El cine en general ha tenido un impacto importante en la humanidad, sobre todo gracias a las emociones que el público puede experimentar al estar ante una pantalla con imágenes en movimiento. Aquella primera proyección de los hermanos Lumière de L'arrivée d'un train à La Ciotat (El arribo de un tren a la ciudad) en 1896 generó tanto miedo en los espectadores que incluso ese video de 50 segundos se ha considerado la primera película de terror a pesar de que ni siquiera tenga un género establecido.
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Hoy en día, para generar miedo, se recurre a fantasmas, monstruos, asesinos e incluso desastres naturales. ¿Pero sólo se trata de espantar al espectador? No necesariamente, muchos cineastas han aprovechado el género para hacer un homenaje o una representación social. En el caso particular de las películas de posesiones, va mucho más allá de la religión, se trata de darle un rostro al diablo, pero también proyecta la pérdida de la inocencia.
Durante la versión presencial del Feratum Film Fest 2021 que se llevó a cabo el pasado 19 y 20 de noviembre en Pátzcuaro, Michoacán, tuvimos la oportunidad de conversar con Henry Bedwell, director de Karem, la posesión - %, una cinta que parte del caso real de una familia que fue encontrada muerta en Durango en la década de 1980 víctimas de una supuesta posesión demoniaca. Pero parte de la charla se dirigió hacia el tema que pone sobre la mesa como el bullying, especialmente en una época en la que ni siquiera tenía nombre.
Son temas que de repente no se tocan dentro de la cotidianidad. Aquí tenemos una posibilidad de exponer al otro […] tenemos que romper una regla para que algo se desate. Entonces mientras más pasados de lanza seamos, más fuerte será la venganza. En este caso, meter una situación de bullying de tres canijas como estas a una niña sola, nueva, agnóstica, cuando acaban de llegar a un lugar nuevo, pero aparte en una época en la que a todo el mundo le valía gorro. El bullying no era un tema.
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Algo que destaca de la película son ciertos detalles técnicos o decisiones creativas que apoyan al espectador para transportarse a la época en la que se desarrolla la historia, pero no sólo se trata de vestuario y escenarios, sino de detalles como la musicalización que nos hacen sentir que estamos viendo una película de los ochenta (tipo Pesadilla en la Calle del Infierno - 94% o Halloween - 92%). El también director de Más negro que la noche - 10%, dijo que incluso pensó en hacer la película en technicolor, el popular proceso de color al que se sometían las películas, destacando sobre todo entre 1930 y 1960 con los niveles saturados del color mismo.
Además, Junichiro Hayashi, director de fotografía y experto en cine de terror japonés, ofreció varias propuestas para conseguir texturas e iluminación que le dieran forma a esta película que ya se podría considerar de época.
Mucho de lo que yo quería hacer [con la música] era Carpenter. Emular mucho este estilo super ochenteroso que aturde de repente, pero que así era. Y nos tardamos, […] en algunas piezas particulares nos tardamos muchísimo en encontrar qué era lo que les daba ese sonido especial a aquellas bandas sonoras.
Sobre el ritmo de la película, que va de menos a más en cuanto a la acción, Bedwell explicó que era necesario pasar por un proceso de convencimiento del demonio para con la niña, dándole también un lugar y un tiempo a todo lo que ella estaba enfrentando emocionalmente. Cuando los personajes llegan a un punto de quiebre, dijo, se acostumbra reventar tanto sus reacciones como lo que pasa alrededor de ellos.
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Por otro lado, también hablamos de los grandes retos al adaptar esta historia real para la pantalla grande, así como el trabajo con el talento infantil, sobre todo al ser quienes tuvieron momentos clave con un gran trabajo físico y emocional, esto con el apoyo de Paloma Arredondo, quien además entrenó a los niños del elenco para llegar a los tonos que buscaban y a comprender cómo seguir las indicaciones que los llevarían a cada una de sus escenas.
Saber que el protagónico, y a la vez antagónico, sería una niña, me daba terror. Cuando empecé la producción, debía escribirla y adaptarla, debía estar de acuerdo a un lenguaje y a una forma en la que vivíamos en los ochenta. No [parecía] nada propio que contratemos a una niña que ni siquiera conoce esa época. Traté de hacerlo lo más universal posible, esperando que la gente pudiera jugar la convención como está. Que cada construcción fuera convincente para el momento, para la historia, para la década en la que está, pero también que convenza al público que la está viendo.
Finalmente, Henry Bedwell nos contó lo que significa el terror en su vida describiéndolo como “la pasión que mueve muchas cosas”. Señaló que de algún modo todos los cambios que generó la pandemia desde lo social hasta lo personal, le provocaron cierto temor a que el público perdiera la sensibilidad ante el cine. El terror, para Bedwell, es un género que ayuda tanto al director como al espectador a usar la creatividad, además de que culturalmente las historias de terror siempre están presentes.
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