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[Temporada] Game of Thrones (8) probó que una producción inteligente, encaminada a vindicar y adaptar de un modo libérrimo los libros originales de [Escritor] George R.R. Martin , podía triunfar creando un entorno donde ningún supuesto protagonista estaba a salvo ni tenía garantizada la victoria desde su frente de batalla, fuese héroe o villano. La vulnerabilidad absoluta vindicaba a la trama: cualquier paso en falso, descuido, golpe en la cabeza o traspié en los ámbitos políticos, concluía con miseria a la menor provocación. Los personajes más inusitados revivían por la voluntad de un misterioso dios que apoyaba desde sus inicios a perdedores en las batallas. Otros sufrían accidentes o salidas burdas, no por ello menos valiosas. Nada era previsible.
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De la temporada 1 a la 4, la serie se mantiene en un crescendo tremendo que pronto corona a ciertos personajes en puntos sin retorno. Esos puntos son su gloria y su condena.
Jon Snow: héroe de guerra, brújula moral y escudo de los hombres frente a los peligros que atentan contra la vida, último varón adulto de su estirpe; Daenerys Targaryen: reina, conquistadora y artífice de la revolución antiesclavista, líder de los oprimidos, tirana monárquica de corte idealista, creyente en la libertad individual como argumento de gobierno, última en la estirpe de los dragones; Cersei Lannister: dictadora, tirana genocida y opresora, mandataria consumada en el populismo y la cultura diplomática y gubernamental, bastión indoblegable que vela sólo por el bien de su familia y la perpetuación de la corona entre los suyos, con la lucha intensa de no soltar el poder, sino de perfeccionarlo; Arya Stark: asesina entrenada según la tradición de los espadachines de Bravos, curtida en la supervivencia callejera acorde al evangelio según "El Perro" y preparada para el asesinato como una de las Bellas Artes por los hombres sin rostro, apasionada por la venganza; Sansa Stark: mujer devastada por el mundo al que aspiraba pertenecer, testigo de las atrocidades inferidas a su familia, tripulada por el espíritu controlador y calculador que distingue a Cersei.
Y así sucesivamente con el resto de los personajes que acompañan desde el principio hasta el final a cada frente de batalla.
La temporada 5 mantuvo una misma temperatura y la primera mitad de la 6 apenas levantaba el vuelo. Los últimos tres capítulos de la sexta temporada, son la investidura de la serie como la saga de fantasía más plena en pantalla desde la trilogía de El Señor de los Anillos. Un ejemplo a seguir de lo que HBO ya había probado ligeramente con Roma. Un diamante que prometía, si no la misma altura de estos capítulos, sí merecía un final a la altura de los logros alcanzados en las temporadas 3, 4 y 6.
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La séptima temporada, aún en sintonía con el genio y calidad de la historia, los personajes y las imbricaciones político-económicas y las fuerzas místicas que se plantaban como salvación o amenaza, tiene múltiples resbalones y soluciones poco gráciles, propias de narradores de fórmula, que parecen subtramas prefabricadas con poco ímpetu, aunque funcionan todavía porque van adosadas a la narrativa tensa que la sexta temporada legó. Lo único que queda a deber, es que desdibuja a personajes que parecían fungir un papel más importante, como Brandon Stark. El peligro de que estos problemas perduraran hasta volverse catastróficos no figuraba, pues de la quinta a la sexta temporadas el salto es brutal y se agradece el descanso. El estancamiento y los equívocos de pronto se traducían en vuelcos argumentales interesantes, sanos, no indefectiblemente sorpresivos, sí magistrales por congruentes.
La octava temporada, entonces, se pronosticaba como un golpe de mandoble estilo "La Montaña". Sin embargo, todo falló a nivel artístico y técnico —finalmente, el cine y la televisión tienen más de profesión y oficio que de locura proveniente de las musas. ¿Por qué?
La serie se transformó en un cúmulo de vueltas de tuerca ornamentales que en lugar de driblar con los elementos existenciales previamente establecidos o las reglas del juego, los evita o ignora. Optó por explicaciones a medias más que por la concatenación argumental, que no siempre dio en el clavo de subterfugios heroicos o conmocionó con la misma fuerza que las grandes salidas de otros personajes. En resumen, apostaron por la convención, cuando la serie se caracterizaba por el disenso y la ofuscación de las tradiciones literarias y fílmicas de lo fantástico, apostando por darle conclusiones más parecidas a tragedias históricas que a literatura caballeresca o épica. Las situaciones, los procedimientos militares, las metodologías fílmicas, los diálogos, el ritmo de la edición, se encaminaron al modelo de narrativa que Hollywood más aplaude: los modelos de Disney. Una salida segura, sin riesgos, decantada a la complacencia, no a la ruptura y, en consecuencia, a un asombro que no eriza la piel a quienes veían en la serie un hito en el género.
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No es ocasión de este artículo profundizar en cada aspecto señalado en el párrafo previo, así que no se continuará con ese punto. Lo que vale la pena, es comparar una empresa tan grande como cerrar esta saga, con cerrar la saga del Universo Cinematográfico de Marvel (MCU), que lo hizo de un modo espléndido.
En niveles de tracción, son equiparables porque ambas sagas intentaron trazar una línea recta cronológica que tuviese una conclusión para la creación de sus universos. En peso para la cultura popular, también: sus personajes son icónicos y figuran como hitos del mercado del entretenimiento. En términos de valor de la franquicia para las masas de fanáticos, es decir, en valor emocional, ni se diga. El cierre es fundamental para dar credibilidad al sentido de una historia: el desenlace es crucial para que la memoria y el espíritu queden heridos de mortal herida.
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En historial, de hecho, el MCU tuvo más deslices que Game of Thrones. Ahí películas lamentables como [Pelicula] Iron Man 3, [Pelicula] Thor: Un mundo Oscuro , [Pelicula] Avengers: Era de Ultrón o la infumable [Pelicula] Capitana Marvel . O incluso esas películas medianas, como [Pelicula] Ant-Man and the Wasp, [Pelicula] Hulk: El Hombre Increíble, [Pelicula] Doctor Strange: Hechicero Supremo y [Pelicula] Los Vengadores, que son importantes para la trama, pero tampoco representan capítulos memorables más allá de los hilos conductores para que el desenlace sea lógico, preciso y creíble dentro de este universo. Por el contrario, mientras Game of Thrones fue crucial en la construcción de un clímax, el MCU supo cómo concluir meritoriamente.
Algunos puntos favorables de la conclusión del MCU que bien hubiesen servido como referente para los narradores de Game of Thrones son los siguientes:
En Game of Thrones quedaron múltiples hilos de trama sin resolver. Por ejemplo, la fe, que funge un papel capital en todos los frentes, parece desaparecer del panorama por completo. No sabemos nada más del Señor de la Luz luego de que prende fuego a las barricadas. El Dios de Muchos Rostros dejó de circular por completo. La misión de Jon Snow en tanto resucitado del Señor de la Luz. Las profecías favorables a Daenerys, tampoco figuran. La fe de Los Siete, también desaparece. Como si la fe fuese fácil de abolir a punta de ignorarla. El nuevo príncipe de Dorne no tiene historia ni nombre ni nada que respalde el valor de su voz y voto. La gente de Essos desapareció por completo de la serie como un recuerdo aciago y lejano de algo que a nadie le importa, aunque es el fundamento mismo de la trascendencia de Daenerys. El caballo blanco del capítulo cinco, entre otras cosas, es tremendamente ocioso. Tampoco sabemos qué hará ahora una Guardia de la Noche en un mundo como el que dejaron mallugado entre la neo-Daenerys y Cersei. Tampoco sirvió de nada que Jon Snow fuera Aegon Targaryen, por lo visto a ninguno de los mensajes que escribió Lord Varys (¿a quién mandó tantos telegramas? Otro misterio) surtió efecto o les valió gorro el apellido de este heredero legítimo al trono. Meera Reed es un fantasma más que nomás desaparece, pese a figurar como una pieza crucial para el viaje de Brandon Stark. Etcétera. Etcétera. Y otros 10 etcéteras.
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En cambio, en [Pelicula] Avengers: Infinity War y, sobre todo, en [Pelicula] Avengers: Endgame, la biografía de cada personaje aporta su granito de arena. Las decisiones que toman tienen consecuencias, por pequeñas que parezcan, y vindican que incluso las películas más insulsas hayan existido. ¿Por qué? Porque a diferencia de otras prácticas fílmicas live action en el ámbito del subgénero de superhéroes, como las de DC –que por cierto dan cátedra en atomizar el –, sus historias y microrelatos funcionan como pivote para articular una novela que finalice con los héroes, como lo fue en su momento los cuentos y novelas de Sherlock Holmes escritas por Sir [Escritor] Arthur Conan Doyle , o la serie de novelas protagonizadas por el comisario Maigret escritas por [Escritor] Georges Simenon . La experiencia es homogénea y procura mantener a sus estrellas cardinales al filo. El pasado de Tony Stark, su padre y Hank Pym, mencionado apenas en conversaciones de las películas anteriores, ahora luce como elemento crucial para vencer al villano. Las historias familiares y evoluciones de los personajes, frases simples, de pronto se transforman en momentos épicos. Ningún cabo queda suelto y las tramas por resolver son pivotes para nuevas historias por venir. Cada pérdida sufrida se torna una complicación para la historia de la conclusión o es en sí misma una terminación para un arco inacabado de los personajes. Los casos de figuras secundarias poco visitadas, también reciben un cierre, por simple que sea. Algo tan simple como que el Capitán América puede levantar el mazo de Thor, como se insinuó en Avengers: Era de Ultrón, es vital para una pelea mano a mano entre este soldado y Thanos. El sacrificio insinuado desde la primera película de Iron Man y Los Vengadores, le da una dimensión más profunda al tecnólogo. Y así sucesivamente: la tecnología de los genios se conjuga, el poder de Hulk tiene otros propósitos además del “smash” y las intimidades y amistades encuentran cauces para hacer del sufrimiento una forma de alcanzar el bien común.
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Pretender que todos los personajes tienen que estar en el mismo lugar al mismo tiempo viviendo exactamente lo mismo no amalgama: crea caos —y difícilmente esto reditúa en un caos proporcionado si el caos acontece en el proceso narrativo. Funciona en una pesadilla como “La Larga Noche”, sí, pero ciertas salidas se sintieron forzadas y las secuencias que remitían a películas de zombis, ceñidas, debido a que rompían la congoja erigida. En la batalla de Desembarco del Rey, donde no se entiende bien el papel de cada uno en el desastre y todo se ve apretado, desequilibrado en su paso de un punto a otro.
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Para no teorizar de más ni marear con tecnicismos, digamos que hay tres tipos de ritmo de una historia a los que podemos remitirnos para entender dónde Game of Thrones fracasa y sí triunfa Avengers: Endgame:
• Temporal. Responde al modo en que se usa la línea cronológica o circunstancial, es decir, la cadena de acciones y hechos, y donde se incluye el orden y selección de actos y fenómenos relevantes.
• Ambiental. Responde a la creación de una atmósfera a partir de los objetos, instrumentos, personas, luces, arquitectura, arte, indumentaria, etcétera, que circundan y forman parte del entorno.
• Balance de narración y diálogos. Se basa en el equilibrio que existe entre el uso de la temporalidad y ambientación del universo al caso, respecto a las acciones del habla que traducen los quehaceres de los personajes, o bien, que se convierten en acciones en sí mismas que inciden en la trama.
En los tres casos hay, también, la necesidad poética del simbolismo, de cierta lírica que, en el cine, corresponde a la manera en que se vuelven metáforas, sinécdoques, metonimias o reapropiación de arquetipos y paradigmas. Esto le da otro peso, no explícito sino insinuado, a las acometidas de la historia.
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El ritmo temporal funciona en Avengers: Endgame porque sólo se dedica mucho tiempo a secuencias donde la distensión es significativa para inducir la angustia emocional, los dilemas o la desolación. Hay momentos clave donde esta lentitud es catártica: cuando los vemos “cinco años después”; cuando el equipo comienza a reunirse; cuando vemos nuevamente a Thor; cuando Hawkeye y Black Widow obtienen la gema del alma; toda las secuencias posteriores a la muerte del líder de los Vengadores (la calma después de la tormenta). El paso del tiempo es representado en la película de Marvel según la acción concreta a desarrollar y los paralelismos entre los héroes y sus contrincantes es proporcional para medir cómo el peligro se aproxima a la misma velocidad que una posible victoria.
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Game of Thrones, como le pasó a la novena temporada de [Temporada] The Walking Dead (8), se toma mucho tiempo para secuencias donde no existen eventos cruciales para la confabulación ni se crea una tensión con la lentitud, sólo episodios parsimoniosos, sin efecto concreto sobre la trama. Se vuelven lentas y largas las secuencias y muchas veces concluyen con detalles irrelevantes o desechables. Le dedicaban mucho tiempo a dibujar una serie de acontecimientos que no concluían con algún hito para los acontecimientos por venir. Los paralelismos están desequilibrados: en unos hay exceso de calma, en otros hay alboroto y el enano camina en medio del desastre sin precaución, miedo o salvedad alguna. Todos se ven apilados pero no ofrecen nada ilustre desde sus puestos de batalla. En resumen: la elección de momentos a representar no fue depurada y esto se ve en un montón de imágenes y ciclos sin peso en la historia. Es decir: es caos está en el cómo narraron, no en la representación del caos.
Fue lo menos golpeado en la última temporada. La geografía y el desplazamiento de los personajes, eso sí, es una contrariedad. Se encuentran entre sí en circunstancias puramente casuales dentro de Game of Thrones, mientras que en Avengers: Endgame los encuentros son causales. No se dibujan líneas narrativas que confluyan debido a las misiones diversas, sino que se remiten a incluirlos en un mismo espacio para ahorrar en escenarios.
Los entornos de la serie solían poseer casi por regla sólo cuadros emblemáticos y postular piezas plásticas por el puro placer de dibujar iconografías en la pantalla. La octava temporada pocas veces luce esa característica del estilo, donde podía emplearse cualquier fotografía de la serie como fondo de pantalla o póster para una recámara. Lo lograban colocando los objetos, las personas, las piedras, la maleza, el paisaje, los vestuarios, las fogatas, las armas en el lugar preciso, en el momento correcto. En un final de temporada, era indispensable apelar a este modelo de contar historias para darle continuidad al estilo.
El caso de la última película de Marvel es emblemático porque hasta un par de tacos caídos son indispensables para entender cómo interactúan dos personajes. Las reminiscencias de lápices o gestos o ensambles de espacios y objetos son un artificio de hipertextualidad (los detractores lo llamaron fan service) que explotaron de una manera brutal, casi convulsiva, pero sin amedrentar a la historia, sino impulsándola con su aparición desde su argumento central. Los cuadros emblemáticos fueron cada vez menos y los objetos, arquitecturas y paisajes se volvieron secundarios en la octava temporada de la serie. La hipertextualidad, que cuando aparece se nota forzada o en plan “por no dejar pasar”, no goza de brillo, sino de aglutinamiento.
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El balance entre narración y diálogos no existió. Los diálogos fueron acartonados, sin lucidez ni consecuencia entre los personajes de la octava temporada de Game of Thrones. Por ejemplo, es la temporada donde hay más secuencias donde los personajes actúan, pero no hablan. Particularmente en el capítulo 5. La proeza de Avengers: Infinity War y Avengers: Endgame fue lograr que dos películas corales, con personajes bien delimitados, amén de directores y guionistas muy diferentes, conservaran su perfil tal como había sido trazado en sus películas previas, pero creando algo completamente nuevo.
¿Cómo? Simple: acciones y diálogos son completamente consecuentes con su pasado, cómo éste afectó su presente y el modo en que luchan por la posibilidad de un futuro concreto. Uno pensaría que igual acontecería con Game of Thrones, pero no es así. Sorprendentemente, hay más diálogos relevantes –no emblemáticos, eso sí– en la película de Marvel que en la última temporada de Game of Thrones. Lo cual es una falta catastrófica para la serie: los diálogos memorables articulaban la psique de los personajes con mucha fuerza en temporadas pasadas. La articulación de un perfil psicológico de los personajes a través de los diálogos es tangible en Avengers: Endgame; no así en la pandilla favorita de Westeros.
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Posiblemente faltaron más diálogos, debates, argucias discursivas y pronunciamientos en la octava temporada. Así los conocimos, así debimos despedirlos. Sobre todo al Cuervo de Tres Ojos, que parecía amenazar al Rey de la Noche y al final se revienta una de las frases mirreyes más hechizas que podrían haberse inventado los guionistas: “¿Por qué crees que vine hasta aquí?” No, bueno. Menos operaciones y minutos contemplativos, indolentes, hubiesen traído la diferencia también. En resumen: faltaron diálogos que sí fueran consistentes y sobraron secuencias de acción.
Los guionistas y directores se justificaron alegando que planearon la octava temporada como una sarta de sorpresas para el espectador. Pues bien, el problema esencial es que una sorpresa lo es cuando orbita en la lógica de un universo y este universo trae a colación, siguiendo sus propios preceptos, consecuencias inéditas o inesperadas. No fue así la conclusión de la temporada final.
¿Qué hizo bien en este caso Avengers: Endgame? Mantuvo las bases fundamentales de su universo. El Capitán América, Iron Man y cada uno de los personajes, rotos, heridos y devastados psicológicamente, actúan conforme a su registro personal, no como si fueran personas diferentes. Cuando optan por derroteros que antes habían evitado, se debe a que un bien mayor se ofrece al frente pese al sufrimiento que podría caer. La amistad olvidada de pronto vuelve en forma de confianza ciega. Los arquetipos se conservan, se proyectan, se instauran en un ambiente donde reafirmarse es difícil porque el entorno es difuso. Las decisiones no son fáciles: son consecuentes. No hay respuestas correctas: existe sólo el apego a los ideales y los intereses individuales. Ahí las sorpresas, las rupturas y las secuelas de sus aciertos y errores.
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Game of Thrones era una serie de rupturas. ¿Por qué está mal lo que pasó en la octava temporada? El problema no es la locura de Daenerys, por poner un ejemplo. Hubiese sido factible. Quizá no deseable, pero factible. Pues bien: no existe tal locura de Daenerys en la octava temporada porque no se construye este nuevo aspecto, pese a tener fenómenos que podrían haberlo desatado: el horror de enfrentar al ejército de la noche, al Rey de la Noche, de ver masacrados sus ejércitos, de sentirse perdida respecto al amor que siente por su sobrino y, al mismo tiempo, percibirse extranjera, ajena y no respetada en un ambiente agreste como es el Norte. Podría tener pesadillas, visiones, alucinaciones. Incluso, podríamos haberla visto deambular en la nieve, quemar el cuerpo de Viseryon, postrarse desolada frente a su cadáver. Nada de eso. Lo que armaron en el guión fue un llano arranque de histeria, eso es todo —que tampoco es construido a detalle, sólo soltado sin más.
Pretender que la muerte de Rhaegal y Missandei justificaban su histeria es de amateurs. Ya había perdido mucho más antes, había presenciado más horrores, traiciones y ataques al corazón. Podía sufrir la pérdida, pero nunca descontrolarse. Así, siguiendo este ejemplo, la escritura de estos capítulos provoca que los personajes hagan unas cosas y a los 10 minutos otras completamente contradictorias —ojo: no contrarias, sin contradictorias.
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¿Se puede algo así en la narrativa? ¿Pueden darse actos contradictorios válidos? Sí, si media una revelación, un diálogo, un quebranto que conduzca por nuevos parajes al personaje. Gusano Gris mata sin piedad a unos soldados porque eran del ejército caído de Cersei, pero 10 minutos más tarde no mata a Jon Snow por asesinar a su reina. O a Tyrion. Si hubiese un acto, una imagen, una revelación para ello, puede darse el caso. Así nomás, pues ni las historias de Andy cuando jugaba con Woody, T-Rex, Sr. Cara de Papa y Buzzlightyear.
El paso de un tirano a dictador no es de la noche a la mañana. Es un temor que se prefigura como riesgo en el futuro, no en el presente. El enano que pasa de ser elocuente, inteligente, astuto y estratega a un completo inútil, tampoco se justifica. Todo lo contrario: podía ser inútil en Essos; en Westeros, era un tigre cuyo único rival era su hermana Cersei. No hay problema en volver a Tyrion un paleto y a Jon Snow un pacato: como en todos los casos, el cómo está mal ejecutado, pues no hay ingredientes para preparar a tal perfil. Sólo pasa, sin más. Así no es la realidad, mucho menos la ficción.
Al ver Avengers: Endgame se notará que tal cosa no acontece con los personajes. Son otros debido a sus experiencias de vida, a sus traumas, a su envejecimiento. Toman rumbos contradictorios porque algo los asalta de pronto, porque las circunstancias cambian, porque el mundo colapsa de una manera que sólo los deja frente a un cambio repentino. No es gratuito: es elaborado con calma, incluso, con sofisticación instantánea.
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Game of Thrones fracasó al dibujar, justificar y conducir a sus protagonistas por derroteros inéditos, inesperados. No porque fueran inéditos e inesperados, sino por inconsecuentes, incoherentes, inconexos y poco elaborados, con énfasis en secuencias sobrantes, irrelevantes para lo que querían contar. Recurrieron a fórmulas prefabricadas y perdieron el sentido trágico, estético y épico del simbolismo intrínseco en los personajes —es más: extraviaron el perfil de los personajes. En todo lo que la serie fracasó, triunfaron Avengers: Infinity War y Avengers: Endgame.
Sin embargo cosas lindas en términos de lirismo regaló en las últimas imágenes la serie. Drogon quemando el Trono de Hierro y perdiéndose en la lejanía en busca de un lugar para estar con el cuerpo de su madre. Jon Snow internándose al invierno perpetuo del verdadero Norte, dando la espalda definitivamente al mundo que tanto sufrimiento le dejó. Tyrion intentando recuperar un mundo que ya le sabe amargo. Brienne of Tarth recordando a su único amor. Sí, fue un desastre narrativo. Pero esos finales, con todo, tuvieron imágenes lindas. Puro cine, la verdad.
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De la temporada 1 a la 4, la serie se mantiene en un crescendo tremendo que pronto corona a ciertos personajes en puntos sin retorno. Esos puntos son su gloria y su condena.
Jon Snow: héroe de guerra, brújula moral y escudo de los hombres frente a los peligros que atentan contra la vida, último varón adulto de su estirpe; Daenerys Targaryen: reina, conquistadora y artífice de la revolución antiesclavista, líder de los oprimidos, tirana monárquica de corte idealista, creyente en la libertad individual como argumento de gobierno, última en la estirpe de los dragones; Cersei Lannister: dictadora, tirana genocida y opresora, mandataria consumada en el populismo y la cultura diplomática y gubernamental, bastión indoblegable que vela sólo por el bien de su familia y la perpetuación de la corona entre los suyos, con la lucha intensa de no soltar el poder, sino de perfeccionarlo; Arya Stark: asesina entrenada según la tradición de los espadachines de Bravos, curtida en la supervivencia callejera acorde al evangelio según "El Perro" y preparada para el asesinato como una de las Bellas Artes por los hombres sin rostro, apasionada por la venganza; Sansa Stark: mujer devastada por el mundo al que aspiraba pertenecer, testigo de las atrocidades inferidas a su familia, tripulada por el espíritu controlador y calculador que distingue a Cersei.
Y así sucesivamente con el resto de los personajes que acompañan desde el principio hasta el final a cada frente de batalla.
La temporada 5 mantuvo una misma temperatura y la primera mitad de la 6 apenas levantaba el vuelo. Los últimos tres capítulos de la sexta temporada, son la investidura de la serie como la saga de fantasía más plena en pantalla desde la trilogía de El Señor de los Anillos. Un ejemplo a seguir de lo que HBO ya había probado ligeramente con Roma. Un diamante que prometía, si no la misma altura de estos capítulos, sí merecía un final a la altura de los logros alcanzados en las temporadas 3, 4 y 6.
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La séptima temporada, aún en sintonía con el genio y calidad de la historia, los personajes y las imbricaciones político-económicas y las fuerzas místicas que se plantaban como salvación o amenaza, tiene múltiples resbalones y soluciones poco gráciles, propias de narradores de fórmula, que parecen subtramas prefabricadas con poco ímpetu, aunque funcionan todavía porque van adosadas a la narrativa tensa que la sexta temporada legó. Lo único que queda a deber, es que desdibuja a personajes que parecían fungir un papel más importante, como Brandon Stark. El peligro de que estos problemas perduraran hasta volverse catastróficos no figuraba, pues de la quinta a la sexta temporadas el salto es brutal y se agradece el descanso. El estancamiento y los equívocos de pronto se traducían en vuelcos argumentales interesantes, sanos, no indefectiblemente sorpresivos, sí magistrales por congruentes.
La octava temporada, entonces, se pronosticaba como un golpe de mandoble estilo "La Montaña". Sin embargo, todo falló a nivel artístico y técnico —finalmente, el cine y la televisión tienen más de profesión y oficio que de locura proveniente de las musas. ¿Por qué?
La serie se transformó en un cúmulo de vueltas de tuerca ornamentales que en lugar de driblar con los elementos existenciales previamente establecidos o las reglas del juego, los evita o ignora. Optó por explicaciones a medias más que por la concatenación argumental, que no siempre dio en el clavo de subterfugios heroicos o conmocionó con la misma fuerza que las grandes salidas de otros personajes. En resumen, apostaron por la convención, cuando la serie se caracterizaba por el disenso y la ofuscación de las tradiciones literarias y fílmicas de lo fantástico, apostando por darle conclusiones más parecidas a tragedias históricas que a literatura caballeresca o épica. Las situaciones, los procedimientos militares, las metodologías fílmicas, los diálogos, el ritmo de la edición, se encaminaron al modelo de narrativa que Hollywood más aplaude: los modelos de Disney. Una salida segura, sin riesgos, decantada a la complacencia, no a la ruptura y, en consecuencia, a un asombro que no eriza la piel a quienes veían en la serie un hito en el género.
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No es ocasión de este artículo profundizar en cada aspecto señalado en el párrafo previo, así que no se continuará con ese punto. Lo que vale la pena, es comparar una empresa tan grande como cerrar esta saga, con cerrar la saga del Universo Cinematográfico de Marvel (MCU), que lo hizo de un modo espléndido.
En niveles de tracción, son equiparables porque ambas sagas intentaron trazar una línea recta cronológica que tuviese una conclusión para la creación de sus universos. En peso para la cultura popular, también: sus personajes son icónicos y figuran como hitos del mercado del entretenimiento. En términos de valor de la franquicia para las masas de fanáticos, es decir, en valor emocional, ni se diga. El cierre es fundamental para dar credibilidad al sentido de una historia: el desenlace es crucial para que la memoria y el espíritu queden heridos de mortal herida.
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En historial, de hecho, el MCU tuvo más deslices que Game of Thrones. Ahí películas lamentables como [Pelicula] Iron Man 3, [Pelicula] Thor: Un mundo Oscuro , [Pelicula] Avengers: Era de Ultrón o la infumable [Pelicula] Capitana Marvel . O incluso esas películas medianas, como [Pelicula] Ant-Man and the Wasp, [Pelicula] Hulk: El Hombre Increíble, [Pelicula] Doctor Strange: Hechicero Supremo y [Pelicula] Los Vengadores, que son importantes para la trama, pero tampoco representan capítulos memorables más allá de los hilos conductores para que el desenlace sea lógico, preciso y creíble dentro de este universo. Por el contrario, mientras Game of Thrones fue crucial en la construcción de un clímax, el MCU supo cómo concluir meritoriamente.
Algunos puntos favorables de la conclusión del MCU que bien hubiesen servido como referente para los narradores de Game of Thrones son los siguientes:
Ningún elemento o hecho es ocioso
En Game of Thrones quedaron múltiples hilos de trama sin resolver. Por ejemplo, la fe, que funge un papel capital en todos los frentes, parece desaparecer del panorama por completo. No sabemos nada más del Señor de la Luz luego de que prende fuego a las barricadas. El Dios de Muchos Rostros dejó de circular por completo. La misión de Jon Snow en tanto resucitado del Señor de la Luz. Las profecías favorables a Daenerys, tampoco figuran. La fe de Los Siete, también desaparece. Como si la fe fuese fácil de abolir a punta de ignorarla. El nuevo príncipe de Dorne no tiene historia ni nombre ni nada que respalde el valor de su voz y voto. La gente de Essos desapareció por completo de la serie como un recuerdo aciago y lejano de algo que a nadie le importa, aunque es el fundamento mismo de la trascendencia de Daenerys. El caballo blanco del capítulo cinco, entre otras cosas, es tremendamente ocioso. Tampoco sabemos qué hará ahora una Guardia de la Noche en un mundo como el que dejaron mallugado entre la neo-Daenerys y Cersei. Tampoco sirvió de nada que Jon Snow fuera Aegon Targaryen, por lo visto a ninguno de los mensajes que escribió Lord Varys (¿a quién mandó tantos telegramas? Otro misterio) surtió efecto o les valió gorro el apellido de este heredero legítimo al trono. Meera Reed es un fantasma más que nomás desaparece, pese a figurar como una pieza crucial para el viaje de Brandon Stark. Etcétera. Etcétera. Y otros 10 etcéteras.
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En cambio, en [Pelicula] Avengers: Infinity War y, sobre todo, en [Pelicula] Avengers: Endgame, la biografía de cada personaje aporta su granito de arena. Las decisiones que toman tienen consecuencias, por pequeñas que parezcan, y vindican que incluso las películas más insulsas hayan existido. ¿Por qué? Porque a diferencia de otras prácticas fílmicas live action en el ámbito del subgénero de superhéroes, como las de DC –que por cierto dan cátedra en atomizar el –, sus historias y microrelatos funcionan como pivote para articular una novela que finalice con los héroes, como lo fue en su momento los cuentos y novelas de Sherlock Holmes escritas por Sir [Escritor] Arthur Conan Doyle , o la serie de novelas protagonizadas por el comisario Maigret escritas por [Escritor] Georges Simenon . La experiencia es homogénea y procura mantener a sus estrellas cardinales al filo. El pasado de Tony Stark, su padre y Hank Pym, mencionado apenas en conversaciones de las películas anteriores, ahora luce como elemento crucial para vencer al villano. Las historias familiares y evoluciones de los personajes, frases simples, de pronto se transforman en momentos épicos. Ningún cabo queda suelto y las tramas por resolver son pivotes para nuevas historias por venir. Cada pérdida sufrida se torna una complicación para la historia de la conclusión o es en sí misma una terminación para un arco inacabado de los personajes. Los casos de figuras secundarias poco visitadas, también reciben un cierre, por simple que sea. Algo tan simple como que el Capitán América puede levantar el mazo de Thor, como se insinuó en Avengers: Era de Ultrón, es vital para una pelea mano a mano entre este soldado y Thanos. El sacrificio insinuado desde la primera película de Iron Man y Los Vengadores, le da una dimensión más profunda al tecnólogo. Y así sucesivamente: la tecnología de los genios se conjuga, el poder de Hulk tiene otros propósitos además del “smash” y las intimidades y amistades encuentran cauces para hacer del sufrimiento una forma de alcanzar el bien común.
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El ritmo lo es todo
Pretender que todos los personajes tienen que estar en el mismo lugar al mismo tiempo viviendo exactamente lo mismo no amalgama: crea caos —y difícilmente esto reditúa en un caos proporcionado si el caos acontece en el proceso narrativo. Funciona en una pesadilla como “La Larga Noche”, sí, pero ciertas salidas se sintieron forzadas y las secuencias que remitían a películas de zombis, ceñidas, debido a que rompían la congoja erigida. En la batalla de Desembarco del Rey, donde no se entiende bien el papel de cada uno en el desastre y todo se ve apretado, desequilibrado en su paso de un punto a otro.
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Para no teorizar de más ni marear con tecnicismos, digamos que hay tres tipos de ritmo de una historia a los que podemos remitirnos para entender dónde Game of Thrones fracasa y sí triunfa Avengers: Endgame:
• Temporal. Responde al modo en que se usa la línea cronológica o circunstancial, es decir, la cadena de acciones y hechos, y donde se incluye el orden y selección de actos y fenómenos relevantes.
• Ambiental. Responde a la creación de una atmósfera a partir de los objetos, instrumentos, personas, luces, arquitectura, arte, indumentaria, etcétera, que circundan y forman parte del entorno.
• Balance de narración y diálogos. Se basa en el equilibrio que existe entre el uso de la temporalidad y ambientación del universo al caso, respecto a las acciones del habla que traducen los quehaceres de los personajes, o bien, que se convierten en acciones en sí mismas que inciden en la trama.
En los tres casos hay, también, la necesidad poética del simbolismo, de cierta lírica que, en el cine, corresponde a la manera en que se vuelven metáforas, sinécdoques, metonimias o reapropiación de arquetipos y paradigmas. Esto le da otro peso, no explícito sino insinuado, a las acometidas de la historia.
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Ritmo temporal
El ritmo temporal funciona en Avengers: Endgame porque sólo se dedica mucho tiempo a secuencias donde la distensión es significativa para inducir la angustia emocional, los dilemas o la desolación. Hay momentos clave donde esta lentitud es catártica: cuando los vemos “cinco años después”; cuando el equipo comienza a reunirse; cuando vemos nuevamente a Thor; cuando Hawkeye y Black Widow obtienen la gema del alma; toda las secuencias posteriores a la muerte del líder de los Vengadores (la calma después de la tormenta). El paso del tiempo es representado en la película de Marvel según la acción concreta a desarrollar y los paralelismos entre los héroes y sus contrincantes es proporcional para medir cómo el peligro se aproxima a la misma velocidad que una posible victoria.
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Game of Thrones, como le pasó a la novena temporada de [Temporada] The Walking Dead (8), se toma mucho tiempo para secuencias donde no existen eventos cruciales para la confabulación ni se crea una tensión con la lentitud, sólo episodios parsimoniosos, sin efecto concreto sobre la trama. Se vuelven lentas y largas las secuencias y muchas veces concluyen con detalles irrelevantes o desechables. Le dedicaban mucho tiempo a dibujar una serie de acontecimientos que no concluían con algún hito para los acontecimientos por venir. Los paralelismos están desequilibrados: en unos hay exceso de calma, en otros hay alboroto y el enano camina en medio del desastre sin precaución, miedo o salvedad alguna. Todos se ven apilados pero no ofrecen nada ilustre desde sus puestos de batalla. En resumen: la elección de momentos a representar no fue depurada y esto se ve en un montón de imágenes y ciclos sin peso en la historia. Es decir: es caos está en el cómo narraron, no en la representación del caos.
Ritmo ambiental
Fue lo menos golpeado en la última temporada. La geografía y el desplazamiento de los personajes, eso sí, es una contrariedad. Se encuentran entre sí en circunstancias puramente casuales dentro de Game of Thrones, mientras que en Avengers: Endgame los encuentros son causales. No se dibujan líneas narrativas que confluyan debido a las misiones diversas, sino que se remiten a incluirlos en un mismo espacio para ahorrar en escenarios.
Los entornos de la serie solían poseer casi por regla sólo cuadros emblemáticos y postular piezas plásticas por el puro placer de dibujar iconografías en la pantalla. La octava temporada pocas veces luce esa característica del estilo, donde podía emplearse cualquier fotografía de la serie como fondo de pantalla o póster para una recámara. Lo lograban colocando los objetos, las personas, las piedras, la maleza, el paisaje, los vestuarios, las fogatas, las armas en el lugar preciso, en el momento correcto. En un final de temporada, era indispensable apelar a este modelo de contar historias para darle continuidad al estilo.
El caso de la última película de Marvel es emblemático porque hasta un par de tacos caídos son indispensables para entender cómo interactúan dos personajes. Las reminiscencias de lápices o gestos o ensambles de espacios y objetos son un artificio de hipertextualidad (los detractores lo llamaron fan service) que explotaron de una manera brutal, casi convulsiva, pero sin amedrentar a la historia, sino impulsándola con su aparición desde su argumento central. Los cuadros emblemáticos fueron cada vez menos y los objetos, arquitecturas y paisajes se volvieron secundarios en la octava temporada de la serie. La hipertextualidad, que cuando aparece se nota forzada o en plan “por no dejar pasar”, no goza de brillo, sino de aglutinamiento.
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Balance narración/diálogos
El balance entre narración y diálogos no existió. Los diálogos fueron acartonados, sin lucidez ni consecuencia entre los personajes de la octava temporada de Game of Thrones. Por ejemplo, es la temporada donde hay más secuencias donde los personajes actúan, pero no hablan. Particularmente en el capítulo 5. La proeza de Avengers: Infinity War y Avengers: Endgame fue lograr que dos películas corales, con personajes bien delimitados, amén de directores y guionistas muy diferentes, conservaran su perfil tal como había sido trazado en sus películas previas, pero creando algo completamente nuevo.
¿Cómo? Simple: acciones y diálogos son completamente consecuentes con su pasado, cómo éste afectó su presente y el modo en que luchan por la posibilidad de un futuro concreto. Uno pensaría que igual acontecería con Game of Thrones, pero no es así. Sorprendentemente, hay más diálogos relevantes –no emblemáticos, eso sí– en la película de Marvel que en la última temporada de Game of Thrones. Lo cual es una falta catastrófica para la serie: los diálogos memorables articulaban la psique de los personajes con mucha fuerza en temporadas pasadas. La articulación de un perfil psicológico de los personajes a través de los diálogos es tangible en Avengers: Endgame; no así en la pandilla favorita de Westeros.
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Posiblemente faltaron más diálogos, debates, argucias discursivas y pronunciamientos en la octava temporada. Así los conocimos, así debimos despedirlos. Sobre todo al Cuervo de Tres Ojos, que parecía amenazar al Rey de la Noche y al final se revienta una de las frases mirreyes más hechizas que podrían haberse inventado los guionistas: “¿Por qué crees que vine hasta aquí?” No, bueno. Menos operaciones y minutos contemplativos, indolentes, hubiesen traído la diferencia también. En resumen: faltaron diálogos que sí fueran consistentes y sobraron secuencias de acción.
Coherencia y congruencia mata “sorpresa”
Los guionistas y directores se justificaron alegando que planearon la octava temporada como una sarta de sorpresas para el espectador. Pues bien, el problema esencial es que una sorpresa lo es cuando orbita en la lógica de un universo y este universo trae a colación, siguiendo sus propios preceptos, consecuencias inéditas o inesperadas. No fue así la conclusión de la temporada final.
¿Qué hizo bien en este caso Avengers: Endgame? Mantuvo las bases fundamentales de su universo. El Capitán América, Iron Man y cada uno de los personajes, rotos, heridos y devastados psicológicamente, actúan conforme a su registro personal, no como si fueran personas diferentes. Cuando optan por derroteros que antes habían evitado, se debe a que un bien mayor se ofrece al frente pese al sufrimiento que podría caer. La amistad olvidada de pronto vuelve en forma de confianza ciega. Los arquetipos se conservan, se proyectan, se instauran en un ambiente donde reafirmarse es difícil porque el entorno es difuso. Las decisiones no son fáciles: son consecuentes. No hay respuestas correctas: existe sólo el apego a los ideales y los intereses individuales. Ahí las sorpresas, las rupturas y las secuelas de sus aciertos y errores.
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Game of Thrones era una serie de rupturas. ¿Por qué está mal lo que pasó en la octava temporada? El problema no es la locura de Daenerys, por poner un ejemplo. Hubiese sido factible. Quizá no deseable, pero factible. Pues bien: no existe tal locura de Daenerys en la octava temporada porque no se construye este nuevo aspecto, pese a tener fenómenos que podrían haberlo desatado: el horror de enfrentar al ejército de la noche, al Rey de la Noche, de ver masacrados sus ejércitos, de sentirse perdida respecto al amor que siente por su sobrino y, al mismo tiempo, percibirse extranjera, ajena y no respetada en un ambiente agreste como es el Norte. Podría tener pesadillas, visiones, alucinaciones. Incluso, podríamos haberla visto deambular en la nieve, quemar el cuerpo de Viseryon, postrarse desolada frente a su cadáver. Nada de eso. Lo que armaron en el guión fue un llano arranque de histeria, eso es todo —que tampoco es construido a detalle, sólo soltado sin más.
Pretender que la muerte de Rhaegal y Missandei justificaban su histeria es de amateurs. Ya había perdido mucho más antes, había presenciado más horrores, traiciones y ataques al corazón. Podía sufrir la pérdida, pero nunca descontrolarse. Así, siguiendo este ejemplo, la escritura de estos capítulos provoca que los personajes hagan unas cosas y a los 10 minutos otras completamente contradictorias —ojo: no contrarias, sin contradictorias.
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¿Se puede algo así en la narrativa? ¿Pueden darse actos contradictorios válidos? Sí, si media una revelación, un diálogo, un quebranto que conduzca por nuevos parajes al personaje. Gusano Gris mata sin piedad a unos soldados porque eran del ejército caído de Cersei, pero 10 minutos más tarde no mata a Jon Snow por asesinar a su reina. O a Tyrion. Si hubiese un acto, una imagen, una revelación para ello, puede darse el caso. Así nomás, pues ni las historias de Andy cuando jugaba con Woody, T-Rex, Sr. Cara de Papa y Buzzlightyear.
El paso de un tirano a dictador no es de la noche a la mañana. Es un temor que se prefigura como riesgo en el futuro, no en el presente. El enano que pasa de ser elocuente, inteligente, astuto y estratega a un completo inútil, tampoco se justifica. Todo lo contrario: podía ser inútil en Essos; en Westeros, era un tigre cuyo único rival era su hermana Cersei. No hay problema en volver a Tyrion un paleto y a Jon Snow un pacato: como en todos los casos, el cómo está mal ejecutado, pues no hay ingredientes para preparar a tal perfil. Sólo pasa, sin más. Así no es la realidad, mucho menos la ficción.
Al ver Avengers: Endgame se notará que tal cosa no acontece con los personajes. Son otros debido a sus experiencias de vida, a sus traumas, a su envejecimiento. Toman rumbos contradictorios porque algo los asalta de pronto, porque las circunstancias cambian, porque el mundo colapsa de una manera que sólo los deja frente a un cambio repentino. No es gratuito: es elaborado con calma, incluso, con sofisticación instantánea.
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A pesar de ello…
Game of Thrones fracasó al dibujar, justificar y conducir a sus protagonistas por derroteros inéditos, inesperados. No porque fueran inéditos e inesperados, sino por inconsecuentes, incoherentes, inconexos y poco elaborados, con énfasis en secuencias sobrantes, irrelevantes para lo que querían contar. Recurrieron a fórmulas prefabricadas y perdieron el sentido trágico, estético y épico del simbolismo intrínseco en los personajes —es más: extraviaron el perfil de los personajes. En todo lo que la serie fracasó, triunfaron Avengers: Infinity War y Avengers: Endgame.
Sin embargo cosas lindas en términos de lirismo regaló en las últimas imágenes la serie. Drogon quemando el Trono de Hierro y perdiéndose en la lejanía en busca de un lugar para estar con el cuerpo de su madre. Jon Snow internándose al invierno perpetuo del verdadero Norte, dando la espalda definitivamente al mundo que tanto sufrimiento le dejó. Tyrion intentando recuperar un mundo que ya le sabe amargo. Brienne of Tarth recordando a su único amor. Sí, fue un desastre narrativo. Pero esos finales, con todo, tuvieron imágenes lindas. Puro cine, la verdad.
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