Glass | El quebrantado final de la trilogía
Reseñamos la conclusión a la inesperada trilogía de M. Night Shyamalan que pudo ser mucho más satisfactoria
Los fans la llaman la trilogía Eastail 177 en honor al desafortunado tren de El Protegido (68%), historia que comenzó la serie de películas de M. Night Shyamalan. Luego de 19 años, la conclusión a la rivalidad entre Mr. Glass y David Dunn por fin llega a la pantalla grande, así como el desenlace a la problemática mente de Kevin Wendell Crumb y durante los primeros 30 minutos, Glass (45%) cumple con todas las expectativas, pero poco a poco la cinta se muestra tan frágil como los huesos de su malévolo protagonista.
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Semanas después de los hechos de Fragmentado (75%), en Glass descubrimos a David Dunn (Bruce Willis) y a su hijo Joseph (Spencer Treat Clark) realizando tareas de justicieros mientras le siguen la pista a La Horda (James McAvoy), el asesino serial que ha estado secuestrando jóvenes mujeres y que parece ser imparable. Luego de una primera confrontación, ambos son capturados y encerrados en una institución psiquiátrica a cargo de la doctora Staple (Sarah Paulson) y junto a Elijah, el temido Mr. Glass (Samuel L. Jackson), quien realmente está ejecutando un plan para escapar y poner en colisión a ambos hombres.
Es importante establecer que en el parámetro de M. Night Shyamalan, cuya carrera ha sido tan desafortunada como sorprendente, Glass (45%) no está ni cerca del fiasco que fue El fin de los tiempos (17%) o El Último Maestro del Aire (6%), pero dista bastante de sus dos antecesoras por más de una razón. Mientras que seguimos viendo rastros del cineasta que ideó tres grandes superhéroes, o dos y un villano, también están los clásicos problemas de la mente que nos trajo plantas homicidas (El fin de los tiempos (17%)).
Empecemos por lo bueno. Más es menos en las secuencias de acción entre Dunn y la Horda. Desde los primeros minutos del filme, la dirección de Shyamalan se centra en la confrontación entre ambos personajes. Con tomas de cámara subjetiva y entre empujones, queda claramente establecido que son rivales hechos el uno para el otro. Nunca hay grandes coreografías de peleas, pero tampoco cabe duda que el enfrentamiento es brutal y que una persona normal sería incapaz de hacerle frente a cualquiera de los dos.
James McAvoy pasa por cada una de las 20 personalidades del atormentado hombre al que da vida en segundos, sólo con el beneficio de uno que otro paneo a las reacciones de sus interlocutores. Su interpretación de un individuo mentalmente despedazado es tan convincente como desgarradora. Existe en su mirada la suficiente profundidad como para entender el dolor, odio y condición de cada una en tan poco tiempo que uno llega a preocuparse por la salud mental del propio actor. En un elenco que cuenta con el calibre interpretativo de Willis o Jackson, es todavía más impresionante que McAvoy consiga robarse los reflectores.
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Se da un poco de contexto a las entregas anteriores para poner en duda la creencia en las habilidades que estos personajes poseen. El héroe, el antihéroe y el villano, una vez más, deben encontrar, cada uno a pesar de sus propias dificultades, la forma de redescubrir su propia identidad, pero por desgracia la colisión entre estos tres hombres se ve opacada por una trama que se vuelve cada vez más torpe y que pierde de vista cerrar el conflicto entre este triángulo demente.
Entremos a los tropiezos. A partir de la segunda parte de la película la trama se desvía y en lugar de enfrentar a sus protagonistas para establecer la base de su conclusión, se vuelve repetitiva. Como mencionó la crítica anglosajona, el guión de Shyamalan, a través de los diálogos, explica los paralelismos entre la estructura clásica de una historieta y la película en lugar de dejar al público interpretarlos, además de las inexplicables motivaciones que llevan a Mr. Glass a cumplir con su objetivo, el argumento se vuelve predecible.
Es difícil explicar esto sin entrar en spoilers, pero no será muy difícil que el espectador entienda, al final, porque casi un tercio del largometraje sucede dentro de la clínica. El famoso giro al que Shyamalan nos tiene tan acostumbrados, una vez más se siente forzado. Pese a que va dejando por ahí todas las pistas, el desenlace no tiene nada que ver con los personajes, sus vidas, sus padecimientos y su camino a superarlos, sino con abrir paso a algo nuevo. Un giro anticlimático, como cuando sofocas el último gran respiro al final de un maratón.
Glass (45%), que tenía el potencial de hacer algo único en su género, al romper esa regla no escrita, pero inquebrantable que todos conocemos sobre los superhéroes, termina siendo una conclusión debilitada por el peso de su propia incompetencia narrativa y por la clara ambición monetaria de su director.
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