Este 26 de enero se cumplieron 40 años del estreno de una de las máximas cintas de culto en la historia del cine mexicano. Nuestro cine, muchas veces estereotipado y reducido a un puñado de cintas de Pedro Infante y comedias modernas, tiene una rica historia de cintas con personalidad, difíciles de clasificar y que han resistido la prueba del tiempo. En el caso de Alucarda, La Hija de las Tinieblas - 100%, la obra que cumple ya cuatro décadas de aparecer en el mundo, hablamos de una de las cintas más estridentes y demenciales que cualquier cineasta mexicano haya podido concebir.
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El responsable de la orgia de sangre y adoración satánica que es Alucarda, la hija de las tinieblas, fue Juan López Moctezuma, un artista que en muchos sentidos chocaba con la escena artística intelectual de su época. Amante del jazz y la literatura inglesa de misterio y perversa. Moctezuma fue también productor de Fando y Lis - 67%, el primer largometraje de Alejandro Jodorowsky y por el que casi es linchado en un festival de cine en Acapulco.
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Alucarda contaba con un reparto de intérpretes jóvenes y experimentados. Por un lado la bella Tina Romero, quien interpreta al personaje protagónico. David Silva, galán de la época de oro del cine nacional y el siempre increíble Claudio Brook. Inspirada en Justine y Carmilla, del Marqués de Sade y Sheridan Le Fanu respectivamente, la cinta es un viaje sin escalas a lo más recóndito del infierno. La trama bien podrá recorrer caminos similares a otras cintas de horror y ocultismo de la era, en particular a la variante del cine de “nunexploitation” (historias de monjas poseídas por el diablo y entregadas a enormes orgías en conventos). Sin embargo, la cinta posee su propia personalidad de principio a fin.
Hablar más de la trama o personajes es contraproducente en el sentido de que Alucarda es una cinta que se debe experimentar en toda su psicotónica belleza. Las historias de la filmación son tanto o más fascinantes que la misma cinta y es que una escena casi le cuesta la vida a la actriz principal. Al calor de voraces llamas que amenazaban en consumir su vida, Romero buscaba con la mirada a Moctezuma, quien gritaba “¡muere!” en lugar de corte. Esa anécdota resume perfectamente la caótica naturaleza de la cinta, que se mantiene constante desde su primera escena hasta su apocalíptico final. La eternamente vestida de negro Alucarda es un bello agente del caos y sus gritos y mirada profunda son retratados por la cámara del cineasta con afable atención, incluso cariño.
Abiertamente anti católica y anti todo lo que las buenas costumbres de la era tenían como estándares de lo sagrado, lo de Moctezuma no era una vil provocación juvenil (como tantas que abundan en la actualidad en el cine mexicano). Lo suyo era una confrontación real con la audiencia, una que sobra decir no le trajo muchos adeptos. Olvidado y renegado por críticos y otros pomposos intelectuales, eternos miopes en su ridícula cruzada por monopolizar la cultura, el realizador murió en el olvido en un hospital psiquiátrico. Los homenajes han sido póstumos a su breve pero sustanciosa obra. Para ojos de espectadores jóvenes, las imágenes de Alucarda difícilmente arrancaran alaridos, pero para quien ame el cine con una propuesta genuinamente inusual y vibrante, el mundo de Moctezuma siempre tendrá algo que ofrecer. Alucarda no es cualquier curiosidad histórica, es una auténtica joya de culto de nuestro cine, una que merece ser visitada y apreciada las veces que sea necesario.
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