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RESEÑA: Amores Perros | El nuevo clásico nacional está de regreso

La ópera prima de Alejandro González Iñárritu fue un importante parteaguas en la historia del cine mexicano del nuevo milenio

En este caótico 2020, se cumplen dos décadas de haberse estrenado Amores Perros (92%), película con la cual iniciaría formalmente la carrera del "Negro" Alejandro González Iñárritu. Una cinta que, desde su estreno un 16 de junio del 2000, despertó mucho interés, generaría cierta polémica, y, sobre todo, logró ser un gran éxito de taquilla, colocando a su creador en boca de todos, y constituyendo el primer peldaño hacia su internacionalización, y a convertirle en uno de los cineastas mexicanos más exitosos e influyentes a nivel mundial.

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Amores Perros (92%) es también el inicio de la fenomenal mancuerna entre el cineasta y Guillermo Arriaga su entonces guionista, al lado del cual desarrollaría la que se conoció como la Trilogía de la Muerte, iniciada con esta cinta, y continuada con 21 Gramos (80%) y Babel (69%), siendo esta última no solo el fin de dicha trilogía, sino también la conclusión del matrimonio artístico entre Iñárritu y Arriaga.

En la ópera prima del Negro se encuentran ya muchos de los temas que le obsesionan como autor, los cuales se desarrollarían no solo en las siguientes entregas de su tríptico, sino que también se encuentran presentes en el grueso de su obra: el deseo y el amor, el dolor en todas sus formas, la muerte y la pérdida en sus diferentes variantes, la traición, la decadencia y la búsqueda del perdón. Hilos emocionales entrecruzados en un lienzo confeccionado por el destino y la fatalidad.

Para abordar estos temas, Iñárritu (Revenant: El Renacido (82%), Birdman o (La Inesperada Virtud de la Ignorancia) (91%), 21 Gramos (80%)) -apoyado por los editores Luis Carballar y Fernando Pérez Unda- opta por hacer una narración no lineal, en donde el pasado y el presente se van mostrando simultáneamente, ensamblándose para permitir al espectador hacer una reconstrucción de los hechos (¿o de los daños?) que involucran a sus protagonistas, y cuyo punto más álgido se da tras un terrible accidente automovilístico que cambiará para siempre el rumbo de sus existencias.

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En ese dramático accidente coinciden los destinos de Octavio (Gael García Bernal), un muchacho enamorado de Susana (Vanessa Bauche), pareja de su hermano Ramiro (Marco Pérez); de Valeria (Goya Toledo), una modelo y conductora de televisión española que sostiene un romance con Daniel (Álvaro Guerrero, jefe de una importante revista quien abandona a su esposa e hijos para irse a vivir con ella; y El Chivo (Emilio Echevarría), exprofesor universitario y exguerrillero el cual, tras pasar años encarcelado, ahora vive como si fuese un indigente más, pero siendo contratado ocasionalmente como sicario para asesinar a personas. Tres historias a modo de tres actos mostrados de forma alternada, cuyas acciones son detonadas por la dicotomía que da título al filme.

Por un lado, el amor -en algunas de sus múltiples facetas- experimentado por los personajes quienes representan tres etapas de la existencia: juventud, madurez y vejez. Octavio experimenta un desbordado amor juvenil, sin medida ni restricciones, ese primer amor el cual siempre se recuerda y que a veces cala muy hondo, y que le hace caer en una espiral de violencia y traición, y mucha amargura. Valeria forma parte de una relación surgida por un intenso deseo y la atracción física, pero el accidente y sus secuelas la privan de su estilo de vida y, sobre todo, de su libertad, hundiéndola en la depresión y la soledad, trayendo como consecuencia que su romance se resquebraje, vislumbrando para ellos solo un futuro agrio y de tristeza. Y El Chivo se aferra al único amor que le queda: el de su hija a quien no ha visto desde hace muchos años, y al cual desea regresar, pero no lo hace por la culpa y el miedo a ser rechazado por su terrible pasado. Así, los tres personajes comparten un amor condenado al fracaso, y además prohibido por naturaleza, ya sea por cuestiones éticas o morales.

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La presencia canina también define momentos importantes para los personajes, aunque para cada uno de ellos significan algo diferente: para Octavio es el vehículo con el cual busca materializar su sueño de irse con su amada a vivir lejos, y comenzar de nuevo en otra parte. Para Valeria, es la representación de ese glamour con el que ha vivido siempre el cual súbitamente ya no está allí, y al final de día, es todo lo que ella posee. Y para El Chivo, es la posibilidad de librarse de los pecados que arrastra consigo (representado por esos perros que le acompañan a todas partes) e iniciar un camino hacia a la ansiada redención.

Esta operística narración cuenta además con la magistral fotografía de Rodrigo Prieto; el minucioso y brutal trabajo sonoro de Martín Hernández acompasado con la melancólica atmósfera musical concebida por Gustavo Santaolalla; y una ecléctica banda sonora que lo mismo incluye a Celia Cruz y Los del Garrote, que a Nacha Pop, Control Machete o Titán, el cual se vendería muy bien en tiendas de discos durante un par de años. Elementos que elevarían aún más el impacto y la popularidad de la película.

Y ahora, Alejandro González Iñárritu anuncia que celebrará las dos décadas de vida de Amores Perros (92%), reestrenando una versión remasterizada. La cual inaugura la edición 18 del Festival Internacional de Cine de Morelia. Vale la pena verla en la versión que el director siempre quiso que viéramos, y visitar de nuevo ese universo doloroso y cruel, pero muy humano.

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