Hacer comedia no es fácil y hacer un drama romántico convincente también puede ser todo un reto. Hacer una comedia romántica de calidad es entonces un doble desafío y, sin embargo, casi cada fin de semana vemos que se estrena, al menos, una cinta de este tipo. En todas las industrias del mundo se producen comedias románticas de cajón y de forma maquilada. Es un género que parece ser un comodín seguro, algo parecido al horror, así que, sin importar la calidad de la cinta, las parejas y los fans del terror siempre llenarán las salas para ver cintas de ambas vertientes, lo que da como resultado una gran cantidad de producciones. De igual manera, una historia romántica con tintes melodramáticos es un gran imán de taquilla, sobre todo en mercados como el latino y el asiático. El público mexicano adora el melodrama y es uno de los pilares de la narrativa de ficción en nuestro país.
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Críticos, analistas y hasta psiquiatras señalan que el ideal romántico que presenta el cine de este corte es muy alejado de la realidad. Las relaciones de pareja son un asunto complicado, complejo y muchas veces neurótico, pues no todo es miel sobre hojuelas y mientras en la pantalla las parejas logran reconciliar sus diferencias con un gran beso, en la realidad las cosas no se resuelven de forma tan sencilla. Sin embargo, sería un error denostar de un plumazo todo un estilo narrativo que ha existido en el cine y la literatura durante mucho tiempo. Si el público anhela historias de grandes romances es por un par de poderosas razones.
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Primero: en el cine necesita existir diversidad de historias. La palabra diversidad podrá estar de moda, pero algunos de sus promotores parecieran olvidar su significado. Necesitamos ver el otro lado de la moneda de todo tipo de historia que se nos presente. Así como existen cintas que hablan sobre amores autodestructivos y relaciones de pareja enfermizas, también se necesitan historias que muestren fe en el ser humano y que crean que es posible encontrar el camino hacia el amor sincero y real. Negar esto sería caer en un grave error y sería limitar al séptimo arte y a sus realizadores.
La otra razón es aún más evidente: el cine posee una cualidad aspiracional inherente e innegable. Conforme se ha desarrollado la narrativa en el cine, el rito social de ir a ver una película ha adquirido más significado cultural. Millones de personas en todo el mundo esperan ver en el cine grandes historias que sacudan sus emociones, toquen sus fibras y, por supuesto, también haga reflexionar. Queremos ver al héroe derrotar al villano, al equipo coronarse campeón en la final y al padre reencontrarse con su familia. Ver al amor triunfar en la pantalla es un deseo lógico porque no podemos orbitar hacia la negatividad, hacia el abismo. Una buena historia debe buscar la luz al final del túnel, no importa qué tan largo y oscuro sea.
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Las mejores historias de amor, sea Dos Extraños Amantes - 98%, Cuando Harry encontró a Sally... - 88% o las comedias románticas coreanas, son cintas que saben encontrar el balance entre lo ideal y lo real y son consecuentes con nuestra búsqueda del amor y la felicidad, algo importante en nuestra vida. Estas historias presentan personajes humanos entrañables y bien desarrollados, con virtudes y defectos. Los grandes narradores de historias entienden que el corazón humano no es una mercancía barata, sino un tesoro que debe tratarse con el debido respeto. Por ello, el cine romántico, sea dramático o cómico, permanecerá como una constante en las carteleras. Lo necesitamos, por supuesto, pero debe estar hecho con calidad y no insultar la inteligencia del espectador. Así como el ajedrez, muchos podrán jugarlo, pero pocos lo dominarán.
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