Tal vez te interese
Se puede saber mucho de la mentalidad de una nación al ver el tipo de figuras que idolatra. Generalmente son actores, músicos, líderes del crimen organizado (en el caso del México actual o de Estados Unidos a mediados de la década de 1950) y atletas profesionales. En este último rubro incluso héroes deportivos de la ficción pueden lograr encumbrarse y capturar el imaginario colectivo.
Las justas deportivas son, en muchos sentidos, el equivalente a la justa heroica de nuestros tiempos; incluso en los conflictos bélicos de la actualidad difícilmente se lucha por conquistar territorios y derribar banderas enemigas. El atleta profesional se convierte en el representante de los sueños y anhelos de millones de habitantes, y verlo salir avante ante oponentes de otras latitudes inflama el orgullo patriótico. La victoria inyecta en el inconsciente las promesas de un mejor mañana, un futuro prometedor forjado a punta de trabajo y sacrificios.
Lee también: Keylor Navas, el portero del Real Madrid, tendrá película: Hombre de fe
El cine de diferentes países procura retomar el relato deportivo de cuando en cuando, ya sea para levantar la moral o para recordar que esos sueños de grandeza pueden ser alcanzados incluso por el ciudadano promedio; un oro olímpico, una copa del mundo, bañarse en las lágrimas y el sudor que significan un triunfo, más si fue contra todo pronóstico y adversidad inesperada. La saga de Rocky es quizás el ejemplo más inmediato y fiel de este tipo de historias. A lo largo de 7 largometrajes hemos visto la vida de un boxeador de bajo perfil e ignorante que se forjó un nombre a base de constancia, dedicación y puños afilados que supieron donde conectar. Lo acompañamos en sus conflictos familiares y durante sus altas y bajas. Es la clase de personaje que inspira a la gente, que motiva y enciende los deseos de superación de muchos individuos, sin importar su nacionalidad.
La pregunta punzante y que demanda una respuesta inmediata es evidente: ¿por qué no existe en nuestro país una tradición de cine deportivo?
No ha sido solo Rocky quien ha encendido los ánimos del público estadounidense, otras historias de equipos y atletas que triunfan ante la adversidad han inundado las pantallas del país del norte. De manera similar ocurre en otras industrias fílmicas, sin embargo, los relatos de hazañas deportivas permanecen ajenos a la memoria fílmica de nuestro país. Quizás aquí habría que responder otra pregunta: ¿será que el mexicano no se ve como un triunfador? Lo que es peor: ¿el mexicano tampoco puede concebir la idea del trabajo en equipo?
Pareciera que estas dos preguntas incómodas pueden arrojar respuestas aún más incomodas. Ya sea de manera individual o en conjunto, el concepto de trabajar por algo que llene de satisfacción parece un concepto extraño en la idiosincrasia de nuestro país. A la imagen de un Rocky triunfador se contrapone la de un personaje como Pepe el Toro, también versada en el pugilismo pero que, contrario al semental italiano, porta con sumo orgullo su identidad de ciudadano “pobre pero honrado”.
La glorificación de la miseria como una fantasía color de rosa es una constante en la ficción que ha inundado las pantallas chicas y grandes en México. Esto, a su vez, crea una mordaz contradicción con el lema que aceita los engranajes de esta nación: el que no tranza no avanza. Entonces: o se es “pobre pero honrado” o se consiguen riquezas y una mejora a la calidad de vida por medio del engaño, la mentira, el hurto y rompiendo con desenfado toda clase de leyes que se supone deberían dar orden y paz.
Existe una cinta como México vs Estados Unidos de Humberto Martínez Mijares, donde Érick Israel Consuelo es el entrenador de un grupo de jóvenes de estrato social vulnerable. Poco a poco se forma un equipo que eventualmente disputará un duelo contra la potencia absoluta en el baloncesto mundial. Vemos a los personajes luchar contra sus demonios internos, superar conflictos de diversa índole. El esperado partido llega, el duelo es cerrado; ante unos tiros de castigo uno de los personajes, con una tela que cubre una herida en la cabeza, se dispone a lanzar el balón cuando… termina la cinta sin que el público pueda conocer el desenlace del juego.
Por lo visto, ni los creadores podían concebir que una selección de baloncesto nacional derrotara a Estados Unidos. Al optar por un final ambiguo prácticamente se admite la derrota moral y espiritual. El séptimo arte debe colaborar, como cualquier otra expresión artística, a edificar el espíritu y la mente. Los fantasmas de la mediocridad nunca serán totalmente erradicados mientras no podamos vernos triunfadores incluso en nuestras obras de ficción. Ni hablar de las cualidades de hermandad y compañerismo que el deporte posee, valores que necesitan integrarse urgentemente en el descompuesto tejido social de nuestro país.
Esto no es un discurso de autoayuda, simplemente es un recordatorio para productores y creadores, aquellos que quizás, en su arrogancia, se sienten realizados al menospreciar el deporte como otro “opio para el pueblo”. No podrían estar más equivocados; cualquier nación necesita ídolos deportivos, saberse capaz de ganar al enfrentar a otros contrincantes sobre una cancha o un ring. El cine mexicano no se puede permitir seguir ignorando abiertamente esta realidad. El cine deportivo debe surgir, uno hecho con inteligencia, actitud y pasión.
Las justas deportivas son, en muchos sentidos, el equivalente a la justa heroica de nuestros tiempos; incluso en los conflictos bélicos de la actualidad difícilmente se lucha por conquistar territorios y derribar banderas enemigas. El atleta profesional se convierte en el representante de los sueños y anhelos de millones de habitantes, y verlo salir avante ante oponentes de otras latitudes inflama el orgullo patriótico. La victoria inyecta en el inconsciente las promesas de un mejor mañana, un futuro prometedor forjado a punta de trabajo y sacrificios.
Lee también: Keylor Navas, el portero del Real Madrid, tendrá película: Hombre de fe
El cine de diferentes países procura retomar el relato deportivo de cuando en cuando, ya sea para levantar la moral o para recordar que esos sueños de grandeza pueden ser alcanzados incluso por el ciudadano promedio; un oro olímpico, una copa del mundo, bañarse en las lágrimas y el sudor que significan un triunfo, más si fue contra todo pronóstico y adversidad inesperada. La saga de Rocky es quizás el ejemplo más inmediato y fiel de este tipo de historias. A lo largo de 7 largometrajes hemos visto la vida de un boxeador de bajo perfil e ignorante que se forjó un nombre a base de constancia, dedicación y puños afilados que supieron donde conectar. Lo acompañamos en sus conflictos familiares y durante sus altas y bajas. Es la clase de personaje que inspira a la gente, que motiva y enciende los deseos de superación de muchos individuos, sin importar su nacionalidad.
La pregunta punzante y que demanda una respuesta inmediata es evidente: ¿por qué no existe en nuestro país una tradición de cine deportivo?
No ha sido solo Rocky quien ha encendido los ánimos del público estadounidense, otras historias de equipos y atletas que triunfan ante la adversidad han inundado las pantallas del país del norte. De manera similar ocurre en otras industrias fílmicas, sin embargo, los relatos de hazañas deportivas permanecen ajenos a la memoria fílmica de nuestro país. Quizás aquí habría que responder otra pregunta: ¿será que el mexicano no se ve como un triunfador? Lo que es peor: ¿el mexicano tampoco puede concebir la idea del trabajo en equipo?
Pareciera que estas dos preguntas incómodas pueden arrojar respuestas aún más incomodas. Ya sea de manera individual o en conjunto, el concepto de trabajar por algo que llene de satisfacción parece un concepto extraño en la idiosincrasia de nuestro país. A la imagen de un Rocky triunfador se contrapone la de un personaje como Pepe el Toro, también versada en el pugilismo pero que, contrario al semental italiano, porta con sumo orgullo su identidad de ciudadano “pobre pero honrado”.
La glorificación de la miseria como una fantasía color de rosa es una constante en la ficción que ha inundado las pantallas chicas y grandes en México. Esto, a su vez, crea una mordaz contradicción con el lema que aceita los engranajes de esta nación: el que no tranza no avanza. Entonces: o se es “pobre pero honrado” o se consiguen riquezas y una mejora a la calidad de vida por medio del engaño, la mentira, el hurto y rompiendo con desenfado toda clase de leyes que se supone deberían dar orden y paz.
Existe una cinta como México vs Estados Unidos de Humberto Martínez Mijares, donde Érick Israel Consuelo es el entrenador de un grupo de jóvenes de estrato social vulnerable. Poco a poco se forma un equipo que eventualmente disputará un duelo contra la potencia absoluta en el baloncesto mundial. Vemos a los personajes luchar contra sus demonios internos, superar conflictos de diversa índole. El esperado partido llega, el duelo es cerrado; ante unos tiros de castigo uno de los personajes, con una tela que cubre una herida en la cabeza, se dispone a lanzar el balón cuando… termina la cinta sin que el público pueda conocer el desenlace del juego.
Por lo visto, ni los creadores podían concebir que una selección de baloncesto nacional derrotara a Estados Unidos. Al optar por un final ambiguo prácticamente se admite la derrota moral y espiritual. El séptimo arte debe colaborar, como cualquier otra expresión artística, a edificar el espíritu y la mente. Los fantasmas de la mediocridad nunca serán totalmente erradicados mientras no podamos vernos triunfadores incluso en nuestras obras de ficción. Ni hablar de las cualidades de hermandad y compañerismo que el deporte posee, valores que necesitan integrarse urgentemente en el descompuesto tejido social de nuestro país.
Esto no es un discurso de autoayuda, simplemente es un recordatorio para productores y creadores, aquellos que quizás, en su arrogancia, se sienten realizados al menospreciar el deporte como otro “opio para el pueblo”. No podrían estar más equivocados; cualquier nación necesita ídolos deportivos, saberse capaz de ganar al enfrentar a otros contrincantes sobre una cancha o un ring. El cine mexicano no se puede permitir seguir ignorando abiertamente esta realidad. El cine deportivo debe surgir, uno hecho con inteligencia, actitud y pasión.