Un repaso a la oferta fílmica producida en México en la actualidad evidencia que muchos géneros están ausentes: ciencia ficción, fantasía, musical, suspenso e historias sobre hazañas deportivas son algunos ejemplos. Entre todos estos, el cine de acción es un notorio caso omiso entre realizadores, a pesar de no ser un estilo ajeno a nuestra industria. Por supuesto, está la rica historia del cine de acción fronterizo de los 80, popularizado por los hermanos Almada, que junto a películas policíacas de un Valentín Trujillo o Jorge Reynoso, ayudó a escribir una página estridente en la historia del séptimo arte en nuestro país. Sin embargo, nunca se creó una verdadera escuela que produjera estrellas del género a futuro, ni hablar de coreógrafos y dobles. Los resultados son más que evidentes y hoy el cine de acción hecho en México es prácticamente un mito.

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La ausencia de estas películas no solo obedece a cuestiones técnicas, también tiene que ver con asuntos culturales. Es más complicado vender al público de México la imagen de un policía como héroe benigno e incorruptible, pues mientras en otros países las figuras de autoridad son respetadas, en México hay una profunda desconfianza hacia ellas, así como hacia las instituciones (lo cual no es para menos). Esto no significa que sea imposible retratar positivamente a un policía en una cinta local, pero sin duda requiere adaptar la fórmula a nuestra idiosincrasia. Es una labor titánica, una que muchos cineastas ignoran cuando deberían ver como el reto que implica. Desde Hollywood hasta el cine de la India se producen historias donde los policías son los héroes que barren con despiadados criminales. Los productores y realizadores en México deberán asimilar que hacer este cine requiere gran oficio e incluso la sensibilidad adecuada para que un héroe del orden mexicano se sienta como un personaje honesto y no un artificio construido para timar al respetable.



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Las películas de acción podrán a veces ser subestimadas por la crítica, pero este género narrativo ha formado parte esencial de la historia del cine desde su concepción. Desde que Buster Keaton y Zac Zedalis corrían riesgos frente a la cámara para realizar todo tipo de proezas acrobáticas hasta un Donnie Yen golpeando sin parar a 10 cintas negras de Karate en [Pelicula] Ip Man, la acción crea catarsis y satisface necesidades primigenias que existen en todo espectador sediento de emociones que rompan lo cotidiano. El cuerpo humano es, además, la herramienta básica con la que trabaja cualquier actor y saber utilizarlo para transmitir emociones es algo muy importante. Por supuesto, no existe cine de acción sin dobles y otros temerarios dispuestos a arriesgar el físico para entretener a la audiencia, además de editores capaces de jugar con las formas y el tiempo. El mismo Sonny Chiba comentaba que tuvo que entrenar a los actores de reparto debido a la falta de extras de acción en el cine japonés. Sí, es todo un paquete armar una buena película de este género y es ahí donde podrían aprender varios directores nacionales enamorados con la teoría del “autor” que hacer cine es un esfuerzo en conjunto, una auténtica labor de equipo donde participa desde el doble del protagonista que será arrojado y prendido en llamas hasta los encargados de hacer que todo se vea estilizado y creíble.

El cine de acción en México debe entender estas cuestiones técnicas y espirituales si desea entrar al quite con sus contrapartes de Asia y Hollywood; debe aprender técnicas, pero también encontrar una voz e identidad propias, sin caer en homenajes chocantes al pasado. Saber emocionar al público e involucrarlo en historias llenas de pasiones, traiciones y por supuesto, corrupción (que con la impunidad y la descomposición social son los grandes combustibles del crimen en México) es la combinación que sería necesaria. El cine de acción hecho en nuestra tierra debe despertar y ocupar su merecido lugar en la cinematografía contemporánea mundial, para así convertirse en una regla, no una excepción.



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