No me malinterpreten. Admiro considerablemente a estos personajes con uniformes de payaso y tendencias megalómanas y controladoras. El problema de estas figuras no es reductible a la supuesta simpleza que poseen por tratarse de seres sobrenaturales y ajenos, provenientes de tiras cómicas. Al contrario, la psicología, el universo que los circunda, los dramas emocionales y las premisas, son sabrosas; lo que quizá a veces mengua en desempeño, son sus aventuras. Todos ellos tienen pasados y tramas impecables, laboradas por orfebres de fantasías donde prima la imaginación, no necesariamente el oficio narrativo.
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La inventiva que coloca atributos a los héroes, dotándolos de un potencial para aferrarse a la virtud o alguna forma de la bondad, es la responsable, entonces, de poner en un predicamento físico y mental a los superhéroes. Sin embargo, estos superhéroes pueden tornarse insoportables por poseer una naturaleza prácticamente imbatible —razón por la cual tuvieron que inventar todo un universo (gracias Jack Kirby ) para crear verdadero predicamento.
Comencemos por lo práctico: el Hombre de Acero, el invencible y megatónico extraterrestre favorito en cómics y películas. Superman es el personaje indiscutible de referencia con el que se compara a cualquier otro superhéroe, y no resulta baladí en absoluto. Cuando se trata de poderes que sobrepasen las posibilidades no sólo de lo humano, sino también de la Física y el sentido común, el Hombre de Acero lo tiene todo: súper fuerza, súper velocidad, invulnerabilidad a objetos con colisión asesina, visión láser y cualquier otra potencia que los escritores decidan darle al momento de pintar una chocoaventura. Pese a que lo han matado, ha revivido; aunque le rompen el corazón, siempre tiene plan B, como en Dos mujeres, un camino; y aunque alguien lo supere en alguno de sus superpoderes, él siempre tiene una cartera más amplia bajo la manga. Además, por si fuera poco, es capaz de viajar en el tiempo en la versión de Richard Donner. Su capacidad de regeneración es superior a la de cualquier otro y envejece a una velocidad que ya quisiera Madonna.
Esto lo transforma en un blanco duro de matar y, posiblemente, una pieza definitiva entre lo que aún es vulnerable por tratarse de un mortal de otro planeta y un dios en el sentido grecolatino de la palabra. Superman se torna entonces en un peligro en potencia más que en un salvavidas perpetuo —como bien indicaron en el videojuego y cómics de Injustice y como pudo insinuarse en The Dark Knight Returns II. Más aun: su frágil temperamento lo vuelve propenso al drama y la catástrofe.
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¿Por qué sus poderes son ridículos? Bueno, porque sumados a sus virtudes y moralidad tan férrea, sabemos que saldrá victorioso no importa lo que enfrente, y constituyen la antítesis de las dificultades cotidianas que tiene que sufrir un mortal común. Su gran drama es ser un extranjero que lidia con su timidez por medio de una máscara de pacato. Insistimos: ya lo mataron y revivió. ¿Qué más le falta? Pues quizá sólo poseer “el poder de un millón de supernovas”, como su correlato de Marvel, Sentry.
Luego tenemos otro hito: Phoenix. Cuando Jean Grey, hija única de una familia promedio, despierta a la vida mutante, recibe una imposición de control dirigida y operada por el propio Profesor Charles Xavier, quien le levantó en su mente escudos psíquicos para bloquear la mayoría de sus poderes hasta que hubiera crecido lo suficiente como para controlarlos.
Al romper el cortafuegos impuesto, brotó su verdadero potencial, lo que dejó claro cuánto la estaban frenando —o “reprimiendo”, porque #heteropatriarcadoyasí. Ahí la tercera entrega de X-Men y la última película de esta franquicia bajo la tutela ya finiquitada de Fox. Al fusionarse con la “Fuerza de Fénix”, Jean Grey puede controlar y manipular el universo a su alrededor en un grado casi ilimitado, dándole posiblemente los poderes psíquicos más fuertes de cualquier héroe hasta la fecha. Eso provoca pavor entre los espectadores —posiblemente por lo malas que han resultado ambas películas más que por los superpoderes que detentan los implicados.
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Al final, lo ridículo de sus poderes, es que anulan de facto cualquier posibilidad de enfrentarla. Sus poderes ilimitados le confieren otra vez la categoría de una semidiosa olímpica sin premisas de daños tangibles.
Tales naturalezas –que han funcionado al limitar ciertos aspectos en personajes como Dr. Manhattan, Shazam o Thor respecto a sus oponentes no emparentados por la misma raza– se vuelven un arma de doble filo que difícilmente pueden funcionar al conferir atributos fílmicos y narrativos a las vidas de estos individuos. Zack Snyder lo manejó con cuidado en El Hombre de Acero - 55% y Richard Donner prácticamente configuró al mejor Superman que ha conocido la pantalla grande; fracasó Snyder en Batman vs Superman: El Origen de la Justicia - 27%; y fue más notorio que no resultó fácil de asimilar por parte de Joss Whedon en Liga de la Justicia - 41%. Phoenix tampoco tuvo mucha suerte: sólo figura como amenaza, no como esperanza, porque al parecer los personajes importantes tienen que ser malos según el cine hoy en día.
Lo ridículo de estos personajes no son sus costuras iniciales, sino que los superpoderes ponen en predicamento sólo al que tiene que emplearlos para contar una historia. Los rasgos que los configuran incluyen sus poderes; el hecho de no entender cómo manejarlos, es un asunto de origen: sus vulnerabilidades son equivalentes a sus posiciones éticas, morales o peor, sus demencias. Y no en un sentido grácil, sino absolutamente tópico.
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Ambos personajes tiene amplias posibilidades si se exploran aristas no convencionales. Mientras tanto, el cine, esperemos, aprenderá poco a poco a entenderse con seres invulnerables a ser vencidos en circunstancias normales. Sorprendente, por ejemplo, el caso de Mujer Maravilla - 92% o Watchmen, Los Vigilantes - 65% para tratar con protagonistas a los cuales, por asequibles, se les transformó en frágiles o ambiguos.
Ahí está el reto tal vez: una aventura donde sean vencidos, con todo y sus poderes, por meras satisfacciones de individuos comunes, sin riquezas ni potestades físicas o fantásticas. Como Zemo en Capitán América: Civil War - 90%. ¿O no?
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