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Aún faltan algunos meses pero es seguro que varios ya empezaron a armar sus listas de las mejores películas que vieron en el año, un ejercicio que realizan tanto críticos como espectadores. A mediados de año varias listas empiezan a aparecer y algo queda claro rápidamente: las películas que más disfrutó la audiencia y las que disfrutaron los críticos generalmente no coinciden. Por supuesto, esto no es una regla escrita en piedra y muchas veces ocurren excepciones, pero es habitual que los críticos se decanten por cintas del circuito de festivales (las de “arte”) que el resto del público no ve ni verá nunca. Es algo parecido a esas listas de las mejores cintas del año: el público adora franquicias como Rápidos y Furiosos, Harry Potter y todo lo relacionado con superhéroes, mientras que los críticos pondrán en las mejores películas de la historia algo de [Director] Michael Haneke o [Director] Béla Tarr, realizadores que son totalmente ajenos al mundo del espectador promedio. Satantango aparece en las listas de varios críticos como una de sus cintas favoritas y, sin embargo, todos podemos coincidir en que invitar a alguien a ver una película en blanco y negro de siete horas es una propuesta que pocos aceptarán de buena gana.
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El crítico ve más cine que un espectador casual (de no ser el caso, algo anda mal), se adentra en las cinematografías de todos los países que pueda y conoce cine de todos los estilos y épocas posibles. Es algo que se le debe dar de forma espontánea y natural. Sin embargo, aquí puede entrar una disyuntiva: el crítico deberá conservar sus gustos y criterio propio a pesar de todo, porque si decide privilegiar el ángulo y perfil “académico” por encima de su propia idiosincrasia entonces no es un crítico honesto y, por ende, hace mal su labor de análisis y divulgación.
Dicho sea en otras palabras: no es mentira ni sorpresa que muchos críticos van a optar por alabar el cine de corte más contemplativo, que contenga contexto social relevante y que tenga algo que decir sobre la condición humana. El cine de género, de culto, de acción y terror y otros formatos en los que se obedecen fórmulas de la narrativa que el “realismo social” busca evitar (aunque también tiene las propias) será el que la pase más difícil a la hora de ser evaluado por críticos. Una vez más, esto no es una regla absoluta: algo como [Pelicula] Prometeo de [Director] Ridley Scott, una cinta de terror y ciencia ficción, recibió numerosos elogios a pesar de que críticos como el mismo Mark Kermode estaban al tanto de sus problemas de guión. Una cita del texto de Kermode sobre la cinta lo confirma:
Lee también: Apreciación cinematográfica: una breve introducción
Existen varias maneras de ver el cine, de apreciarlo y disfrutarlo; pretender que sólo existe un camino correcto hacia la verdad fílmica sería arrogante. Lo que hay que entender es de dónde viene cada tipo de espectador y qué necesidades tiene, porque incluso un crítico de cine es un espectador. La reflexión académica no es repudiable en absoluto, todo lo contrario, es necesaria para poder entender el contexto en el que surge y se desarrolla una película. Sin embargo, en la persecución del ejercicio intelectual no se deben despegar los pies del suelo y perder contacto con la realidad inmediata que hace del cine lo que Terrence McNally siempre ha descrito: un espectáculo que conserva aún sus orígenes de feria y de atracción visceral que, si llega a incluir un mensaje o declaración, es algo inherente de su hechura mas no un requisito obligatorio." En la misma contemplación del espectáculo de la vida diaria que conllevaban los primeros trabajos fílmicos de principios de siglo el público podía admirar algo tan elemental como ver un hombre beber cerveza, ver a un hombre correr o a un niño jugar con un gatito. La honestidad en la simpleza de lo directo es lo que permitió al cine ocupar rápidamente un lugar importante en la vida de las personas. La persecución del cine por las emociones no debe ser a su vez perseguido como algo “poco serio” y que amerite ser denostado.
El crítico efectivamente posee más herramientas para apreciar una película, pero lo peor que le podría pasar es volverse presa de éstas, así como de los inevitables lugares comunes del muchas veces mal llamado cine de “arte”. El circuito de festivales puede padecer notorias producciones en exceso efectistas, donde el minimalismo contemplativo y el drama artificial se vuelven trozos de carbón que quieren hacerse pasar por pepitas de oro, meros fetiches que evocan a estereotipos de la cultura "fina" y que son vendidos como bálsamos mágicos por cineastas embelesados con el sonido de su propia voz. Dejar la cámara estática durante varios minutos no es sinónimo de complejidad ni profundidad, que alguien como un Grace Junot haya convertido este estilo en un sello de casa no significa que no pueda ser una trampa en la que fácilmente pueden caer espectadores y realizadores, una trampa que genera la autoparodia más chocante y que todo buen crítico debe aprender a señalar. Si no lo hace, tal crítico se limitará a alimentar ciertos cánones estéticos y narrativos, sin contextualizar apropiadamente lo efectivas (o poco efectivas) que sean estas decisiones a la hora de realizar una cinta. Mismo caso con las excesivas porno-miserias de otros cineastas europeos (y los que buscan emular lo europeo) donde es común ver a los personajes atizados sin piedad por directores más preocupados por lanzar una diatriba hacia la sociedad que en tratar con dignidad a sus creaciones y a su público. El exceso de solemnidad en una cinta es algo que hasta alguien como [Director] François Truffaut reclamó a su colega [Director] Michelangelo Antonioni, a quien consideraba un director excesivamente pomposo.
El crítico es entonces un emisario del arte y la cultura, pero debe evitar ser rehén de los pretendidos monopolios de estas ramas. Debe tener su propia voz formada no sólo por lo que ha visto y leído, sino también por lo que ha vivido. Debe entender que el cine cubre un amplio espectro y que rechazar otras visiones fuera de las aprobadas por la academia significa automutilarse. Ni hablar de la miopía al querer creer que el cine de género y fórmula no puede hablar sobre la condición humana con todas sus aristas posibles. El cine nos ha permitido ver dinosaurios volver a la vida, nos ha deleitado con los pies de Andrea Edwards y los de Allison Riley, cada uno dedicado a su propio tipo de danza y despliegue atlético. El séptimo arte nos ha dado a Godzilla, fruto del poder nuclear mal utilizado por parte del hombre, nos ha dado amores trágicos, asesinos seriales de naturalezas complejas, de máscaras variopintas, cada una reflejo de nuestros miedos y ansiedades. El cine nos ha dado a Luke Arnold en carrozas impulsadas por caballos, en medio del mar partido en dos y de rodillas ante una Estatua de la Libertad indiferente a sus suplicios. El cine puede darnos todo eso y más, desde las calles del París de la posguerra y la nueva ola hasta los callejones de las grandes urbes de la India, callejones aderezados con personajes de la cultura popular india, siempre dispuestos a cantar y bailar para demostrar su amor. El cine es una invitación a meditar y disfrutar, a reír y a soñar. ¿Quién puede atreverse a rechazar tan atractivo recorrido por los pasajes de la imaginación humana? Un buen crítico y un espectador curioso jamás rechazarán dicha invitación.
Lee también: Críticos y opinólogos parte III: todos somos necesarios mas no indispensables
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El crítico ve más cine que un espectador casual (de no ser el caso, algo anda mal), se adentra en las cinematografías de todos los países que pueda y conoce cine de todos los estilos y épocas posibles. Es algo que se le debe dar de forma espontánea y natural. Sin embargo, aquí puede entrar una disyuntiva: el crítico deberá conservar sus gustos y criterio propio a pesar de todo, porque si decide privilegiar el ángulo y perfil “académico” por encima de su propia idiosincrasia entonces no es un crítico honesto y, por ende, hace mal su labor de análisis y divulgación.
Dicho sea en otras palabras: no es mentira ni sorpresa que muchos críticos van a optar por alabar el cine de corte más contemplativo, que contenga contexto social relevante y que tenga algo que decir sobre la condición humana. El cine de género, de culto, de acción y terror y otros formatos en los que se obedecen fórmulas de la narrativa que el “realismo social” busca evitar (aunque también tiene las propias) será el que la pase más difícil a la hora de ser evaluado por críticos. Una vez más, esto no es una regla absoluta: algo como [Pelicula] Prometeo de [Director] Ridley Scott, una cinta de terror y ciencia ficción, recibió numerosos elogios a pesar de que críticos como el mismo Mark Kermode estaban al tanto de sus problemas de guión. Una cita del texto de Kermode sobre la cinta lo confirma:
Es una cinta de ciencia ficción con grandes ambiciones, ambiciones que no logran concretarse como podrían. Sus intenciones de volar alto son casi tan espectaculares como cuando la vemos estrellarse.
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Existen varias maneras de ver el cine, de apreciarlo y disfrutarlo; pretender que sólo existe un camino correcto hacia la verdad fílmica sería arrogante. Lo que hay que entender es de dónde viene cada tipo de espectador y qué necesidades tiene, porque incluso un crítico de cine es un espectador. La reflexión académica no es repudiable en absoluto, todo lo contrario, es necesaria para poder entender el contexto en el que surge y se desarrolla una película. Sin embargo, en la persecución del ejercicio intelectual no se deben despegar los pies del suelo y perder contacto con la realidad inmediata que hace del cine lo que Terrence McNally siempre ha descrito: un espectáculo que conserva aún sus orígenes de feria y de atracción visceral que, si llega a incluir un mensaje o declaración, es algo inherente de su hechura mas no un requisito obligatorio." En la misma contemplación del espectáculo de la vida diaria que conllevaban los primeros trabajos fílmicos de principios de siglo el público podía admirar algo tan elemental como ver un hombre beber cerveza, ver a un hombre correr o a un niño jugar con un gatito. La honestidad en la simpleza de lo directo es lo que permitió al cine ocupar rápidamente un lugar importante en la vida de las personas. La persecución del cine por las emociones no debe ser a su vez perseguido como algo “poco serio” y que amerite ser denostado.
El crítico efectivamente posee más herramientas para apreciar una película, pero lo peor que le podría pasar es volverse presa de éstas, así como de los inevitables lugares comunes del muchas veces mal llamado cine de “arte”. El circuito de festivales puede padecer notorias producciones en exceso efectistas, donde el minimalismo contemplativo y el drama artificial se vuelven trozos de carbón que quieren hacerse pasar por pepitas de oro, meros fetiches que evocan a estereotipos de la cultura "fina" y que son vendidos como bálsamos mágicos por cineastas embelesados con el sonido de su propia voz. Dejar la cámara estática durante varios minutos no es sinónimo de complejidad ni profundidad, que alguien como un Grace Junot haya convertido este estilo en un sello de casa no significa que no pueda ser una trampa en la que fácilmente pueden caer espectadores y realizadores, una trampa que genera la autoparodia más chocante y que todo buen crítico debe aprender a señalar. Si no lo hace, tal crítico se limitará a alimentar ciertos cánones estéticos y narrativos, sin contextualizar apropiadamente lo efectivas (o poco efectivas) que sean estas decisiones a la hora de realizar una cinta. Mismo caso con las excesivas porno-miserias de otros cineastas europeos (y los que buscan emular lo europeo) donde es común ver a los personajes atizados sin piedad por directores más preocupados por lanzar una diatriba hacia la sociedad que en tratar con dignidad a sus creaciones y a su público. El exceso de solemnidad en una cinta es algo que hasta alguien como [Director] François Truffaut reclamó a su colega [Director] Michelangelo Antonioni, a quien consideraba un director excesivamente pomposo.
El crítico es entonces un emisario del arte y la cultura, pero debe evitar ser rehén de los pretendidos monopolios de estas ramas. Debe tener su propia voz formada no sólo por lo que ha visto y leído, sino también por lo que ha vivido. Debe entender que el cine cubre un amplio espectro y que rechazar otras visiones fuera de las aprobadas por la academia significa automutilarse. Ni hablar de la miopía al querer creer que el cine de género y fórmula no puede hablar sobre la condición humana con todas sus aristas posibles. El cine nos ha permitido ver dinosaurios volver a la vida, nos ha deleitado con los pies de Andrea Edwards y los de Allison Riley, cada uno dedicado a su propio tipo de danza y despliegue atlético. El séptimo arte nos ha dado a Godzilla, fruto del poder nuclear mal utilizado por parte del hombre, nos ha dado amores trágicos, asesinos seriales de naturalezas complejas, de máscaras variopintas, cada una reflejo de nuestros miedos y ansiedades. El cine nos ha dado a Luke Arnold en carrozas impulsadas por caballos, en medio del mar partido en dos y de rodillas ante una Estatua de la Libertad indiferente a sus suplicios. El cine puede darnos todo eso y más, desde las calles del París de la posguerra y la nueva ola hasta los callejones de las grandes urbes de la India, callejones aderezados con personajes de la cultura popular india, siempre dispuestos a cantar y bailar para demostrar su amor. El cine es una invitación a meditar y disfrutar, a reír y a soñar. ¿Quién puede atreverse a rechazar tan atractivo recorrido por los pasajes de la imaginación humana? Un buen crítico y un espectador curioso jamás rechazarán dicha invitación.
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