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El mejor retrato de Antonin Artaud que conozco lo trazó Luis Cardoza y Aragón parafraseando los versos del soneto de Nerval. Artaud era: “El viudo, el inconsolado, príncipe de Aquitania de la torre abolida. El tenebroso, cuya sola estrella está muerta y cuyo laúd constelado lleva el sol negro de la melancolía”. El poeta, el viajero, el místico, el padre del teatro de la crueldad y el hombre que vio en el cine, un arte superior del que muy pronto se alejó.
La relación con el cine, como buena parte de las relaciones que Antonin Artaud sostuvo con el arte, estuvo marcada por la intensidad y un afán de comprensión y renovación. Primero como espectador fascinado y más tarde como actor, como teórico (sus ensayos y notas no son lo que podríamos llamar crítica) y como autor de varios guiones. Uno de ellos, La concha y el reverendo, filmada en 1928, la que, de no haber sido saboteada por los propios miembros del grupo surrealista en la noche de su primera proyección, bien hubiera podido considerarse la primera película surrealista. Pero no sólo los miembros del grupo surrealista habían quedado a disgusto con la película, el propio Artaud la encontró decepcionante y no dudó en manifestar su disgusto e incluso su rechazo, lo que provocó su ruptura total con la directora Germaine Dulac, una mujer que creía, como Artaud, o influida por Artaud, en un cine que fuera mucho más allá de la narración de historias, un cine que no estuviese atado a las cadenas de la trama y de los personajes, un cine que fuera “Canto del alma, batir de alas, ritmos interiores, movimientos… tema de acción: una sensación… ninguna historia y sin embargo una impresión”. Una idea no muy distante de la de Artaud, quien ante la pregunta: “¿Qué tipo de películas le gustaría crear?”, no dudó en responder:
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Y añadía, que, además:
Para Artaud, en ese momento de su vida, el cine le parecía un arte superior:
A sugerencia del propio Artaud, la película sería presentada como “la esencia de un sueño” y estaba plagada de imágenes oníricas, desde una suerte de alquimista llenando matraces para inmediatamente dejarlos caer sobre el suelo, pasando por un militar con el pecho tapizado de medallas que levita, habitaciones de altos y desnudos muros, mucamas que barren afanosas alrededor de una esfera de cristal, un sacerdote (cuyo papel originalmente iba a interpretar el propio Artaud, pero que finalmente quedó en manos del actor Alex Allin)… Vista ahora, la cinta conserva su carga erótica y onírica, la cual, sin embargo, no fue suficiente para colmar las expectativas de Artaud. Para él, era necesario que contuviera, nada más y nada menos que “la virtud de un veneno inofensivo y directo, una inyección subcutánea de morfina”.
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En un artículo titulado “Cine y abstracción” Artaud nos deja muy claro lo que él buscaba con su película:
En un principio a Artaud no le decepcionó la realización del guión basado en “un solo sueño”, pero él era un hombre polémico hasta la médula de los huesos y no tardó en manifestar su disgusto por la cinta de Germaine Dulac, un personaje que, antes de incursionar en la dirección cinematográfica, lo había hecho en la crítica y el periodismo. No era una improvisada, había estudiado teatro, música y pintura. Formó parte del impresionismo francés y, para cuando filma La concha y el reverendo, tenía en su haber películas más de diez realizaciones. Parecía ser la persona indicada para realizar el guión de Artaud: experiencia, ideas propias sobre el cine, amplia cultura, simpatía por el surrealismo…
Estrenada un año antes que [Pelicula] Un Perro Andaluz de la dupla formada por [Director] Luis Buñuel y [Escritor] Salvador Dalí , la película de Dulac, debió de resultar para los espectadores un verdadero shock. No existía nada que los preparara para asistir a la puesta en escena de un guión que, al decir de Artaud:
Un guión que daría pie a una película que, resultara similar a la “mecánica de un sueño”. Viéndolo así, como muchas otras ideas de Artaud, resultaba imposible su realización, dado que buscaba, nada más y nada menos que reconstruir
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Pero la colaboración entre estos dos artistas nos regaló una de las películas más inquietantes de la historia del cine francés y un documento donde la poesía y el erotismo, se trenzan en imágenes bellas y perturbadoras que sin duda contribuyeron en mucho a renovar el lenguaje del cine.
La relación con el cine, como buena parte de las relaciones que Antonin Artaud sostuvo con el arte, estuvo marcada por la intensidad y un afán de comprensión y renovación. Primero como espectador fascinado y más tarde como actor, como teórico (sus ensayos y notas no son lo que podríamos llamar crítica) y como autor de varios guiones. Uno de ellos, La concha y el reverendo, filmada en 1928, la que, de no haber sido saboteada por los propios miembros del grupo surrealista en la noche de su primera proyección, bien hubiera podido considerarse la primera película surrealista. Pero no sólo los miembros del grupo surrealista habían quedado a disgusto con la película, el propio Artaud la encontró decepcionante y no dudó en manifestar su disgusto e incluso su rechazo, lo que provocó su ruptura total con la directora Germaine Dulac, una mujer que creía, como Artaud, o influida por Artaud, en un cine que fuera mucho más allá de la narración de historias, un cine que no estuviese atado a las cadenas de la trama y de los personajes, un cine que fuera “Canto del alma, batir de alas, ritmos interiores, movimientos… tema de acción: una sensación… ninguna historia y sin embargo una impresión”. Una idea no muy distante de la de Artaud, quien ante la pregunta: “¿Qué tipo de películas le gustaría crear?”, no dudó en responder:
Reivindico pues los filmes fantasmagóricos, poéticos, en el sentido denso, filosófico, de la palabra, filmes psíquicos. Lo que no excluye ni la psicología, ni el amor, ni el esclarecimiento de ninguno de los sentimientos del hombre. Pero que sean filmes en los que se trituren, se mezclen, las cosas del corazón y del espíritu hasta conferirles la virtud cinematográfica que hay que buscar.
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Y añadía, que, además:
El cine reclama los temas excesivos y la psicología minuciosa. Exige la rapidez, pero sobre todo la repetición, la insistencia, la vuelta sobre lo mismo. El alma humana desde todos sus aspectos. En el cine todos somos crueles.
Para Artaud, en ese momento de su vida, el cine le parecía un arte superior:
La superioridad de este arte y la potencia de sus leyes residen en el hecho de que su ritmo, su velocidad, su alejamiento de la vida, su aspecto ilusorio, exigen la rigurosa criba y la esencialización de todos sus elementos.Esta es la razón por la cual el cine necesita de los temas extraordinarios, los estados culminantes del alma, una atmósfera de visión.
A sugerencia del propio Artaud, la película sería presentada como “la esencia de un sueño” y estaba plagada de imágenes oníricas, desde una suerte de alquimista llenando matraces para inmediatamente dejarlos caer sobre el suelo, pasando por un militar con el pecho tapizado de medallas que levita, habitaciones de altos y desnudos muros, mucamas que barren afanosas alrededor de una esfera de cristal, un sacerdote (cuyo papel originalmente iba a interpretar el propio Artaud, pero que finalmente quedó en manos del actor Alex Allin)… Vista ahora, la cinta conserva su carga erótica y onírica, la cual, sin embargo, no fue suficiente para colmar las expectativas de Artaud. Para él, era necesario que contuviera, nada más y nada menos que “la virtud de un veneno inofensivo y directo, una inyección subcutánea de morfina”.
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En un artículo titulado “Cine y abstracción” Artaud nos deja muy claro lo que él buscaba con su película:
La concha y el reverendo juega con la naturaleza creada y se afana por hacerle dar un poco del misterio de sus combinaciones más secretas. Por tanto, no debe buscarse en ella una lógica o una sucesión que no existen en las cosas, sino, antes bien, interpretar las imágenes que se desarrollan en el sentido de su significación esencial, íntima, una significación interior, que va de fuera a dentro. La concha y el reverendo no cuenta una historia, sino que desarrolla una sucesión de estados del espíritu que se deducen los unos de los otros, como el pensamiento se deduce del pensamiento, sin que este pensamiento reproduzca la sucesión razonable de los hechos. Del contraste de los objetos y de los gestos se deducen verdaderas situaciones psíquicas entre las cuales, bloqueado, el pensamiento busca una sutil salida. Allí todo existe en función de las formas, de los volúmenes, de la luz, del aire – pero sobre todo en función del sentido de un sentimiento despegado y desnudo que se desliza sobre los caminos empedrados de imágenes, hasta alcanzar una especie de cielo donde se expande por completo.
En un principio a Artaud no le decepcionó la realización del guión basado en “un solo sueño”, pero él era un hombre polémico hasta la médula de los huesos y no tardó en manifestar su disgusto por la cinta de Germaine Dulac, un personaje que, antes de incursionar en la dirección cinematográfica, lo había hecho en la crítica y el periodismo. No era una improvisada, había estudiado teatro, música y pintura. Formó parte del impresionismo francés y, para cuando filma La concha y el reverendo, tenía en su haber películas más de diez realizaciones. Parecía ser la persona indicada para realizar el guión de Artaud: experiencia, ideas propias sobre el cine, amplia cultura, simpatía por el surrealismo…
Estrenada un año antes que [Pelicula] Un Perro Andaluz de la dupla formada por [Director] Luis Buñuel y [Escritor] Salvador Dalí , la película de Dulac, debió de resultar para los espectadores un verdadero shock. No existía nada que los preparara para asistir a la puesta en escena de un guión que, al decir de Artaud:
No tuviera en cuenta el conocimiento y la ligazón lógica de los hechos, sino que, yendo mucho más allá, buscase en el oscuro origen y en el divagar del sentimiento y del pensamiento las razones profundas, los impulsos activos y velados de nuestros actos tenidos por lúcidos, manteniendo sus evoluciones en el terreno del surgir, de las apariciones.
Un guión que daría pie a una película que, resultara similar a la “mecánica de un sueño”. Viéndolo así, como muchas otras ideas de Artaud, resultaba imposible su realización, dado que buscaba, nada más y nada menos que reconstruir
el mecanismo puro del pensamiento. Así, el espíritu abandonado a sí mismo y a las imágenes, infinitamente sensibilizado, esforzándose en no perder nada de las inspiraciones del pensamiento sutil, se encuentra preparado para reencontrar sus funciones primarias, vueltas sus antenas hacia lo invisible, hasta recomenzar la resurrección de la muerte.
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Pero la colaboración entre estos dos artistas nos regaló una de las películas más inquietantes de la historia del cine francés y un documento donde la poesía y el erotismo, se trenzan en imágenes bellas y perturbadoras que sin duda contribuyeron en mucho a renovar el lenguaje del cine.