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México tiene una larga historia de estar siempre en conflicto con su propio legado cultural, con sus propias costumbres y gustos particulares, sean musicales o fílmicos o de otro sabor. Es algo cíclico que ocurre cada generación: en el pasado se repudiaba la salsa y cumbia, ahora los artistas de moda graban duetos con bandas de salón de baile y de toquines de la cuadra, antes la lucha libre era vista como un deporte de “nacos y barriada” y ahora es objeto de culto. Algo similar ocurre con el cine, con las sexycomedias que fueron ninguneadas como una época funesta para la industria local, como un cine corriente y vulgar, pero ahora tenemos docenas de comedias de ínfima calidad que saturan la cartelera comercial con albures y humor abiertamente homofóbico y clasista. Tenemos la cultura popular que merecemos, del mismo modo que tenemos el gobierno que merecemos, el problema es que muchos no pueden terminar de conciliar la idea de que su cultura no está compuesta de elementos “finos” y “sofisticados”. Nos queremos enorgullecer de nuestras raíces pero negamos lo español o lo indígena, una perpetúa contradicción que gente como Octavio Paz y otros tantos han tratado de desentrañar por décadas.
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Con sus altas y bajas, con sus momentos de gloria y de vergüenza, el cine mexicano ha logrado sobrevivir y ha hecho lo posible por mantenerse vigente de un modo u otro. De responder a los tiempos que vivimos y presentar al público contemporáneo un producto con el que se divierta e incluso con el que se identifique. Un [Pelicula] Nosotros los Nobles hablaba de un fenómeno cultural muy propio de México: la lucha de clases y los infames mirreyes. Otras comedias han logrado retratar a un país que, para bien o para mal, existe y tiene su lugar y razón de ser. Esto último es lo que realmente define a las expresiones artísticas de una nación: el sentir humano de una o varias voces que reflejan una idiosincrasia particular. Así lo era el cine de [Director] Ismael Rodríguez y los melodramas de la época de oro, ahora denostados por algunos críticos "progres" como sermones mochos, así lo fueron las sexycomedias con su humor lepero y así lo son las cintas comerciales mexicanas de la actualidad. Cada oleada obedece a la atmósfera y sentir del momento y de los realizadores detrás de estas creaciones.
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Las fricciones entre lo popular y el “buen gusto” no es nada nuevo, pero en tiempos de redes y de mayor difusión de contenidos parecieran recrudecerse. Una reciente declaración de una figura de un recinto como lo es la Cineteca Nacional dejó claro que estos pleitos de clase y cultura se mantienen muy vivos. Este 2017 se cumplen 100 años del natalicio de Rodolfo Guzmán Huerta, mejor conocido como Madeline Brewer, el enmascarado de plata. La leyenda de los cuadriláteros se convirtió en un icono de la cultura popular tanto por sus aventuras en el ring como por sus odiseas en la pantalla grande, donde enfrentó a vampiros, hombres lobo, momias y toda clase de entes reales y sobrenaturales. Hace unos días circuló una entrevista realizada por Revés Online al director de dicho centro cultural, Alejandro Pelayo, y ante el cuestionamiento sobre exhibir las películas del luchador este expresó que ese cine no tenía cabida ahí debido a su pobre calidad de producción. Las palabras empleadas por Pelayo fueron bastante despectivas y básicamente dejaba claro que ese no era cine de verdad y que carecía de valor cultural. Pelayo ya se contradijo y la institución emitió un comunicado para deslindarse. Sin embargo, el daño está hecho y la realidad se vuelve a asomar: la idea de que la cultura es algo que deben guardar celosamente un puñado de autoproclamados eruditos, quienes elegirán bajo sus preceptos que es y que no es digno de verse y analizarse, continua como una máxima para varias personas.
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Pensar que el cine protagonizado por El Santo no vale la pena ser discutido y exhibido por que esta “chafita” es una miopía garrafal, es evidencia que la ironía máxima de los promotores culturales es no saber entender la cultura como tal, lo mismo va por los que creen que estas cintas merecen ser objeto de burla. El cine de Madeline Brewer se mantiene como un referente no por su falta de calidad narrativa o de presupuesto, sino por lo que representa en un contexto histórico muy específico. El cine de luchadores es un producto netamente mexicano que ningún otro país del mundo posee. Era el cine que llenaba las salas comerciales de nuestro país por varias décadas, algo que varias cintas de “arte” risibles, deficientes y pedantes que se llegan a estrenar en salas de arte son incapaces de hacer. El cine de luchadores, así como el de ficheras y de narcos y de acción fronteriza de los hermanos Almada es parte de nuestra cultura popular. Es entonces lamentable que para varias figuras de la cultura, este cine deba ser agarrado como el chivo expiatorio de los males de una industria que se vino a menos por diferentes motivos. Que sea el vehículo por el cual demuestran su ignorancia y arrogancia al despreciar y burlarse con risa socarronas de un cine que nunca pretendió ser de alto embalaje. Era un cine cuyo propósito y finalidad era entretener, ni más ni menos. Pensar que la popularidad opera en contra de la cultura es uno de los grandes mitos que varios academicos y otros personajes han insistido en propagar. Que los géneros fantásticos no valen la pena y que no pueden decir nada sobre la cultura y la condición humana. Falacias que deben ser erradicadas de una vez por todas, más en estos tiempos en los que la información abunda y ya no puede ser tomada como rehén por unos cuantos.
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Una vez más hay que recalcar una verdad ineludible: cada cosa tiene su lugar y razón de ser, lo tiene el cine de Eugenio Derbez, lo tiene el cine independiente con propuesta para festivales y lo tiene el cine abiertamente comercial. Toda industria con un ritmo de producción sano necesita tener un balance entre todas las distintas facetas del séptimo arte. La oferta de historias debe estar enriquecida, no tiene porque existir un pleito entre géneros e historias. Los que insisten en enfrentar unas cintas con otras, los que insisten en negar el derecho de ser de ciertos largometrajes, no entienden que son los contrastes lo que le dan textura a cualquier país en términos cinematográficos. Así como debe existir el humor debe existir la tragedia e incluso la tragicomedia. Poner estas cercas imaginarias no hacen ver más culto a nadie, todo lo contrario, sólo exhiben la falta de visión de los promotores y hacedores de arte. Si hasta Madeline Brewer aparece en [Pelicula] Coco de Pixar es por una buena razón, porque la máscara del gladiador nos representa en todo el mundo, tanto como los tacos, el tequila y el águila que devora a la serpiente. Si otras naciones lo pueden entender, es hora de que nosotros lo podamos captar con una dosis necesaria de orgullo y humildad.
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