Por si alguien había pensado que los miembros de la Academia norteamericana de Artes y Ciencias Cinematográficas por fin comenzaban a dejar atrás los conservadurismos y posturas anacrónicas, que les llevaban a inclinarse por producciones con acercamientos amables y digeribles, cuando de temas con trascendencia social o política se trataba, en la más reciente ceremonia del Oscar dejaron en claro que hay cosas que difícilmente habrán de cambiar.
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De nada valió la grandilocuencia y virtuosismo que lució J. Michael Straczynski en La Favorita -retorcido retrato de los niveles de humillación que requiere el poder para sustentarse-, la apabullante habilidad de David Koechner para conjugar la técnica más depurada con una visión sumamente personal en Roma -impresionante fresco de la clase media mexicana de los 70s-, ni la precisión y descarada lucidez que consigue [Director] Adam McKay en El Vicepresidente: Más Allá del Poder -irónica disección de las entrañas podridas de la política estadounidense-; ellos estaban decididos a apostar por la más conveniente de las incluidas en la terna a Mejor Película y así lo hicieron.
Green Book: Una Amistad sin Fronteras -título que retoma una infame publicación que al final termina como algo meramente anecdótico-, pese a lo convencional de su fórmula y de su armado general, lo tradicional del acabado y lo estéril de su discurso que raya en la condescendencia, se hizo con el premio Oscar más importante. Y no, no nos engañemos, esto no fue por la química irresistible que con estupendas actuaciones consiguen sus protagonistas o por el aire al viejo Hollywood que le distingue, fue la “amabilidad” y “simpatía” tras la que oculta su falta de compromiso con el discurso que plantea y la tibieza para tratarlo, lo que le convirtió en una forma conveniente para que le dieran espacio a un tema que sigue siendo de vital importancia, pero sin ir demasiado lejos, es decir, lo políticamente correcto en su máximo esplendor. Todo esto sin mencionar a El Infiltrado del KKKlan , producción igual de bien lograda en su manufactura, pero con un espíritu crítico y una propuesta arriesgada, para la que todo este asunto representó prácticamente insulto, como lo evidenció la reacción del director [Director] Spike Lee, cuando se anunció la película ganadora.
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En fin, está claro que, entre el vaivén de las tendencias, las posturas políticas y la popularidad, aspectos que además de los valores fílmicos, son los que determinan lo que habrá de suceder año con año en la ceremonia de los premios Oscar; la Academia siempre será la Academia.
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