RESEÑA: Negra Navidad | Burdo y fallido remake
Esta nueva versión de un clásico setentero termina sepultada por una pedestre corrección política y un caricaturesco discurso feminista
En 1974, con un guión que fue inspirado tanto en leyendas urbanas como en hechos reales, Bob Clark filmaría en Canadá la primera versión de Black Christmas, titulada en español Residencia Macabra (63%), la cual ha sido reconocida por los estudiosos del séptimo arte como uno de los primeros filmes slasher, influyendo a John Carpenter al momento de concebir una de las obras seminales de dicho género que, curiosamente, transcurre en otra festividad anglosajona importante: Halloween (92%).
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Desde entonces, dos remakes se han hecho de la película de Clark. Uno en 2006 dirigido por el norteamericano Glen Morgan, el cual no tuvo éxito ni relevancia. Y la actual, Negra Navidad (52%), que fue producida por Jason Blum y su afamado Blumhouse Productions. La encargada de realizar esta nueva versión fue Sophia Takal, actriz y directora con experiencia en el género. En su faceta como realizadora, ha dirigido dos largometrajes previos a este y además participó en la serie antológica Into The Dark.
Esta nueva versión se enfoca en el personaje de Riley Stone (Imogen Poots), joven universitaria integrante de MKE -una hermandad femenina-, y quien no mucho tiempo atrás fue violada por Brian Huntley (Ryan McIntyre), presidente de la Fraternidad AKO, el cual fue expulsado como “castigo” por su proceder. Riley lidia con ese terrible hecho, y es apoyada incondicionalmente por sus amigas cercanas y compañeras de fraternidad, quienes la convencen de participar en un festival navideño donde ellas ejecutarán una coreografía e interpretarán un tema compuesto por ella, y que alude a lo que le ocurrió y a otras situaciones relacionadas con el machismo y la misoginia imperantes en el lugar.
Desde luego, este acto provoca la ira de la Fraternidad AKO, de Huntley (quien ha regresado de su expulsión para visitar a sus cofrades) y también del Señor Gelson (Cary Elwes), profesor de literatura del lugar quien ha sido cuestionado previamente por su negativa de incluir obras de escritoras en su programa de estudios. A la exacerbación imperante, se suman una serie de amenazadores mensajes de texto recibidos por varias de las estudiantes, enviados por alguien que se hace pasar por Caleb Hawthorne, fundador de la Universidad pero también un misógino declarado. Al mismo tiempo, unos sujetos encapuchados y enmascarados, comienzan a aparecer en diversos puntos del campus, asesinando a varias jóvenes. Y Riley y sus amigas son, claramente, su próximo blanco.
El resto de la trama es fácil de adivinar: por un lado los esfuerzos de la protagonista y sus amigas por sobrevivir a los embates de estos personajes misteriosos, y por otro, la revelación de la identidad de sus victimarios, y la (literal) oscura razón detrás de sus motivos.
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Desde los primeros minutos de Negra Navidad (52%), es claro que el guión de Sophia Takal y April Wolfe pone especial énfasis en tocar temas como la violencia de género en sus múltiples formas y ofrece como opción para combatirla la autoafirmación, la sororidad y el empoderamiento femeninos. Todo ello como parte de un slasher movie, género que en tiempos recientes ha recibido criticas por supuestamente promover dicha violencia en contra de la mujer. Así que intentar contar una historia con tintes feministas desde tal estrado se veía como un reto atractivo y de infinitas posibilidades y contrastes.
Desafortunadamente, Takal se ve incapaz de conciliar estos discursos opuestos, y aprovechar la naturaleza transgresora propia del buen cine de horror e impulsar adecuadamente los temas que quería tratar; y termina imponiendo a la obra el aspecto feminista de forma poco natural, forzada. Lo que hace que muchas de sus escenas caigan en lo burdo sino es que en lo caricaturesco, como ocurre cuando varias de sus protagonistas recitan en voz alta conocidas consignas feministas a la menor provocación, dando la sensación de cierta gratuidad.
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El discurso feminista de la directora se siente muy pobre, acartonado, panfletario, y cae en dogmatismos y vicios que terminan por debilitarlo. Y si a eso le añadimos personajes mal delineados o de plano de trazo grueso (con los cuales no es posible engancharse) y una cucharada de la más pedestre corrección política (“¿Por qué no hay autores de color en su programa de literatura?” le reclama un personaje al Profesor Gelson); el resultado es un desastroso pastiche, que sucumbe por culpa de la rigidez, torpeza e incluso irresponsabilidad con la cual la directora estructura un relato sin duda nacido bajo la influencia del #MeToo y movimientos similares, pero mostrando una versión reduccionista y dolorosamente esquemática de los mismos.
Lo más terrible de todo, es que en un balance final cuesta trabajo creer que es una mujer quien esta detrás del filme, y pareciera más bien que se tratase de una obra concebida por un machista recalcitrante quien decidió reunir todo los estereotipos que pudo encontrar para hablar, desde su perspectiva y criterios, de lo que él cree es el feminismo.
Además, tampoco consigue ser un slasher efectivo, por ser demasiado mojigato, poco imaginativo, por instantes ridículo e incluso moralino en los momentos que la propia historia demandaba todo lo contrario. Un remake para el olvido.
Y por cierto, si buscan un mejor ejemplo de cine de género empleado para hablar de feminismo y otros temas relacionados de manera más eficaz, aguda e invitando a la reflexión; deberían darle un vistazo a Paradise Hills (67%) de Alice Waddington.
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