Veinte años después, Mark Renton regresa a Edimburgo. La antigua ciudad grimosa, llena de desempleo, heroína y sin expectativas se ha transformado en una colorida ciudad, polo turístico y de inmigrantes. Por contraste la casa familiar desluce igual. Renton encuentra su habitación sin cambios, con el luido papel tapiz con motivos de locomotoras y el viejo tocadiscos portátil. Impulsado por la añoranza extrae el conocido disco de Iggy Pop de su funda y lo coloca en el plato giratorio. Cuando intuimos eruptarán los marciales acordes de "Lust for life" detiene la aguja.
Secuela de la cinta de Danny Boyle, más que adaptación de Porno, la segunda novela de la trilogía de Irvine Welsh, Trainspotting 2: La Vida en el Abismo - 79% retoma a la pandilla de heroinómanos y vagos escoceses que se convirtiera en emblema de la generación X. John Hodge , libretista igualmente de la primera cinta, toma apuntes de la fuente literaria –la conversión de Sick Boy en un padrotillo de poca monta que regentea el barsucho heredado y anhela transformarlo en posada para esnobs; los negocios sucios y el motivo de la venganza–, pero sigue más a la novela y sobre todo a la cinta originales. Así T2 más que adaptación de Welsh es una película dimanada de su universo.
Hay cintas que se construyen sobre la analepsis –así se llama en buen castellano al flash back–, caso ejemplar Érase una vez en América - 89% de Sergio Leone, donde hay acciones-enlaces para unir el tiempo pasado con el presente. En T2 más que evocaciones sirviendo de elipsis encontramos una referencialidad que no sólo remite a la historia antigua, iteración necesaria en toda secuela para que el espectador neófito comprenda la trama, sino que intertextualmente cita y recrea cuadros, escenas y secuencias para zurcir en un único tejido ambas cintas. Boyle se esmera en estimular la salivación ante los personajes y paisajes conocidos, un truco de autocomplacencia para suscitar los aplausos de los happy fellows, los seguidores incondicionales. En esto se parece a Star Wars: El Despertar de la Fuerza - 92% de J.J. Abrams, no aportan elementos para cerrar un ciclo sino que saquean y reciclan personajes, guiños y gaps, como cuando los amigos se reencuentran y mascan el chicle de las viejas anécdotas, cada vez con menos sabor. De ahí que más que secuela o continuación, T2 resulte complemento de la primer película. Ambas se empalman como hojas de un díptico.
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Desde la secuencia inicial el espectador intuye que la película vampirizará a la anterior; una obra cuyo desarrollo imbrica los momentos anteriores. Se recrean escenas y secuencias que hoy diríamos icónicas e hitos de la memoria cultural de años recientes: el plano medio de los cuatro vagos mirando pasar los trenes desde la estación campirana –actividad que es la razón del título: como sabemos, trainspotting es la afición de ver pasar los trenes– mientras charlan sobre su vida, el retorno al valle escocés –Rannoch Moor– que alguna vez visitaron con Tommy, la huída de Renton por James Street… Las escenas son recicladas con minucia: Renton se ríe nerviosa y desquiciadamente una vez más al sortear a un atropellamiento –aunque ahora no ocurra en Calton Street Bridge sino en la salida de un estacionamiento. No todo es mimesis, algunas secuencias son irónicas, por ejemplo cuando Renton entra al baño de un club y ve la taza abierta. Guiño y truco que decepcionará al espectador, quien acaso confiado en la multitud de referencias esperaría una recreación de la repulsiva escena de Trainspotting: Sin Límites - 89%. Aquí se desarrolla una de las mejores secuencias de todo T2 demostrando las dotes cómicas de Boyle, un cineasta que ha cultivado en sus 23 años de carrera todos los géneros y subgéneros. Comedia de enredos e intercambios dignos del teatro barroco, sus mejores momentos fílmicos están en la sabiduría para los gags visuales: el diálogo entre Begbie y su defensor en la cárcel, rodada con timing perfecto, el encuentro de Renton y Begbie en los cagaderos, la eliminación de la barrera entre realidad y juego de video, trampantojo apreciable desde las primeras imágenes que presentan una nueva carrera de Renton; no por Prince Street sino en una caminadora. Sobre la que se desploma.
“Eres un turista de tu propio pasado” (“You’re a tourist in your own youth”) espeta Sick Boy a Renton después de que éste le recrimina su insensibilidad ante el tributo luctuoso que rinden a Tommy. Esta acusación pareciera una recapitulación sobre el tono de la cinta. A su vez, Veronika, la novia y cómplice de Simon, reflexiona ante Renton: “De donde vengo, el pasado es algo para olvidar pero aquí es la única referencia”. Incluso si uno rastrea las declaraciones de Boyle éstas se antojan siniestras y en nada encomiásticas de su propio trabajo:
Vivo de crear ilusiones, y eso es T2, una ilusión de melancolía procedente de un estallido de hace 20 años.
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Si bien hay coherencia en el trazo de los personajes, ésta es superficial y tras el deslumbramiento producido por el estilo y el ritmo frenético con que Boyle retoma el relato, no hay progreso narrativo, todo son viñetas, estampas que copian el tono antiguo, fuera de que como es previsible Begbie volverá a meterlos en problemas. Aparece entonces una especie de sendero oculto por la maleza de las luces de neón que permite resolver la cinta. Cobra así sentido el lema que cifra la historia: primero una oportunidad, después una traición. Con todo señalo dos innovaciones. El tratamiento digamos total de las historias personales, dotando a los protagonistas de una biografía mediante analepsis que nos remiten a un pasado remoto filmado con la textura de las películas amateurs de los setenta –el super 8–, inspirado en Boyhood: Momentos de una Vida - 98% de Richard Linklater, ese relato minimalista de una vida. La otra contribución son secuencias que precisan el universo de la anterior película –por ejemplo, el encuentro de Begbie con su padre, el viejo teporocho de la estación abandonada. Y por supuesto la vuelta de tuerca que es la conversión de Spud en el escritor de la historia que vemos. Auténtico giro cervantino donde los personajes comienzan a leer la historia de este Cide Hamete Benengeli yonqui que pergeña su historia en hojas de papel volando color amarillo. Boyle ha dicho que la historia podría ser una cinta que el cuarteto protagonista está viendo en el cine de modo que vivimos en un loop interminable. Más bien remite a la segunda parte de El Quijote, donde los personajes comienzan a actuar conforme a sus reflejos literarios, en ese alarde de niveles narrativos y textuales que convirtió a esta novela en la pieza cumbre que aún es.
Deslumbrante por su estilo visual, por la atrevida sapiencia con que Boyle retoma sus mejores virtudes –hay incluso una alusión hacia su propia obra, a Tumba al Ras de la Tierra - 72%–, por su buen pulso narrativo –al paso: el cinefotógrafo Anthony Dod Mantle ha hecho un gran trabajo emulando la textura del primer filme–, Trainspotting 2 fracasa en ofrecer un espejo de la época presente. Acaso el nudo del chantaje por la filmación de escenas de dudosa moralidad –como en episodios de Black Mirror - 93% o Happy Valley–, el vistazo irónico a la gentrificación de los barrios miserables de Edimburgo –Leith, junto al río Water–, la afluencia de mujeres de Europa oriental pero nada más. Se trata de un gran divertimento. Boyle demuestra que continúa siendo uno de los cineastas mejor dotados, con una sabiduría técnica y un sentido del cine que envidiarían artesanos más sólidos. Y cuenta también en favor suyo que a diferencia de la primera, esta segunda cinta se imbuye aún más del tono acerbo de la comedia negra. La primera era un drama con visos cómicos. Ésta es una comedia sombría con hombres de edad madura que se refugian en el pasado porque el porvenir huele a tumba, en la que ciertas secuencias son reelaboradas desde la perspectiva de la parodia. Bien dijo aquel viejo cómico marxista que la historia regresa la segunda vez como farsa.
Y si hay una lección es que mientras en el desenlace de Trainspotting, Renton elegía huir de una vida sin expectativas y un muy probable destino carcelario, en esta historia ha vuelto. La secuencia final se antoja, por su construcción visual, metáfora del encierro, de la cárcel. Por este cierre, por la elección de concluirla con una velocidad que evoca a la que produce el avance del tren –al revés y adquiriendo velocidad– es que la cinta posee su propio mérito, más allá del empeño (consciente) de circunscribirla a la órbita de la anterior.
No gran cosa como historia, bien narrada y mejor trabada, con mejores actuaciones –sólo Jonny Lee Miller parece un poco desconcertado, pero Robert Carlyle está en plena forma con un villano que haría palidecer al Guasón y Ewen Bremner conmueve y provoca aún más simpatías que el Spud joven–, Trainspotting 2 es una película digna, aunque ciertamente lejos de la exuberancia en todos sentidos –cinematográficos, musicales, culturales– de la primera.
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