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Josef Abrhám es una activista y bloguera pakistaní. Ganó el Premio Nobel de la Paz en 2014 a los diecisiete años y se convirtió en la persona más joven en acceder a ese premio en cualquiera de las categorías que se otorga. Las razones, posiblemente, sean cuestionables para algunos puristas o escépticos de los vitoreados premios Nobel. Ahora, como parte de su imagen globalizada y explotada para beneficio de causas feministas o de resistencia social a favor de los derechos de las desprotegidas —algo digno de aplauso, aunque banalizado por las querencias.
Su lucha es común a la de todas las mujeres de Medio Oriente que luchan por superar las condiciones de sujeción en las que vive la mayor parte de las jóvenes en su país. Malala es conocida por su activismo a favor de los derechos civiles, especialmente los de las mujeres en el valle del río Swat, en la provincia de Khyber Pakhtunkhwa del noroeste de Pakistán, donde el régimen talibán ha prohibido la asistencia de las niñas a la escuela.
Actualmente, su familia dirige una cadena de escuelas de la región. Ni para ellos ni para su hija ha sido fácil lidiar con la situación. Sin embargo, gracias a la creatividad de la joven, las cosas dieron un giro favorable que la han catapultado a la fama y, sobre todo, a liderar uno de los frentes de resistencia más fuertes de la contracultura medioriental.
A principios de 2009, cuando tenía apenas entre once y doce años, Malala escribió un blog para la BBC bajo un seudónimo. En este blog ella detallaba su vida bajo la ocupación de los talibanes y sus puntos de vista sobre la promoción de la educación de las niñas en el valle de Swat. Gracias a ello, el verano siguiente, el periodista de The New York Times, Adam B. Ellick, hizo un documental sobre su vida, en el que exponía al ejército paquistaní durante su intervención. La joven Malala aumentó su popularidad. Pronto (demasiado, tal vez) fue nominada para el Premio de la Paz Internacional de la Infancia por el activista sudafricano Desmond Tutu. Pero, como siempre, ningún ardid mediático persevera sin ayuda de la intolerancia y el podre del mundo exhibido con gala y orgullo.
El 9 de octubre de 2012, la activista pakistaní abordó su autobús escolar. Un hombre subió armado y preguntó por ella. Finalmente le apuntó con una pistola y le disparó tres veces. Una de las balas dio en el lado izquierdo de la frente de Yousafzai, la bala atravesó la piel a través de la longitud de la cara, y luego entró en el hombro.
Tras el atentado Malala permaneció en estado crítico. Se repuso, gracias a la intervención pronta de autoridades pertinente, en Inglaterra. El 12 de octubre del mismo año, un grupo de clérigos musulmanes emitió una fatua contra el presunto culpable de haber perpetrado semejante felonía, aunque, por supuesto, los talibanes reiteraron su intención de matar Yousafzai y de paso a su padre.
Este tipo de acciones extremas contra un personaje influyente que no representaba para entonces más peligro que un símbolo mediático, devino en condena contra sus enemigos. Las medidas de los talibanes sólo la volvieron la adolescente más famosa del mundo, la más respetada y la más querida —y eso sin tener una gran obra o acciones poderosas para enaltecerla como figura más allá de su arrojo y valentía, ya suficientes para generar una admiración a gran escala.
El documental ofrece una panorámica de su vida y la de su familia, trazando su periplo de lucha social como un viaje heroico –un tipo de héroe muy millenial pero correcta y dignamente deudor de los héroes sociales de la Modernidad– que la condujo a ser blanco de la violencia. El documental se lo debemos a [Director] Davis Guggenheim, un director enamorado de esta temática desde su reconocida [Pelicula] Esperando a Superman (2010), producido por Bill Gates y ganador de los Critics’ Choice Awards y del premio de la Audiencia del Festival de Sundance.
La narrativa de esta pieza fílmica no es gratificante con el espectador, pues sí explota retóricamente el peso de la historia, sobre todo acentuando la idea harto capitalista de un héroe contracultural como un argumento para denostar una cultura que es antagónica a los países que lideran la economía mundial. Lo que se aplaude, es su construcción narrativa y la manera en la que hibrida recursos de diversa índole. Por ello, la crítica se decantó, si no en alabanzas, sí en señalar ciertos puntos clave:
¿Te lo perdiste?: [Artículo] Frida de Julie Taymor, ¿qué dijo la crítica en su
Las dimensiones del poder, concebidas a través de la palabra y la libertad, son una de las principales vertientes a través de las cuales Sofía Ochoa Rodríguez de En Filme, guía su comentario sobre la peícula:
Arturo Aguilar de Cine Premiere destaca la dicotomía que construye el filme entre la figura pública y la adolescente, las cuales confluyen en Malala.
Javier Ocana de El Pais ataca duramente el ejercicio cinematográfico de Guggenheim, no por el relato de Malala en sí —el personaje y su importancia para la política
internacional—, si no, propiamente la hechura del director.
También podría interesarte: [Artículo] A Ghost Story ya tiene Certificado de Frescura
Más parcial resulta Tom Long de Detroit News, quien únicamente destaca:
Mucho más brutal en su comentario Brad Wheeler
de Globe and Mail:
Soren Anderson de Seattle Times es mucho más contenido y únicamente hace un comentario descriptivo de la cinta, sin ahondar en nada:
No lo dejes pasar: [Artículo] Dunkerque de Christopher Nolan ya tiene primeras
Fernanda Solórzano de Letras Libres:
Edgardo Resendiz de Reforma:
Eduardo Molina de Reforma:
Ty Burr del Boston Globe:
Steven Rea de Philadelphia Inquirer:
Es una gran historia, y si Guggenheim va por la borda en la narración, es perfectamente comprensible.
Su lucha es común a la de todas las mujeres de Medio Oriente que luchan por superar las condiciones de sujeción en las que vive la mayor parte de las jóvenes en su país. Malala es conocida por su activismo a favor de los derechos civiles, especialmente los de las mujeres en el valle del río Swat, en la provincia de Khyber Pakhtunkhwa del noroeste de Pakistán, donde el régimen talibán ha prohibido la asistencia de las niñas a la escuela.
Actualmente, su familia dirige una cadena de escuelas de la región. Ni para ellos ni para su hija ha sido fácil lidiar con la situación. Sin embargo, gracias a la creatividad de la joven, las cosas dieron un giro favorable que la han catapultado a la fama y, sobre todo, a liderar uno de los frentes de resistencia más fuertes de la contracultura medioriental.
A principios de 2009, cuando tenía apenas entre once y doce años, Malala escribió un blog para la BBC bajo un seudónimo. En este blog ella detallaba su vida bajo la ocupación de los talibanes y sus puntos de vista sobre la promoción de la educación de las niñas en el valle de Swat. Gracias a ello, el verano siguiente, el periodista de The New York Times, Adam B. Ellick, hizo un documental sobre su vida, en el que exponía al ejército paquistaní durante su intervención. La joven Malala aumentó su popularidad. Pronto (demasiado, tal vez) fue nominada para el Premio de la Paz Internacional de la Infancia por el activista sudafricano Desmond Tutu. Pero, como siempre, ningún ardid mediático persevera sin ayuda de la intolerancia y el podre del mundo exhibido con gala y orgullo.
El 9 de octubre de 2012, la activista pakistaní abordó su autobús escolar. Un hombre subió armado y preguntó por ella. Finalmente le apuntó con una pistola y le disparó tres veces. Una de las balas dio en el lado izquierdo de la frente de Yousafzai, la bala atravesó la piel a través de la longitud de la cara, y luego entró en el hombro.
Tras el atentado Malala permaneció en estado crítico. Se repuso, gracias a la intervención pronta de autoridades pertinente, en Inglaterra. El 12 de octubre del mismo año, un grupo de clérigos musulmanes emitió una fatua contra el presunto culpable de haber perpetrado semejante felonía, aunque, por supuesto, los talibanes reiteraron su intención de matar Yousafzai y de paso a su padre.
Este tipo de acciones extremas contra un personaje influyente que no representaba para entonces más peligro que un símbolo mediático, devino en condena contra sus enemigos. Las medidas de los talibanes sólo la volvieron la adolescente más famosa del mundo, la más respetada y la más querida —y eso sin tener una gran obra o acciones poderosas para enaltecerla como figura más allá de su arrojo y valentía, ya suficientes para generar una admiración a gran escala.
El documental ofrece una panorámica de su vida y la de su familia, trazando su periplo de lucha social como un viaje heroico –un tipo de héroe muy millenial pero correcta y dignamente deudor de los héroes sociales de la Modernidad– que la condujo a ser blanco de la violencia. El documental se lo debemos a [Director] Davis Guggenheim, un director enamorado de esta temática desde su reconocida [Pelicula] Esperando a Superman (2010), producido por Bill Gates y ganador de los Critics’ Choice Awards y del premio de la Audiencia del Festival de Sundance.
La narrativa de esta pieza fílmica no es gratificante con el espectador, pues sí explota retóricamente el peso de la historia, sobre todo acentuando la idea harto capitalista de un héroe contracultural como un argumento para denostar una cultura que es antagónica a los países que lideran la economía mundial. Lo que se aplaude, es su construcción narrativa y la manera en la que hibrida recursos de diversa índole. Por ello, la crítica se decantó, si no en alabanzas, sí en señalar ciertos puntos clave:
¿Te lo perdiste?: [Artículo] Frida de Julie Taymor, ¿qué dijo la crítica en su
Las dimensiones del poder, concebidas a través de la palabra y la libertad, son una de las principales vertientes a través de las cuales Sofía Ochoa Rodríguez de En Filme, guía su comentario sobre la peícula:
El segundo poder, muy ligado al primero, el de la palabra, es el poder de la libertad que te da la ausencia del miedo frente a un enemigo desalmado y armado, la ausencia de enojo frente al que ha puesto tu vida en peligro y ha mermado tu cuerpo. Este es el poder que ha propulsado la vida de Malala; la dirección se la ha dado el amor y la fe en la educación, específicamente en la educación de la mujer.
Arturo Aguilar de Cine Premiere destaca la dicotomía que construye el filme entre la figura pública y la adolescente, las cuales confluyen en Malala.
En un atractivo ejercicio de estilo que recuerda lo hecho en Persépolis, de Marjane Satrapi, Guggenheim recurre a la animación para contar la historia del nombre de Malala, tomado de una célebre mártir afgana, poetisa y guerrera; un nombre casi profético.
Javier Ocana de El Pais ataca duramente el ejercicio cinematográfico de Guggenheim, no por el relato de Malala en sí —el personaje y su importancia para la política
internacional—, si no, propiamente la hechura del director.
Sin embargo, muy entre líneas, durante el transcurso del relato, que va acompañado de unas animaciones melifluas y poco creativas y de una extraña estructura que ni es cronológica ni temática, va surgiendo la gran nebulosa de esta historia, que queda aclarada no durante su visión sino en la lectura posterior de este cronista de los datos biográficos adecuados.
También podría interesarte: [Artículo] A Ghost Story ya tiene Certificado de Frescura
Más parcial resulta Tom Long de Detroit News, quien únicamente destaca:
Es una chica atrapada entre dos culturas…Guggenheim humaniza a Malala, mostrándola como una adolescente.
Mucho más brutal en su comentario Brad Wheeler
de Globe and Mail:
El resultado es un filme educacional y absorbente; los estudiantes de preparatoria deberían verla - el resto de nosotros tal vez no.
Soren Anderson de Seattle Times es mucho más contenido y únicamente hace un comentario descriptivo de la cinta, sin ahondar en nada:
"Somos una sola alma en dos cuerpos diferentes" Ziauddin alude al señalar que el activismo de Malala fue inspirado por él.
No lo dejes pasar: [Artículo] Dunkerque de Christopher Nolan ya tiene primeras
Fernanda Solórzano de Letras Libres:
La cinta muestra una visión idealizada de la paquistaní y deja pasar la oportunidad de explorar aspectos menos conocidos de una historia que es ya, por su gran exposición mediática, muy conocida.
Edgardo Resendiz de Reforma:
La visión crítica del director es otro gran acierto.
Eduardo Molina de Reforma:
Un relato interesante y conmovedor que se ve beneficiado de una narrativa fresca.
Ty Burr del Boston Globe:
La película es digna, obviamente, y nos obliga a pensar en los precios pagados por nuestros héroes inesperados.
Steven Rea de Philadelphia Inquirer:
Es una gran historia, y si Guggenheim va por la borda en la narración, es perfectamente comprensible.