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En [Pelicula] De la Infancia, P.D. James adapta la novela homónima del escritor capitalino Mario González Suárez publicada hace veinte años. En esta versión, los protagonistas son la familia Niebla encabezada por Basilio, su pareja Sofía ( Giovanna Zacarías) y sus tres hijos. Basilio ( Damián Alcázar) es un ladrón de poca monta quien vive al día de “trabajitos” que le salen en el camino y robos ocasionales. Tal estilo de vida -aunado a su conducta errática, sus traumas del pasado y su conducta muy agresiva- lo tiene hundido en una precaria situación orillándolo a vivir con su familia en un sucio cuchitril propiedad de su padrino, un hampón conocido como Aguacate ( Ernesto Gómez Cruz).
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La violencia, inestabilidad y crudeza en la que vive inmerso tienen profundas repercusiones en su familia, siendo Francisco ( Benny Emmanuel) -su hijo mayor- uno de los más afectados y la figura principal en la que se enfoca el filme. Francisco ama a su padre y su familia, pero tiene que ocultar su paupérrima situación a sus compañeros de clase, enfrentarse al principal bully de su escuela; descubrir que los hogares más idílicos pueden ocultar espantosas abominaciones; pero sobre todo, debe soportar las fuertes discusiones entre sus padres que no pocas veces terminan en golpes.
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Así, el espectador acompaña al menor durante su estancia en un mundo duro, cruel y poco amigable, donde intenta jugar y vivir su infancia como cualquier otro niño de su edad, y que -a pesar de todo- logra hallar en ese universo momentos de felicidad y amor, mezclados con otros muy dramáticos, fuertes y aterradores, los cuales lo hacen madurar demasiado rápido. “Ya se todo sobre la muerte” dice uno de los protagonistas infantiles con un dejo de seguridad y desencanto.
En contraste, los adultos parecen por momentos seguir siendo niños… niños cuya infancia también fue rota o manchada por un pasado de abusos y violencia que marcó sus vidas y que parecen condenarlos a repetirla con sus propia descendencia, en una espiral aparentemente interminable. Del mismo modo, los hijos mimetizan sus frustraciones, su agresividad y otros aspectos nocivos en un cuento de nunca acabar.
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De forma transversal, Carrera aborda temas que a pesar de los años transcurridos desde que se produjo la película siguen -tristemente- siendo de mucha vigencia: el bullying, el cutting, la violencia doméstica, el abuso y la explotación de menores, la pobreza extrema… todos ellos amenazas que acechan a los protagonistas, los atormentan y en ocasiones sellan fatalmente sus destinos.
En contraste con estos universos aterradores, -y quizá para evitar un poco que su relato caiga en los terrenos del tremendismo o del regodeo en la miseria al estilo Travis Beacham-, el cineasta adereza (y por momentos alivia, y en otros acentúa) su narración con una serie de elementos fantásticos, los cuales funcionan como mecanismos de defensa usados por los protagonistas para protegerse de su nada agradable realidad, o para ayudarles a reinterpretarla. Así, tenemos fantasmas que parecen provenir de un futuro posible -de hecho, Francisco está convencido que un espectro lo protege como si fuese su ángel guardián-; niños abordando robots gigantes para escapar de episodios violentos y angustiantes; o una grotesca -y cómica a la vez- sátira de la eucaristía católica y de algunos de sus iconos religiosos.
Así, P.D. James ofrece una mirada oscura y desoladora de la niñez. Esa niñez donde los miedos infantiles se hermanan o a veces son rebasados por las monstruosidades del mundo adulto, donde lo que es correcto y lo que no se vuelve algo relativo, donde entre juegos los niños aprenden a robar, a beber, incluso a matar. Pero aún en dicho mundo existe belleza, cariño, solidaridad y esperanza. E incluso el director se permite insertar una sutil moraleja sobre la paternidad responsable como uno de los caminos para corregir y evitar que el porvenir de los niños se enrarezca y desemboque en un mortal abismo.
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