Reseña | Broker: Intercambiando vidas | Un roadtrip de crimen y redención
Hirokazu Koreeda nos presenta un retrato humano y conmovedor de la cara más imperfecta de Corea, mientras navega por las complejidades de la identidad a través de la visión optimista de un mundo injusto.
Hirokazu Koreeda presenta su nueva producción desde los lugares comunes de la narrativa: un viaje y un crimen. Este punto de partida de esta nueva entrega se ve detonado por un peculiar problema social que atraviesa la sociedad coreana, con lo que Broker: Intercambiando Vidas (95%) se convierte quizá en la menos universal de sus cintas, pero no por eso llega a poder el toque exquisito en lo que respecta a los espacios mínimos e íntimos de la existencia humana.
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A pesar de que se trata de un director que ha centrado sus esfuerzos en combinar las narrativas minimalistas con los elementos visuales sublimes para confeccionar historias que pueden llegar a resonar con todo tipo de audiencia, estas se encuentran insertadas en los rincones más inherentes a la sociedad japonesa. Gracias a los toques estéticos de una escuela, tanto artística como cinematográfica, que repara hasta en el menor detalle, crea una atmósfera gratificante para todo aquel que atestigüe este estilo de narrativas.
Pero en esta ocasión nos trasladamos hasta Corea, específicamente a Busan, donde, de una manera que no puede ser interpretada como ajena a la mano del director, los sucesos ocurren fuera de la todopoderosa capital de Seúl. Alejándose de estereotípicas concepciones empresariales y del alto costo de vida en esta ciudad, dirigen entonces la mirada a una concepción de Corea muchas veces olvidada por las narrativas contemporáneas, que optan por la dicotomía de lo rural —a menudo histórico— y la del capitalismo salvaje de su faceta cosmopolita, retratando a la perfección un aspecto de esta sociedad que difícilmente puede verse desde el cristal del cinismo.
Una problemática localizada en el interior de la sociedad coreana: la tasa de natalidad más baja del mundo, en contraste con la problemática de las adopciones en una sociedad que valora el concepto de familia consanguínea como parte del honor superlativo. El tema de las adopciones internacionales en Corea es todo un concepto en sí mismo, pues ha sido fuente de innumerables historias trágicas que se encuentran insertadas en la búsqueda de identidad y el aislamiento social. Con esto la trama señala de manera velada las consecuencias del cambio en la legislación de adopción internacional.
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Broker: Intercambiando Vidas (95%) se convierte así en una emotiva película que explora las vidas entrelazadas de personas que se ven afectadas por el complejo mundo de la adopción en Corea del Sur, que ha quedado profundamente modificado tras la prohibición a este tipo de migración forzada de infantes hacia el extranjero. Con una narrativa conmovedora, la película aborda las diferentes perspectivas y desafíos que enfrentan cada uno de estos personajes mientras intentan concretar una adopción, combinando el humor con la conmovedora realidad de los estigmas sociales asociados con la orfandad.
La presión de la sociedad pasa a segundo plano cuando hablamos de las circunstancias impulsadas por la encrucijada emocional que enfrenta un personaje, considerando si entregar a su bebé para darle un futuro mejor —o no. Pero en este sentido la lente de Koreeda va más allá, pues plantea preguntas sobre cuáles son las adopciones que se realizan en el mejor interés de los pequeños, enfrentando desafíos legales y luchas por la custodia.
La película contrasta momentos de desesperanza y alegría cuando los protagonistas se descubren a sí mismos mientras conforman un equipo inusual en un viaje de redención. De tal manera que la orfandad queda retratada en un contexto donde es la sociedad quien los ha abandonado. Si bien el viaje pudiera parecer texto para desarrollar esta compleja exploración de significado de identidad, en un ejercicio de memoria historia bastante apegado el estilo del director, podría argumentarse que en realidad el viaje es el centro de la narración misma, pues en su interior todo brilla en una luz distinta, como a la siempre escena al interior de un autolavado.
El abandono de un bebé a las puertas de una organización religiosa de adopción culmina con la formación de un improbable grupo en busca de la expiación de sus pecados. Paralelamente, una pareja de agentes busca concluir su investigación sobre estas adopciones al margen de la ley con la aprehensión de todos los involucrados. Pero un asesinato cambiará las reglas del juego.
Se trata de una cinta coral. Hay algo sobre la dinámica entre los dos protagonistas masculinos que realmente aportan un peso específico a la dinámica de la narrativa. Estos dos personajes llevan el peso de la cotidianidad y lo mundano llevado hasta las más complicadas interacciones en el mundo criminal. Su manejo del humor también se vuelve en un bálsamo tanto para lo que atraviesan todos los personajes como para lo que es posible percibir en dosis limitadas en la película a través de la risa y el llanto.
Las motivaciones tanto de Sang-hyeon y Dong-soo cumplen con la difícil tarea de lograr que el espectador logre empatizar con personajes que esencialmente son traficantes de bebés. El director sabe pulsar los botones precisos para generar una historia que fluye a través de la humanidad e imperfección de manera muy humana, siempre priorizando una visión optimista en un mundo sumido en la injusticia y la desigualdad.
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Las interacciones entre la detective Soo-jin y So-young podrían competir como una de las más poderosas de la cinta, gracias a un interesante duelo de las actrices, pero en cierta medida se ven opacadas por la exploración de los aspectos más minimalistas en el trabajo de su autor que se alejan de la crítica a las estructuras hegemónicas de poder que dan pie a la particular problemática. Pero sin llegar a romantizar a la actual sociedad coreana, navegando por la vida mundana de los personajes y los conflictos palpablemente realistas, se logra salvar una ejecución cinematográfica ejemplar.
Por si algo le faltara a la cinta, el personaje del pequeño Hae-jin realmente se robará el corazón del público, al representar la viva imagen de los sueños truncados por la condición de orfandad aún dentro de uno de los lugares con mayor desarrollo social del planeta. Él es un huérfano más dentro de un vehículo de transporte de una tintorería que circula con rumbo incierto en el sur de Corea.
El elenco estelar se encuentra formado por el consagrado actor de talla internacional Kang-ho Song, la solista más importante de la nación, IU (Ji-eun Lee), que ha tenido una corta pero excepcional carrera como actriz, Dong-won Gang, conocido por su participación en el mundo de Estación Zombie: Tren a Busan (95%), y Bae Doona, quien alcanzó el éxito con Sense8 (67%) y cuenta con un importante corpus cinematográfico en el que ya había coincidido con Koreeda. No hay dudas de que el talento es palpable en cada una de las escenas.
No obstante, esta fabricación artesanal, acompañada de un guión con la calidad proporcional a la obra del director, parte con el hándicap de un posicionamiento discursivo en torno al aborto, como punto flaco de la historia, pues este desencadena gran parte del argumento en la película. El dilema moral de la cinta se ve involuntariamente enfrascado dentro de los paradigmas de una sociedad conservadora.
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La propuesta del guión no parece admitir la posibilidad de qué pasaría si las mujeres de este lugar tuvieran una libre determinación sobre su propio cuerpo, y sobre todo, de una sociedad que no las condenara al ostracismo social, ya no solo juzgará, por ello. Desde esta perspectiva sus personajes femeninos pierden cierto potencia al no poder explorarse como seres completos, más allá de la maternidad elegida que podrían llegar a manifestar, como bien lo plantea el final del filme.
Sin este crucial enfoque imperativo, se le niega el alcanzar un carácter más universal, como gran parte de la obra del autor, quien no obstante, aún consigue enmarcar con maestría todos sus elementos narrativos y conectarlos hábilmente con su espléndida estética. Pues esto no demerita el tratamiento que se le da a la complejidad de estos personajes imperfectos, experimentando una sociedad igualmente imperfecta.
Historias y viajes fascinantes e intrigantes, llenos de capas narrativas que, como todos los elementos del cine coreano moderno, son un gran producto de entretenimiento, aunque se trate de un cineasta japonés. En esta película no existe lugar para la indiferencia anodina, pues sus componentes audiovisuales consiguen sumergir en el hilo narrativo mediante una completa experiencia cinematográfica de gran factura.
Con su belleza logra entretener y en definitiva su propuesta da en el clavo respecto a los aspectos identitarios de las sociedades asiáticas que en la actualidad han tendido a envejecerse y que no han procurado un porvenir prometedor para un sector marginado de sus infancias. Y es que aunque sus matices más agudos se deslizan hacia una focalización identitaria coreana y asiática, también es cierto que no es difícil empatizar con el trasfondo general que nos ofrece la historia: un mundo sin posibilidades para aquellos que viven en el abandono.
Si bien la cinta no logra explotar al máximo como en el pasado reciente del director, justamente es en sus pequeñas manifestaciones en las que se encuentran las mejores cualidades de la misma. Sin la necesidad de llevar al límite la exposición de la trama, y en su lugar, optando por la delicadeza de nutrir una enfática cadencia, la historia se decanta orgánicamente por apelar al corazón del ser humano.
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