RESEÑA: Los miserables | La violencia como sangre de la revolución
El debut de Ladj Ly como cineasta lleva su mirada a la tensión racial en Francia
Para el estreno de Los miserables en México, en la nueva sala VIP de Cinépolis en Plaza Carso, la distribuidora Diamond Films en colaboración con la Organización Internacional para las Migraciones y Save The Children organizaron una exposición fotográfica en la que se profundiza en las condiciones en las que viven las personas migrantes y las consecuencias que ésta tiene en el desarrollo de los más pequeños que se encuentran en esta situación. También hay una galería de imágenes exclusivas del detrás de cámaras de la película. Esta galería la pueden visitar de forma gratuita si asisten a ese complejo en las siguientes semanas. La película ya está en cartelera.
El año pasado algunas de las películas más destacadas voltearon a ver las dinámicas entre clases sociales para llevarlas a la discusión. Parásitos (100%), magníficamente, planteó la posibilidad de una familia corean de ascender en la escalera social y Guasón (91%), de forma poco sutil, cuestionó el papel de las instituciones y los medios en la creación de hombres peligrosos. Ahora Los miserables (92%) hace algo similar al explorar y denunciar la corrupción policíaca en Francia.
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Dirigida por Ladj Ly, Los miserables narra la llegada de Stephane (Damien Bonnard) como el nuevo miembro de la brigada anticriminal designada al suburbio parisino de Montfermeil. Allí conoce a Gwanda y Chris, sus dos compañeros, quienes patrullan provocando más terror que alivio entre los distintos grupos étnicos que viven allí. Luego de que un niño musulmán se roba el león de un circo gitano, el equipo debe encontrarlo antes de que el plagio del animal lleve a un enfrentamiento físico, pero en el camino su propia brutalidad destapa el hartazgo que los habitantes tienen por los policías.
Lo primero que el público debe tener en cuenta antes de ver esta cinta es que no es, en absoluto, una adaptación del clásico literario de Victor Hugo . El filme se cuelga del título sin prestar mucha atención a los elementos narrativos de la novela de hace tantos siglos y más bien rescata temas como la opresión de grupos marginales y la impunidad, tan familiar en Latinoamérica pero pocas veces señalado en naciones europeas, de la que gozan las autoridades.
Probablemente, el elemento más destacado del filme de Ly es lo auténtico que se siente. El director ha hablado de lo mucho que comparte la película con su propia experiencia creciendo en la periferia de París y eso se hace notar en el relato. Los personajes se sienten vivos y la recreación de su día a día, y el constante miedo que sienten cuando aparecen los policías, es igual de palpable y eso es mérito de ambos, su director y elenco.
Los miserables (92%) enfoca todos su esfuerzos en criticar el actuar de la policía y su falta de sensibilidad ante las comunidades étnicas que vigilan. Pero antes que culpar a un individuo en particular, pone el dedo sobre el sistema que permite la corrupción y frena los avances honestos. Stephane, el protagonista, tiene mucho cuidado y respeto por los protocolos de la autoridad que representa, pero sus compañeros los encuentran tediosos e incomprensibles. Incluso actos tan básicos, como usar una banda que los identifica como policías, les parece innecesario.
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Pero es hasta el tercer acto que la tensión verdaderamente da para la lectura más rica del filme. Sin revelar muchos detalles, un acto violento por parte de los policías, y su consecuente encubrimiento, a manos de las propias comunidades que los detestan, hace estallar la ira de los más jóvenes del suburbio, quienes deciden que no soportarán más sus abusos. El ciclo de la violencia, en la que víctimas se vuelven victimarios, se vuelve la consecuencia directa de desestimar lo importante que es sensibilizar a las autoridades sobre la responsabilidad tan enorme de su tarea. Y cómo los abusos de su parte, solo ayudan a marginalizar a la propia gente que se supone deben proteger.
Los miserables (92%) acaba en un final abierto, que exige al público determinar si hay espacio para el perdón o si la ira jamás podrá ser apaciguada. Y es en esto la película demuestra su valor: preguntar si la justicia, que pocas veces sirve a los más vulnerables por temor a pisar los intereses de quienes tienen el poder, debe ser tomada por la fuerza, o si este método la pervierte de la misma forma en la que la venganza lo hace con aquellos que así la buscan.
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