RESEÑA: La cordillera de los sueños | Soñando un lugar perdido en el pasado
El veterano cineasta Patricio Guzmán concluye su trilogía del territorio chileno llevándonos a lo alto de la cordillera de los Andes para remover en las heridas todavía abiertas de la dictadura.
Patricio Guzmán lleva más de cuatro décadas viviendo fuera de Chile, sin embargo, nunca ha dejado de pensar en su país, de hecho, toda su filmografía la ha dedicado a él. En su más reciente largometraje, La Cordillera de los Sueños (95%), concluye la trilogía dedicada al territorio chileno con la que también recorre las heridas todavía abiertas de la dictadura de Pinochet.
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En Nostalgia de la luz (100%), el director fue al norte, al desierto de Atacama, donde astrónomos de todas partes del mundo se reúnen con la intención de observar las estrellas y encontrar vida extraterrestre, imagen que contrasta con la de un grupo de mujeres que remueven las arenas en busca de los restos de sus familiares desaparecidos durante la dictadura. Con El Botón de Nácar (93%) miró al sur para sumergirse en las profundidades del mar, donde cientos de desaparecidos políticos fueron lanzados. Y en La Cordillera de los Sueños elabora una oda a la maravilla natural más emblemática de Sudamérica, la Cordillera de los Andes, para hacer una reflexión en torno a lo que denomina “la columna vertebral” y sus misterios, pero también al olvido del pueblo chileno a su pasado histórico reciente.
Tras el golpe que impuso la dictadura de Augusto Pinochet en 1973, el director Patricio Guzmán se exilió de su país. Sin embargo, durante su ausencia, jamás dejó de pensar en su cultura, su geografía, y sobre todo, en la posibilidad de un devenir distinto a aquél que produjo ese régimen, del que sobrevive un sistema político y económico caracterizado por la desigualdad. De esto trata La cordillera de los sueños.
Narrada por el propio Patricio Guzmán con una voz pausada y profunda que revela el dolor por los fantasmas del régimen político que no sólo persisten en las calles, sino en el alma del autor, que nos cimbra con su tajante confesión: “Nunca he hablado de la soledad que me acompaña desde el 11 de septiembre de 1973”; con ello sabemos que estamos ante su filme más personal.
Con su particular habilidad para relacionar las maravillas geográficas del territorio con su trágico pasado histórico, el director reflexiona en torno a la manera en la que el límite rocoso del país se hace presente en la cotidianidad de sus habitantes (un mural en una estación del metro, así como la imagen que ha acompañado la caja de cerillos de la marca “Los Andes”), pero aun así parecen ignorarla, de ahí el poético título que ha elegido el veterano documentalista: la cordillera es, para muchos, un sueño que se revela únicamente cuando se está en sus faldas, pero para él es revolver en un pasado que desapareció hace mucho entre las grietas del suelo, el mismo suelo que se manchó con la sangre de los revolucionarios.
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Las impresionantes imágenes de la serranía están también para precisar el discurso, Guzmán retrata los conjuntos montañosos que han sido comprados por corporativos extranjeros para, en otra sentencia demoledora, asestar que Chile es “un país que no pertenece a los chilenos”, una consecuencia del modelo neoliberal implementado durante la dictadura y que continúa permeando.
Y no es sólo lo que menciona el director, los testimonios de Jorge Baradit, Javiera Parra, Francisco Gazitúa, pero principalmente los de Pablo Salas, periodista que desde los momentos más turbios de la dictadura se ha encargado de registrar las manifestaciones y la represión con su cámara, coinciden en ese sentido amnésico de los habitantes. Todo ello encaminado a esa imagen paisajística que ocupa más del ochenta por ciento del territorio.
El cine de Patricio Guzmán es militante, La Cordillera de los Sueños (95%) no podía ser la excepción, pero el toque íntimo, sus implicaciones personales, sus confesiones de lo difícil que fue dejar atrás su país, es lo que diferencia este documental de las anteriores entregas que integran la trilogía. Al final, su deseo es sencillo, pero significativo: “que Chile recupere su infancia y alegría”.
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