Hace 20 años hablar del cine de Corea del Sur era hablar de algo que el grueso del público y crítica internacional desconocía casi por completo. Salvo algunos estudiosos dedicados, buena parte de la escena fílmica mundial no tenía una verdadera noción del tipo de películas que se producían en la nación oriental. Hablamos de la era antes de la llegada de cintas como [Pelicula] Oldboy: Cinco Días para Vengarse, [Pelicula] A Bittersweet Life, [Pelicula] Oasis entre otras. Esta omisión no era producto de la casualidad o la mera miopía, Corea del Sur es un país que para la década de los 90 apenas se recuperaba de décadas de turbulencia política y social. El inicio del siglo XX no fue de lo más prometedor para los coreanos, esto debido a la ocupación militar japonesa que duró hasta terminada la Segunda Guerra Mundial. Después de esto vendría la guerra de Corea, la cual fracturó en dos a la sociedad coreana, lo que daría como resultado la división entre el norte y el sur. En los 60 vendría un golpe de estado y desde ahí hasta entrados los 80 el país tendría que soportar la penuria de una enorme dictadura, la cual vino acompañada de todas las linduras que generalmente incluye este tipo de régimen: censura, opresión y una ataque a las libertades y garantía individuales de los ciudadanos. Sería hasta finales de los 80 y principios de los 90 que Corea del Sur empezaba a respirar, a su vez, su hermano del norte desarrollaba una peculiar industria bajo los designios autoritarios de Kim Jong-Il, aunque esa es otra historia.

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Mientras que de otros países existe todo un archivo histórico de su pasado fílmico, el cine de Corea del Sur durante la ocupación japonesa se reduce apenas a unas tres películas que han logrado sobrevivir y las tres son cintas de corte propagandístico en pro de los ocupantes japoneses. Nada del cine silente y de años posteriores logró sobrevivir. Luego de la guerra de las dos coreas y a inicios de los 60 surgen dos películas importantes que a la fecha se mantienen como piezas esenciales del cine surcoreano: The Housemaid y Obaltan. La primera, un melodrama con moraleja donde una criada seduce al jefe de una familia acomodada. La segunda, un crudo drama neorealista en el que un contador intenta sacar a flote a su familia de entre las ruinas de la guerra. Lamentablemente estas dos cintas no pudieron lograr levantar de lleno la industria local, esto debido a la llegada al poder de Park Chung-hee, quien estaría en el poder desde 1963 hasta su asesinato en 1979. Bajo su mando el cine coreano cayó drásticamente en números de producción y sufrió una severa censura. Temas que dañaran la imagen pública de Corea del Sur no eran tolerados, dicho sea en otras palabras, cualquier crítica al mandato de un hombre que fuera ultimado por su propio jefe del servicio secreto.



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A pesar de tan lugubre panorama las cosas cambiarían favorablemente a partir de finales de los 80 y principios de los 90. Empresas como Daewoo y Samsung entran al negocio de financiar películas y así, con las garras de gobiernos autoritarios fuera del arte, el cine coreano empieza a sembrar las semillas de lo que después serían enormes éxitos de taquilla y crítica no solo a nivel local sino también internacional. La llegada de ese cine a festivales y carteleras comerciales a principios de los 2000 tomó a varios por sorpresa. El cine coreano no es ninguna moda, es un punto de referencia obligado y para entender ello hay que examinar los tres puntos claves que han hecho que este cine se hay convertido en una fuerza descomunal.

Una separación clara entre el estado y la inversión privada



Como ya se mencionó, el control que ejercía el gobierno sobre la producción fílmica lejos de beneficiarla la perjudicó de forma permanente. A diferencia de otros países (México incluido) en los que el estado se involucra en los procesos de producción, Corea del Sur ha marcado claras separaciones entre estado e inversión privada. Operan juntos, más no revueltos y es que la acertada colaboración mutua ayudó a que la industria se volviera el monstruo que es ahora. El gobierno coreano estableció desde los 60 una cuota de exhibición que obligaba a los cines a exhibir películas coreanas 146 días del año. Esta ley entró de lleno en 1993 y así la industria pudo empezar a crecer, de la mano de compañías de la iniciativa privada que invertían en producir diferentes largometrajes. Dicho sea en otras palabras: los empresarios se encargaban de ayudar a crear las películas y las autoridades aseguraban que estas tuvieran un espacio en los cines. Un trabajo en equipo efectivo que urge se pueda replicar de algún modo en México, una vez más, el estado no debería tener obligación de producir cine, pero sí de darle un espacio y no dejar que sea devorado por modelos de exhibición descarnados. Ni siquiera la reducción de la cuota anual a 73 días, esto por presiones de estudios de Hollywood, ha impedido que los espectadores llenen las salas de cine para ver cine hecho por talento de su país.

Por supuesto, de nada sirve que se deba cubrir una cuota de exhibición si no hay buenas películas que exhibir y esto nos lleva al siguiente punto.



Variedad y un equilibrio entre el arte y el espectáculo



El cine de Corea del Sur se ha caracterizado estos años por abordar historias en todo tipo de vertientes, géneros y estilos posibles: terror, drama, acción, fantasía, comedia, romance e historias basadas en hechos de la vida real. Cintas que por igual buscan entretener al público que hacerlo reflexionar. Mientras en otros países se marca una profunda división entre el cine comercial y de "arte" Corea del Sur no titubea en mandar a festivales europeos cintas diseñadas para llenar las salas de cine coreanas. Sin importar que sea una cinta de [Director] Ki-duk Kim o [Director] Chan-wook Park, sin importar que sea un drama como la reciente [Pelicula] Burning o un thriller de acción como [Pelicula] La Villana, todo esto y más es enviado por igual a Cannes o a las carteleras comerciales de otras naciones. El cine coreano no tiene temor a probar suerte con diferentes narrativas y sabe hacer que sus propuestas sean sofisticadas y contemporáneas, a la vez que pueden contar historias que resuenan en la cultura de aquel país. Mientras que otras naciones de oriente siguen sin tener mucho interés en llevar su cine a otros países (llamese Japón o India) Corea del Sur ha buscado activamente los mercados internacionales y gracias a esto algo como [Pelicula] Estación Zombie: Tren a Busan pudo llegar a nuestras pantallas.

Otro gran acierto del cine coreano es saber mantenerse relevante a los tiempos que viven sus ciudadanos, lo cual significa que las historias de corrupción que han llenado los titulares de aquellas fronteras rápidamente son interpretadas en el lenguaje cinematográfico. The King, Inside Men y otras tantas producciones recientes han buscado reflexionar sobre estos acontecimientos tan inmediatos. El arte siempre será una de las mejores herramientas que tiene el hombre para entender mejor su realidad y el cine coreano es fuerte evidencia de esto. Por otro lado, algo como la comedia romántica se ha convertido en otra especialidad del cine coreano y ha logrado crear tendencias en la escena fílmica mundial, con historias que rápidamente se han tratado de adaptar a otros mercados con resultados mixtos. Romance azucarado y sórdidas historias de la realidad de la nación, definitivamente una combinación que pocas industrias en el planeta han podido igualar.



Talento delante y detrás de cámaras



Para lograr dar forma a estas historias una camada de directores, guionistas y actores han surgido en los últimos años con un solo objetivo: contar historias que sean relevantes para cualquier espectador de cualquier latitud. Aparte de los ya mencionados Park Chan-wook y Kim Ki-duk se encuentran también [Director] Jee-Woon Kim, [Director] Joon-ho Bong, [Director] Chang-dong Lee, [Director] Sang-soo Hong entre otros. Cineastas que vivieron varios de los cambios políticos y sociales de las últimas décadas, que les tocó la prohibición de cine japonés (esto por obvias heridas históricas) y el eventual cese a dicha prohibición. Estos creadores han bebido por igual del cine hecho en casa como el hecho en todo el mundo y han logrado plasmar sus inquietudes con gran efectividad, esto por medio de historias sobre la condición humana que hacen eco en una multitud de temas. A este grupo de realizadores los ha acompañado actores con enorme talento y presencia escénica, desde un Kang-ho Song hasta un Byung-hun Lee o un Leonardo Heiblum. Enormes cátedras de actuación han quedado plasmadas en la pantalla y es difícil imaginar un mundo sin actores como estos de protagonistas de increíbles historias.

El futuro del cine de Corea del Sur es brillante, aunque a veces puede ser un tanto sombrío debido a las condiciones sociales de una nación que continua en una búsqueda constante por encontrar la estabilidad. A pesar de ello, el cine coreano se mantiene como un punto de referencia obligado para cualquier aficionado al séptimo arte, un modelo de cine del cual otros países podrían aprender muchísimo. En fútbol quizás México sea el país con más argumentos, pero en cuestión de oferta fílmica actual es claro que Corea del Sur es la potencia que vence por goliza.



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