes del CUEC o por haberse atrevido a filmar una serie de acontecimientos que a la postre se volverían históricos. Quizá la relevancia de este documental, más allá de su temeraria realización, es el dominio de un lenguaje en el que el ensayo audiovisual (tanto lírico como narrativo) se encuentra maduro. Quizá el momento con las situaciones límite que vivieron Leobardo López Aretche y los noveles cineastas exigían una lucidez creativa que no estuvo exenta de experimentación y frescura. Eso es lo que mantiene a El Grito de la juventud de 1968 presente en la Historia del cine.