Tal vez te interese
El cine documental hecho en México se ha mantenido saludable a pesar de su inminente recorrido por lugares comunes al que lo han llevado algunos directores. Ya sean películas sobre el papá del director o sobre algún personaje marginado excéntrico, sin mencionar la obsesión con el México indígena y la miopía al abordarlo, los clichés no se han hecho esperar en el circuito de festivales. Sin embargo, entre esas propuestas surgen poderosos testamentos fílmicos como La libertad del diablo, una cinta que, como otros notables documentales nacionales, busca hacer reflexionar al espectador sobre aspectos de nuestra cotidianidad que hemos dejado de considerar con consciencia.
Lee también: Las mejores películas mexicanas de 2017 según la crítica
México es un país lleno de fuertes contrastes y, a pesar de la amplia gama de texturas que invaden cada calle, rincón y azotea de la nación, las miradas introspectivas aún son la excepción. Las redes sociales han convertido varios de nuestros mejores y peores hábitos en un espectáculo, uno que fascina y produce morbo por igual. En el caso del narcotráfico y crimen organizado, su existencia en el imaginario colectivo es un tanto complicada. La narcocultura permea los estratos bajos y altos de esta nación, la idiosincrasia de generaciones de mexicanos ha sido moldeada con base en principios abiertamente hostiles: el que no tranza no avanza, chíngatelos primero antes que ellos a ti. Formar ciudadanos a punta de golpes y frases que condonan la violencia han dejado como resultado mexicanos convencidos de que el robo, la mentira y la deshonestidad son la mejor manera de avanzar en la vida.
Lee también: El cine mexicano estrenado en enero 2018, bajo el escrutinio de la crítica
Esta imagen, por supuesto, nos causa un enorme conflicto y contradice a la otra imagen, más colorida pero también muchas veces frívola, del mexicano amiguero, caluroso, fiestero, apegado a su familia y leal a principios más nobles. El compás moral de México está roto desde hace años y el cineasta [Director] Everardo González lo sabe perfectamente por eso ha llevado su cámara a lo profundo del corazón de las tinieblas de esta nación herida con [Pelicula] La Libertad del Diablo. Por medio de entrevistas con sicarios, miembros del ejército, de la policía federal y con familiares de inocentes desaparecidos el cineasta busca confrontar a una audiencia que lleva años atrapada en la apatía y la resignación. Se insiste en culpar al gobierno mexicano, a los ciudadanos estadounidenses y a los medios de perpetuar el virus del narcotráfico. Sin embargo, destruir la vida de miles de mexicanos ha sido un esfuerzo colectivo generado desde adentro, desde las colonias, plazas y comunidades que componen el grueso del país.
La cinta toma una decisión estética arriesgada, pero cuyas repercusiones son más profundas de lo que aparentemente se pensaría. Al cubrir los rostros de los individuos con máscaras, se hace una referencia a la incompetencia de las autoridades (insistentes en llamar daño colateral a todos los muertos de la fallida guerra contra el narco) y se toca una fibra en un público que cree que porque no conoce los nombres y rostros podrá permanecer indiferente al dolor ajeno. El poder de las palabras de los testimonios aquí retratados mueven a la cinta al terreno de lo sórdido e irreal y es que las historias parecen sacadas de un guión de película de terror. Las miradas que salen de los hoyos de las máscaras buscan los ojos de la audiencia que cae lentamente y casi sin darse cuenta en estos rincones oscuros y olvidados de una catástrofe humanitaria que ha destruido la vida de familias enteras y que ha dejado sin poder dormir a varios que decidieron entregar su alma al diablo a cambio de placeres efímeros que otorga el dinero.
Existe una desconexión del mexicano con la realidad, con la noción de que vive en comunidades y no en cubos de aislamiento y que todos formamos parte un mismo organismo social. Esta desconexión resuena en las palabras de uno de los sicarios. No los conozco, no me importa matarlos, pero cuando llegaban las órdenes de matar niños las cosas ya no eran tan sencillas. Órdenes, las mismas que recibía un militar para apoyar a grupos del narco y las que recibía un federal para hacer caso omiso de las actividades de cédulas del narco. Todos reciben órdenes y con ello también queda claro, sin que el documental tenga que repetirlo o gritarlo, que los beneficiados con la muerte de miles de mexicanos no tienen interés en detener las masacres que se viven día a día en cada rincón del país. Esto no es un problema aislado, es alimentado por los ciudadanos, por las autoridades, por cabezas de Estado y lideres morales que pretenden convencernos de que todo está bien, que imaginamos cosas y que "en otros lugares están peor".
Algunas voces acusaron los testimonios de la cinta, que operan más a manera de monólogos, de ser una forma de explotación que convierte el tema en una nota roja morbosa. Hay quienes dicen que la cinta debió ser más incisiva y que en general el tema es incómodo y es repetido hasta el cansancio en los periódicos de todo el país. Como dijera recientemente el psicólogo canadiense Jordan Peterson, decir la verdad siempre causará que varios corazones se estremezcan y varios se ofendan. De manera similar a como lo hiciera un documental como [Pelicula] The Act of Killing, es necesario hacer frente a todo eso que nos desagrada de este país que hemos construido y que a veces ayudamos a destruir un poco. La Libertad del Diablo se erige como una pieza contundente que no necesita pedir permiso a algún sector de críticos o analistas para contar su historia, la historia de un país que se desangra lenta y dolorosamente ante la mirada de indiferencia de millones que lo habitan.
Lee también: Todo Mal | el humorismo mexicano mal y de malas
Lee también: Las mejores películas mexicanas de 2017 según la crítica
México es un país lleno de fuertes contrastes y, a pesar de la amplia gama de texturas que invaden cada calle, rincón y azotea de la nación, las miradas introspectivas aún son la excepción. Las redes sociales han convertido varios de nuestros mejores y peores hábitos en un espectáculo, uno que fascina y produce morbo por igual. En el caso del narcotráfico y crimen organizado, su existencia en el imaginario colectivo es un tanto complicada. La narcocultura permea los estratos bajos y altos de esta nación, la idiosincrasia de generaciones de mexicanos ha sido moldeada con base en principios abiertamente hostiles: el que no tranza no avanza, chíngatelos primero antes que ellos a ti. Formar ciudadanos a punta de golpes y frases que condonan la violencia han dejado como resultado mexicanos convencidos de que el robo, la mentira y la deshonestidad son la mejor manera de avanzar en la vida.
Lee también: El cine mexicano estrenado en enero 2018, bajo el escrutinio de la crítica
Esta imagen, por supuesto, nos causa un enorme conflicto y contradice a la otra imagen, más colorida pero también muchas veces frívola, del mexicano amiguero, caluroso, fiestero, apegado a su familia y leal a principios más nobles. El compás moral de México está roto desde hace años y el cineasta [Director] Everardo González lo sabe perfectamente por eso ha llevado su cámara a lo profundo del corazón de las tinieblas de esta nación herida con [Pelicula] La Libertad del Diablo. Por medio de entrevistas con sicarios, miembros del ejército, de la policía federal y con familiares de inocentes desaparecidos el cineasta busca confrontar a una audiencia que lleva años atrapada en la apatía y la resignación. Se insiste en culpar al gobierno mexicano, a los ciudadanos estadounidenses y a los medios de perpetuar el virus del narcotráfico. Sin embargo, destruir la vida de miles de mexicanos ha sido un esfuerzo colectivo generado desde adentro, desde las colonias, plazas y comunidades que componen el grueso del país.
La cinta toma una decisión estética arriesgada, pero cuyas repercusiones son más profundas de lo que aparentemente se pensaría. Al cubrir los rostros de los individuos con máscaras, se hace una referencia a la incompetencia de las autoridades (insistentes en llamar daño colateral a todos los muertos de la fallida guerra contra el narco) y se toca una fibra en un público que cree que porque no conoce los nombres y rostros podrá permanecer indiferente al dolor ajeno. El poder de las palabras de los testimonios aquí retratados mueven a la cinta al terreno de lo sórdido e irreal y es que las historias parecen sacadas de un guión de película de terror. Las miradas que salen de los hoyos de las máscaras buscan los ojos de la audiencia que cae lentamente y casi sin darse cuenta en estos rincones oscuros y olvidados de una catástrofe humanitaria que ha destruido la vida de familias enteras y que ha dejado sin poder dormir a varios que decidieron entregar su alma al diablo a cambio de placeres efímeros que otorga el dinero.
Existe una desconexión del mexicano con la realidad, con la noción de que vive en comunidades y no en cubos de aislamiento y que todos formamos parte un mismo organismo social. Esta desconexión resuena en las palabras de uno de los sicarios. No los conozco, no me importa matarlos, pero cuando llegaban las órdenes de matar niños las cosas ya no eran tan sencillas. Órdenes, las mismas que recibía un militar para apoyar a grupos del narco y las que recibía un federal para hacer caso omiso de las actividades de cédulas del narco. Todos reciben órdenes y con ello también queda claro, sin que el documental tenga que repetirlo o gritarlo, que los beneficiados con la muerte de miles de mexicanos no tienen interés en detener las masacres que se viven día a día en cada rincón del país. Esto no es un problema aislado, es alimentado por los ciudadanos, por las autoridades, por cabezas de Estado y lideres morales que pretenden convencernos de que todo está bien, que imaginamos cosas y que "en otros lugares están peor".
Algunas voces acusaron los testimonios de la cinta, que operan más a manera de monólogos, de ser una forma de explotación que convierte el tema en una nota roja morbosa. Hay quienes dicen que la cinta debió ser más incisiva y que en general el tema es incómodo y es repetido hasta el cansancio en los periódicos de todo el país. Como dijera recientemente el psicólogo canadiense Jordan Peterson, decir la verdad siempre causará que varios corazones se estremezcan y varios se ofendan. De manera similar a como lo hiciera un documental como [Pelicula] The Act of Killing, es necesario hacer frente a todo eso que nos desagrada de este país que hemos construido y que a veces ayudamos a destruir un poco. La Libertad del Diablo se erige como una pieza contundente que no necesita pedir permiso a algún sector de críticos o analistas para contar su historia, la historia de un país que se desangra lenta y dolorosamente ante la mirada de indiferencia de millones que lo habitan.
Lee también: Todo Mal | el humorismo mexicano mal y de malas