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Una noche de hace más de un siglo, en una época que hoy es fácil catalogar como origen de ruptura, Louis Lumière, inventor y fotógrafo, tuvo un sueño. En ese sueño, su hermano con él. Y con ambos: la memoria cinética de los siglos por venir.
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Pero antes de soñar estuvieron sus padres —donde todo comienza, incluso cuando ese inicio es una catástrofe o, en este caso, un haz de luz que hoy captura la narrativa tras 2,000 años de letras, piedras, papel, tijeras y tintas. Hijos de Antoine Lumière, un comerciante, y de Jeanne Joséphine Costille, Auguste y Louis nacieron en Besançon, afincados en una Francia que apenas salía de su transición social, política y, sobre todo, bélica, aunque los hermanos en realidad crecieron en Lyon, ciudad que hacía las veces de competencia cosmopolita en el área cultural a París. Esto aconteció porque su padre Antoine se independizó de la sociedad contraída con el ambicioso Emile Lebeau, también fotógrafo reconocido en la región.
Louis y Auguste trabajaron en el taller fotográfico de su padre; Louis como físico y Auguste como administrador. Louis, de hecho, hizo algunas mejoras en el proceso de fotografías estáticas, haciendo gala de sus dotes como inventor muy necesitado de hacer perdurar cuanto es víctima de la óptica. Tanto así, que a partir de 1892 ambos hermanos empezaron a trabajar en la posibilidad de fotografiar imágenes en movimiento. Patentaron una cifra —más elocuente que cualquier ditirambo— de adelantos trascendentales en lo que hoy es toda una industria del entretenimiento que se cuece aparte.
El hambre de conocimiento que los mantenía despiertos por las noches contaba con una capacidad titánica de mantener la fraternidad a costa de lo que fuera. Sin embargo, las pasiones tuvieron que bifurcar, apenas brevemente, sus respectivos caminos, donde el ocio y el negocio familiar figuraban como un misterio y una promesa. El joven Louis sobresalió en los estudios que realizó en el liceo La Martinière. Auguste, por su parte, se aficionó hasta especializarse en el negocio familiar a nivel administrativo. Lo suyo, lo suyo, siempre fue hacer del ingenio materia prima para la ingeniería y la creatividad. Más tarde, cuando finalmente tomó parte del negocio familiar, junto a su hermano Auguste formó una de las duplas más importantes para el arte.
Louis comenzó a trabajar con su padre desarrollando iniciativas en la fábrica de material fotográfico, una de las más reputadas en las últimas décadas del siglo XIX. En torno a 1890, Louis y Auguste conocieron algunos de los inventos que se patentaban y que intentaban crear un sistema de imágenes en movimiento. Las noticias de los trabajos de sus coetáneos y los experimentos que se desaprovechan no sólo en Francia sino en otras latitudes, crearon en Louis una curiosidad a punto de estallar.
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Así, la inspiración llegó de lejos, como acontece en ciertos relatos de madurez dignificados por entornos fantásticos. De regreso de un viaje a París, su padre trajo un kinetoscopio (precursor del proyector cinematográfico desarrollado por William Kennedy Laurie Dickson mientras trabajaba con Thomas Edison) a una cena familiar rebosante de calor hogareño. Era, para verlo más claramente, una escena sencilla: papá volviendo de un viaje de esos que acostumbran los varones de la casa —papá que no va en busca de la papa a vivir aventuras, es un papá que poco o nada puede contarnos de la vida y el mundo—, con los sentidos haciendo las veces de alforjas, y que regresan rebosantes de relatos coronados con un objeto lleno de misterio entre manos. Para descifrar su viaje, queda atender lo que el objeto quiera decirnos.
Los dos hermanos tomaron el kinetoscopio, lo iluminaron, preguntaron con fruición su origen, sus características, las reglas del juego y lo inspeccionaron obsequiosamente, con lujo de lupa y monóculo. Pronto, los cuatro ojos iluminados de infancia concibieron un propósito que realizarían a partir de artificios ya presentes en el haber fotográfico, por el momento, estancado en el estatismo del instante capturado.
Una noche, no mucho tiempo después, Louis se fue a dormir fascinado con la idea de hacer a las imágenes una cadena en movimiento capaz de sustituir ciertas pericias que escapaban a la memoria. Concibió, con lujo de ingeniería y detalles plásticos, mientras sus manos se movían acompasadas por una sapiencia que no tenía aún desarrollada, un aparato que servía como cámara y proyector al mismo tiempo. Se llamó cinematógrafo. Un aparato que se basaba en el efecto de la persistencia retiniana de las imágenes en el ojo humano, pieza que haría las veces de carnaval, entretenimiento o documentación visual de cuanto al ojo fuera asequible. Vio cómo él y su hermano cargaban afanosamente las piezas de la cámara filmadora en un cajón para transportarlo de un lugar a otro.
El cinematógrafo fue patentado el 13 de febrero de 1895. Ese mismo año, los Lumière rodaron su primera película, La sortie des ouvriers des usines Lumière à Lyon Monplaisir (Salida de los obreros de la fábrica Lumière en Lyon Monplaisir). Una escena cotidiana, sencilla, sin aspiraciones artísticas. Una artesanía de la genialidad de este aparato. Fue presentada el 22 de marzo de 1895, tres días después del rodaje, en una sesión de la Société d'Encouragement à l'Industrie Nacional en París. Por supuesto, la perplejidad, las exclamaciones, lo dijeron todo en su momento.
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Tras presentarse en sociedades científicas, dentro de la Universidad de la Sorbona, en Bruselas y algunos otros lugares, los Lumière decidieron hacer una exhibición comercial de las películas que habían rodado. Aconteció, pues, en el Salon indien du Grand Café, un sótano en el número 14 del Boulevard des Capucines, un 28 de diciembre de 1895, con la Navidad todavía presente en el ambiente y un año nuevo por llegar. Se proyectaron otras películas, escenas cotidianas, como Llegada de un tren a la estación de la Ciotat y El regador regado, en la que aparece el jardinero Jean-François Clerc.
Y el cine comenzó su historia documental al salir del trabajo; llegó en un tren a la casa y regó las plantas para recordarle a todos que este era el nuevo imperio de la imagen con la sencillez de la vida cotidiana.
Para Louis y su hermano, este sueño fue un divertimento digno de comprometer su tiempo, su dedicación y su negocio familiar. Sin embargo, los hermanos Lumière dijeron en su momento que “el cine es una invención sin ningún futuro”. Aun así, aprovecharon todo lo que el nuevo invento les ofreció para montar un negocio rentable. Finalmente, para ellos era una veleidad, un divertimento. Un sueño de inventor que terminaba su labor al ver que funcionaba y, sin más, salir por la puerta de atrás para que los narradores se ocuparan de usarlo. Finalmente, ¿para qué otra cosa se ocuparía, si no, una instrumento como éste?
Ahora, a ver una película.
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Louis y Auguste trabajaron en el taller fotográfico de su padre; Louis como físico y Auguste como administrador. Louis, de hecho, hizo algunas mejoras en el proceso de fotografías estáticas, haciendo gala de sus dotes como inventor muy necesitado de hacer perdurar cuanto es víctima de la óptica. Tanto así, que a partir de 1892 ambos hermanos empezaron a trabajar en la posibilidad de fotografiar imágenes en movimiento. Patentaron una cifra —más elocuente que cualquier ditirambo— de adelantos trascendentales en lo que hoy es toda una industria del entretenimiento que se cuece aparte.
El hambre de conocimiento que los mantenía despiertos por las noches contaba con una capacidad titánica de mantener la fraternidad a costa de lo que fuera. Sin embargo, las pasiones tuvieron que bifurcar, apenas brevemente, sus respectivos caminos, donde el ocio y el negocio familiar figuraban como un misterio y una promesa. El joven Louis sobresalió en los estudios que realizó en el liceo La Martinière. Auguste, por su parte, se aficionó hasta especializarse en el negocio familiar a nivel administrativo. Lo suyo, lo suyo, siempre fue hacer del ingenio materia prima para la ingeniería y la creatividad. Más tarde, cuando finalmente tomó parte del negocio familiar, junto a su hermano Auguste formó una de las duplas más importantes para el arte.
Louis comenzó a trabajar con su padre desarrollando iniciativas en la fábrica de material fotográfico, una de las más reputadas en las últimas décadas del siglo XIX. En torno a 1890, Louis y Auguste conocieron algunos de los inventos que se patentaban y que intentaban crear un sistema de imágenes en movimiento. Las noticias de los trabajos de sus coetáneos y los experimentos que se desaprovechan no sólo en Francia sino en otras latitudes, crearon en Louis una curiosidad a punto de estallar.
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Los dos hermanos tomaron el kinetoscopio, lo iluminaron, preguntaron con fruición su origen, sus características, las reglas del juego y lo inspeccionaron obsequiosamente, con lujo de lupa y monóculo. Pronto, los cuatro ojos iluminados de infancia concibieron un propósito que realizarían a partir de artificios ya presentes en el haber fotográfico, por el momento, estancado en el estatismo del instante capturado.
Una noche, no mucho tiempo después, Louis se fue a dormir fascinado con la idea de hacer a las imágenes una cadena en movimiento capaz de sustituir ciertas pericias que escapaban a la memoria. Concibió, con lujo de ingeniería y detalles plásticos, mientras sus manos se movían acompasadas por una sapiencia que no tenía aún desarrollada, un aparato que servía como cámara y proyector al mismo tiempo. Se llamó cinematógrafo. Un aparato que se basaba en el efecto de la persistencia retiniana de las imágenes en el ojo humano, pieza que haría las veces de carnaval, entretenimiento o documentación visual de cuanto al ojo fuera asequible. Vio cómo él y su hermano cargaban afanosamente las piezas de la cámara filmadora en un cajón para transportarlo de un lugar a otro.
El cinematógrafo fue patentado el 13 de febrero de 1895. Ese mismo año, los Lumière rodaron su primera película, La sortie des ouvriers des usines Lumière à Lyon Monplaisir (Salida de los obreros de la fábrica Lumière en Lyon Monplaisir). Una escena cotidiana, sencilla, sin aspiraciones artísticas. Una artesanía de la genialidad de este aparato. Fue presentada el 22 de marzo de 1895, tres días después del rodaje, en una sesión de la Société d'Encouragement à l'Industrie Nacional en París. Por supuesto, la perplejidad, las exclamaciones, lo dijeron todo en su momento.
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Y el cine comenzó su historia documental al salir del trabajo; llegó en un tren a la casa y regó las plantas para recordarle a todos que este era el nuevo imperio de la imagen con la sencillez de la vida cotidiana.
Para Louis y su hermano, este sueño fue un divertimento digno de comprometer su tiempo, su dedicación y su negocio familiar. Sin embargo, los hermanos Lumière dijeron en su momento que “el cine es una invención sin ningún futuro”. Aun así, aprovecharon todo lo que el nuevo invento les ofreció para montar un negocio rentable. Finalmente, para ellos era una veleidad, un divertimento. Un sueño de inventor que terminaba su labor al ver que funcionaba y, sin más, salir por la puerta de atrás para que los narradores se ocuparan de usarlo. Finalmente, ¿para qué otra cosa se ocuparía, si no, una instrumento como éste?
Ahora, a ver una película.
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