Cine vs streaming: Cómo ofrecer una nueva experiencia al espectador sin quebrar en el intento
El auge y evolución del streaming ha cambiado la forma en que la gente consume cine, afectando a la industria y al modelo tradicional de salas de cine.
En este incierto periodo de pandemia, la cuestión de si las salas de cine sobrevivirían al auge de las plataformas de streaming fue un tema candente en la opinión pública. Con casos más y menos afortunados como Bird Box: A Ciegas (66%), El Irlandés (100%) o Roma (99%), Netflix daba pasos firmes para construir un cine propio que no dependía a priori de las salas de cine.
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Pero esta batalla entre lo tradicional contra lo moderno pronto empezó a dar señales de una realidad más compleja de lo que las propias plataformas y la industria cinematográfica esperaban. Con la gran merma económica tras la devastación mundial por el COVID, las conclusiones respecto al impacto del streaming en la audiencia y en la recuperación económica de la industria han tenido reacciones mixtas.
Por un lado, un sector del público y la crítica señalan que la disminución de las ganancias en taquilla obedecían más a una tendencia previa al cierre temporal de salas en el 2020. Es decir, que las señales de ruptura entre la audiencia y el cine tradicional comenzaban a notarse, con blockbusters que no llegaban a ser tales y películas que simplemente no tuvieron el éxito esperado. Algunas miradas van más allá, afirmando que la era digital ha acabado con la existencia de las súper estrellas de Hollywood, por lo que mientras las narrativas y los producciones se universalizan creando más y más espectadores de nicho, este fenómeno diluye la presencia de figuras que dominan el mercado, relegando incluso este rol a personajes de la industria musical.
Y desde luego el problema de origen que genera el streaming en contra de las salas de cine es su oferta variada a manera de buffet y que permite ofrecer experiencias de visualización mucho más personalizadas, que en cierta medida logran compenetrar en el aspecto emocional más allá que el cine. Desde luego esto no implica que las películas proyectadas de forma tradicional no logren conectar con la audiencia, sino que simplemente el streaming ha encontrado nuevas formas de hacerlo, particularmente con las generaciones más jóvenes que, literalmente, entienden a los dispositivos electrónicos como una extensión de su propia mente y emociones.
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En un mundo ideal para el público cinéfilo este incremento de la oferta sólo significaría un aumento a las posibilidades de la satisfacción en el consumo de todas las producciones posibles, pero en el mundo real esto presenta una guerra declarada entre ambas facciones del entretenimiento que inevitablemente terminará con un cambio significativo, lo quieran o no, en la forma en que las audiencias se pongan en contacto con el cine.
Mientras algunos de los títulos con más éxito de taquilla como Duna (75%) y Spider-Man: Sin Camino A Casa (92%) continuaron teniendo un buen desempeño en los cines —con lo que muchos denominaron como la salvación del cine— aquellas cintas de bajo presupuesto que buscan ver su estreno de forma tradicional cada día tienen más problemas en encontrar una audiencia con la cual su mera producción resulte viable. Esto podría interpretarse como que la tendencia actual consiste en que el público busca en las salas de cine experiencias espectaculares de historias épicas y grandes efectos especiales, mientras que este mismo se refugia en el streaming para explorar narrativas íntimas y personales dentro de un ambiente familiar y controlado que le permite conectarse a ellas por medio de una experiencia mucho más personalizada.
Sin embargo, la evolución del streaming también ha modificado las reglas de jeugo en los últimos meses, pues después de que Netflix cosechara distintos triunfos tanto en crítica como en audiencia su estrategia de diversificarse y multiplicarse —que hasta hoy le sigue costando caro— también afectó seriamente la percepción de la calidad de sus productos por parte de su consumidor. Fue en este punto donde otras plataformas intentaron presentar a los espectadores cine de calidad que no estuviera alejado de la popularidad mainstream.
Amazon Studios tuvo muy interesantes propuestas como Sound of Metal (100%), protagonizada por Riz Ahmed, la cual fue elogiada por su auténtico retrato sobre la sordera, por lo fue nominado a distintos premios incluidos seis premios Óscar. Por su parte, Disney+ apostó por proyectos más seguros después del fracaso de la versión live action de Mulán (86%), dando luz verde solo a las producciones que ya contaban con una audiencia preestablecida como en el caso de Hamilton (100%), la versión filmada del popular musical de Broadway que se convirtió en un fenómeno cultural y que resultó ser una de las películas más vistas del año. Algo similar ocurriría con Soul, que contaba con el sello de Pixar para respaldarla, con lo que fue muy aclamada por sus temas existencialistas y ganó dos premios Oscar.
Desde su trinchera, HBO Max obtendría relativa ganancia en río revuelto con La Liga de la Justicia de Zack Snyder (82%). Esta versión del director de la película de superhéroes de 2017 fue muy esperada por los fanáticos y se convirtió en uno de los estrenos más comentados del año, pese —o no— a los planes de Warner-DC para continuar con su universo cinematográfico. Con un significativo menor éxito, Mujer Maravilla 1984 (76%) también se refugiaría en el streaming para glorificar la recién lanzada plataforma.
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Y es que esas formas de consumir el cine tiene una explicación más profunda que la taquilla. El concepto de estado de flujo, propuesto por el psicólogo Mihaly Csikszentmihalyi, sugiere que las personas son más felices cuando están completamente absortas en una tarea que es desafiante pero no abrumadora. El cine tradicional, con su entorno inmersivo y su gran pantalla, puede crear una sensación de estado de flujo que es difícil de replicar en un entorno de visualización en casa. El streaming, por otro lado, puede verse interrumpida por distracciones como notificaciones telefónicas o ruidos domésticos, lo que dificulta lograr un estado de flujo.
Así, cultivar el flujo puede aumentar el bienestar, la creatividad y la productividad, como lo afirma Csikszentmihalyi en su obra Fluir: una psicología de la felicidad. El flujo es un estado en el que se está completamente absorto en una tarea desafiante pero factible, en donde los mejores momentos de la vida ocurren cuando el cuerpo o la mente se estiran hasta el límite para lograr algo difícil pero que vale la pena. El flujo ocurre cuando el nivel de habilidad y el desafío en cuestión son iguales, por lo que la sobreexplotación o el condicionamiento extremo no forman parte de esta ecuación. Las características del flujo incluyen un enfoque intenso y concentrado, una sensación de control, una pérdida de autoconciencia y una distorsión del tiempo. La experiencia de flujo es universal y se ha informado que ocurre en todas las clases, géneros, edades y culturas, mismo que puede mejorarse al utilizar imágenes para aumentar la confianza y el flujo y al no fluir solo. La tesis del investigador concluye en que las personas son más creativas, productivas y felices cuando están en un estado de flujo.
Es así que el cine tradicional, con su entorno comunitario y su experiencia compartida de flujo, puede ofrecer un sentido de pertenencia e interacción social que no se encuentra en el streaming. Por el contrario, el streaming suele ser una experiencia más solitaria que carece del sentido de comunidad y experiencia compartida.
Pero también es muy cierto que esta experiencia, compartida o no, suele ser muy valorada por los cinéfilos por su característica ritual, donde toda la experiencia de visitar las salas de cine está regida por una cábala ligada aspectos filosóficos espirituales y trascendentales de cada uno de los individuos que se conecta al cine de esta manera. En su Diccionario de antropologia, Thomas Barfield Expone que si bien el ritual es un acto formal que se relaciona con el culto religioso o el sacrificio a los antepasados, pero también puede referirse a cualquier actividad con alto grado de formalidad como festivales, desfiles, iniciaciones, juegos y saludos. Este proporciona una perspectiva sobre las operaciones básicas de la mente humana y sugiere la existencia de un modelo universal de clasificación y simbolismo humanos.
Otra importante característica de estos rituales es su propiedad de sanación, al contener una gran cantidad de información acerca de los conceptos de la cultura en cuestión sobre la persona y el universo. El cine tradicional, con su significado histórico y cultural, puede ofrecer un sentido de ritual y tradición que falta en el streaming, particularmente si se toma en cuenta que estos rituales de iniciación y sanación son extrapolados a la ficción en turno que toque disfrutar en pantalla.
Pero el cine en streaming está lejos de desaparecer, aunque es evidente que se encuentra en plena evolución y que las plataformas aún buscan la forma final de este producto como oferta contundente a su público. Así, diversas teorías antropológicas y psicológicas podrían respaldar el argumento de que la experiencia de streaming puede ser más agradable que la del cine tradicional.
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El galardonado director David Lynch, expresó en una entrevista reciente con la revista francesa Cahiers du Cinema: “Siempre digo: la gente cree que ha visto una película, pero sí la han visto en un teléfono, no han visto nada. Es triste". Estas declaraciones de Lynch se hacen eco en la de otros cineastas, como Martin Scorsese y Ben Affleck, fervientes defensores de la experiencia del cine que participan activamente en mantener viva la experiencia cinematográfica estrenando sus películas en los cines antes de transmitirlas en línea. No obstante, la experiencia de visualizar una película fuera de las salas de cine también puede echar raíces por cuenta propia en un sin número de contextos.
En este punto habría que tener sumo cuidado en distinguir la discriminación sistemática que la industria del entretenimiento ejerce sobre la población de bajos recursos para quien el asistir a una sala de cine simplemente resulta fuera del alcance de su bolsillo. Si bien sabemos que las grandes urbes controlan el motor económico o ideológico en cuanto a las tendencias de información y cultura, paralelamente las minorías descentralizadas han encontrado en el streaming una forma de democratización de la comunicación y el entretenimiento.
Por otra parte están quienes cuentan con el poder económico para crear sus propios espacios para disfrutar del cine, ya sea desde el confort de una simple habitación en silencio, hasta las más austeras salas de cine caseras o un recinto de lujo en forma para vivir una experiencia de ensueño para muchos. Sobre esta posibilidad de controlar cada uno de los aspectos de la experiencia cinematográfica que se elige vivir, los psicólogos Edward Deci y Richard Ryan proponen la teoría de que las personas son más felices cuando tienen una sensación de control sobre su entorno y sus elecciones.
Según esta teoría de la autodeterminación (TAD), existen tres necesidades psicológicas universales que impulsan la motivación humana: autonomía, competencia y relación. Estas son más palpables en una sociedad que tiende al individualismo, como es el caso de las predisposiciones de consumo en el mercado actual. Pero los detractores de este tipo de posicionamiento aseguran que la visión individualista reduce los límites de esta motivación. Traducido al mundo del streaming y los algoritmos que los rigen, estos no conducen a la ampliación o el fomento del conocimiento —o autoconocimiento—, sino a un registro preciso de las inclinaciones y opiniones preexistentes, con lo que el sentimiento de hastío llega más pronto de lo esperado en el uso de estos servicios. Aunque desde luego, el embrollo parece poder mejorar fácilmente con una reconfiguración de motores de búsqueda y visibilidad de contenido que busque una experiencia verdaderamente íntegra.
Al final del día, este hecho puede no resultar una terrible noticia para la industria del entretenimiento, pues aunque los contenidos se terminen por segmentar y decantar hacia el cine tradicional o el streaming, lo cierto es que seguirán existiendo apuestas que irrumpan en ambos medios. Actualmente, una gran fanbase de las cintas románticas reclama por una producción a la altura de las historias de los noventa o principios de milenio que marcaron toda una época con la química de emblemáticas parejas.
Si bien este tipo de historias ha migrado casi por completo al streaming, de momento existe una demanda de su presencia en la pantalla grande, algo que en definitiva los estudios no deben ni pueden ignorar. Este fenómeno puede replicarse en otro tipo de historias que vayan más allá de apuestas seguras que no han dejado de triunfar como cine de superhéroes, las cintas bélicas de impresionantes efectos especiales o los dramas. El streaming también ha sabido a ser prueba de que aún hay espacio para nuevas apuestas, ya sea desde el ámbito de la reinvención de clásicos, la inclusión o simplemente contar historias desde una nueva óptica. Y pareciera que el cine tradicional se pone al día con esta tendencia, con la inminente Barbie de Greta Gerwig o Todo en todas partes al mismo tiempo (91%) de los Daniels.
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