Festival de Cine de Los Cabos 2019 | Jojo Rabbit: una sátira para derrocar regímenes y brotar lágrimas
La nueva película de Taika Waititi invita a recordar que el reconocer al otro como un ser humano es la única forma de hallar paz.
No había mejor forma para cerrar el Festival de Cine de Los Cabos 2019 que con Jojo Rabbit (75%), la nueva película de Taika Waititi. El director neozelandés ofrece con esta quizá su más conmovedor filme en el que concilia su absurdista sentido del humor con la Alemania nazi y dentro de ella logra contar la intensa historia de dos seres humanos dejando atrás las diferencias que desde la política, e intereses individuales que el mundo les ha hecho ver uno en el otro.
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Jojo Rabbit comienza con un niño de ese mismo nombre (Roman Griffin Davis). Él vive en Berlín junto a Rosie (Scarlett Johansson), su madre, y se une a las filas del ejército alemán, a finales de la Segunda Guerra Mundial, a través de las juventudes hitlerianas. El pequeño tiene problemas para adoptar la crudeza de las prácticas bélicas pese a tener como amigo imaginario al mismo Hitler (Taika Waititi, quien también escribió y dirigió la película). Pero todo se complica para su identidad, todavía en formación, cuando descubre que su mamá tiene escondida en su hogar a Elsa (Thomasin McKenzie), una joven judía.
Un verdadera lección en el equilibro de los tonos cómicos y satíricos que se pueden mezclar en una cinta, Waititi triunfa en distinguir las escenas en las que uno u otro puede beneficiar mejor el relato en general de este recurso. Pero todavía más destacable es la actuación de sus jóvenes protagonistas: Griffin Davis y McKenzie, quienes otorgan vulnerabilidad a sus personajes, no solamente por su edad, sino a través de adaptarse fácilmente a los giros de tono que el libreto demanda.
Hay quienes han encontrado problemas en Jojo Rabbit (75%) por tratar de hacer cómica una situación tan espeluznante como estos campamentos para jóvenes en los que se les adoctrinaba para el genocidio, pero cualquiera que diga eso probablemente no haya visto el filme o no le puso la debida atención. Waititi es muy meticuloso en la forma en la que usa la sátira, la evidente exageración, para ridiculizar justo estas prácticas que en la vida real los nazis utilizaban.
Por ejemplo, todas las mentiras sobre la naturaleza de lo judíos, como que tiene cuernos, o la misma noción de entrenar a niños para usar armas cuando evidentemente no tienen la suficiente madurez como para portarlas. Jamás usa este mismo recurso narrativo en detrimento de ese grupo étnico o para hacer apología de los hechos del holocausto. Todo lo contrario: cuando aborda esos temas lo hace con la seriedad dramática necesaria. Un buen ejemplo son las escenas en las que Jojo y su mamá se encuentran con lo cadáveres de alemanes que escondieron judíos en sus hogares o ayudaron a protegerlos. Es este preciso uso de la sátira y drama en el que reside la maravilla de las lágrimas y risas que el filme provoca.
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Y es también en el mismo conflicto dramático de tener a un nazi y a una judía cohabitando la misma casa que Waititi propone en Jojo Rabbit que es el diálogo y el reconocimiento del otro la única forma en la que se logra la paz, el respeto mutuo y el amor perdure. Al principio, Elsa perpetúa con condescendencia las mentiras que Jojo ha creído toda su vida sobre los judíos hasta que encuentra en él la posibilidad de reconfigurar su ideología. No es hasta que él se ve forzado a pasar por un horror similar del que la familia de ella ha sido víctima que le queda claro que ambos son seres humanos.
Es gracias a la profundidad de las miradas de Griffin Davis que este cambio ocurre gradualmente y él lo lleva muy bien a lo largo del relato. De forma similar a la que se le menciona a su personaje, McKenzie muestra una joven judía que parece mucho más mayor que quienes la rodean y la película no sería tan contundente sin ellos. Especial mención hay, dentro de las interpretaciones, para Johansson, pues como la mamá del niño ofrece una de las últimas ventanas en este relato a la esperanza y lo mismo sucede con Sam Rockwell, quien interpreta al aparentemente desinteresado y apático instructor del campamento de jóvenes nazi.
Pero es hasta su tercer acto que Waititi sale completamente de su zona de confort y casi todo rastro de comedia se pierde entre la recreación de la toma de Berlín y el fin de la guerra. El final se siente como un director mucho más alejado de las más cómicas Thor: Ragnarok (92%) y What we Do in the Shadows. Las sonrisas se van y las lágrimas marchan al igual que las tropas estadounidenses y rusas y dejan un rastro en el espectador que tiene el potencial de dejarlo tan cambiado como los eventos de la trama hacen con Jojo. El horror de la guerra es siempre real y devastador.
Con esa sátira para derrocar el régimen nazi a punta de carcajadas, Jojo Rabbit (75%) es quizá el filme más maduro de Waititi y una historia más que necesaria en los polarizados contextos políticos de todo el mundo en los que los extremos parecen ganar terreno. Pero tal como cierra la película, con una cita de Rainer Maria Rilke, hay que aceptar lo bello y lo horrible y seguir adelante recordando siempre ambas partes. El filme cerrará el Festival de Cine de Los Cabos y todavía no tiene fecha de estreno en México.
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