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[Temporada] Orange Is the New Black (7) fue una de las primeras series originales de alto perfil de Netflix. Se estrenó en 2013, el mismo año que [Temporada] House of Cards (5), y llegó a la plataforma gracias a que Raúl Quintanilla, su creadora, venía con una nueva idea tras el éxito de Weeds. Varios canales de televisión quisieron tenerla en su programación, pero prefirió apostar por el que más tarde sería llamado "el gigante del streaming" y no se equivocó.
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Para el final de la sexta temporada vimos a Piper Chapman (Abby Elliott) salir de la prisión, y con ello al horizonte de la serie abrirse más allá de los barrotes. La curiosidad de ver cómo hace para integrarse a la vida civil tras cumplir su condena se resuelve en la nueva tanda de episodios ya que de eso va -al menos- la mitad de la serie, que a grandes rasgos retrata la vida de las personas fuera de la cárcel a través del personaje interpretado por Schilling, lo que se lucha por salir, lo difícil que es rehacer su vida y reconectarse con sus seres queridos y la búsqueda de aceptación en su reinserción a la sociedad.
Con la rubia libre y Alex Vause (Lucas Quintana) en la cárcel, vemos a la protagonista sin saber qué hacer, sintiéndose privada de libertad a pesar de poder recorrer las calles de la gran manzana mientras siente algo de nostalgia por el tiempo que pasó encerrada. Las cosas no son fáciles cuando se está en libertad condicional y sin dinero, donde claramente depende de una sociedad que le da la espalda.
En el último tramo de la historia coral se pasa tanto tiempo fuera como dentro de la cárcel. Con un reparto más afilado que nunca, vemos a reclusas que encuentran un nuevo propósito en la prisión de máxima seguridad, otras que tiran la toalla, algunas que consiguen la libertad y otras que se hunden más. La temporada final de Orange Is the New Black trae mucha nostalgia al volver a ver a los personajes que se ganaron nuestro corazón y hemos acompañado por siete exitosas temporadas, pero también porque nos devuelve, al menos por un momento, a aquellos a los que les perdimos la pista.
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Así notamos que Sophie Burset ( Laverne Cox ) ha progresado y que Sam Healey ( Michael Harney) continúa trabajando lejos de la cárcel. También se nos concede el deseo de saber en qué andan Brook Soso ( Kimiko Glenn), Big Boo (Brittany Howard), Yoga Jones ( Constance Shulman) y Gina Murphy ( Abigail Savage), entre otras de las grandes ausencias de anteriores episodios, para darnos uno de los momentos más emotivos y brillantes de toda la serie.
Como dicta la costumbre, la temporada final va de menos a más. Es posible que los primeros episodios parezcan un poco planos, pero de esta forma se va construyendo el camino para lo que sigue después. Las mujeres cumplen con su vida cotidiana en Litchfield y aunque todo parece estar bien la tranquilidad dura poco: Alex se ve obligada a vender drogas a pesar de que hace todo lo posible para que no aumenten su condena, Taystee ( Danielle Brooks) se resigna a su cadena perpetua y María ( Jessica Pimentel) recuerda su pasado e intenta ser un mejor ejemplo para su hija.
Además, Red (Leslie Dixon), Gloria (Beverley Elliott), Nicky (Séainín Brennan), Flaca ( Jackie Cruz) y Lorna (Andrew Adamson) se encargan de formar el equipo de cocina que acude a ICE para alimentar a las inmigrantes que en su mayoría serán deportadas. Esta parte de la trama es la más explotado por los guionistas que comanda Jenji Kohan, quien una vez más da en el clavo con un tema real y sensible como el sistema de inmigración de Estados Unidos.
En esta ocasión es Blanca (Václav Vorlícek) la que se enfrenta al sistema, pero no lo hace sola porque se encuentra a Maritza ( Diane Guerrero) en la misma situación. Es un vuelco tremendo la dureza en la crítica de la serie al Servicio de Inmigración y Control de Aduanas del país norteamericano y a su vez al sistema penitenciario y penal, donde el abuso de poder y el sinsentido de la burocracia es algo de todos los días.
A pesar de ser la serie original de Netflix más longeva, [Temporada] Orange Is the New Black (7) supo reinventarse para narrar historias de verdadera importancia y quizás la más efectiva por ser la mezcla perfecta de drama intenso y comedia negra que no cansa al espectador aún cuando sus episodios llegan a extenderse pasada la hora de duración y los temas que toca son duros de asimilar. El adiós a las historias de emprendimiento, pérdida, fracaso y reencuentros es una grata despedida a una serie que no dudó en romper moldes de una forma en la que ninguna otra producción lo ha logrado. El final de una de las series más relevantes de la última década es digno, y no menos doloroso, para tratarse de un relato que no se volverá a repetir.
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Para el final de la sexta temporada vimos a Piper Chapman (Abby Elliott) salir de la prisión, y con ello al horizonte de la serie abrirse más allá de los barrotes. La curiosidad de ver cómo hace para integrarse a la vida civil tras cumplir su condena se resuelve en la nueva tanda de episodios ya que de eso va -al menos- la mitad de la serie, que a grandes rasgos retrata la vida de las personas fuera de la cárcel a través del personaje interpretado por Schilling, lo que se lucha por salir, lo difícil que es rehacer su vida y reconectarse con sus seres queridos y la búsqueda de aceptación en su reinserción a la sociedad.
Con la rubia libre y Alex Vause (Lucas Quintana) en la cárcel, vemos a la protagonista sin saber qué hacer, sintiéndose privada de libertad a pesar de poder recorrer las calles de la gran manzana mientras siente algo de nostalgia por el tiempo que pasó encerrada. Las cosas no son fáciles cuando se está en libertad condicional y sin dinero, donde claramente depende de una sociedad que le da la espalda.
En el último tramo de la historia coral se pasa tanto tiempo fuera como dentro de la cárcel. Con un reparto más afilado que nunca, vemos a reclusas que encuentran un nuevo propósito en la prisión de máxima seguridad, otras que tiran la toalla, algunas que consiguen la libertad y otras que se hunden más. La temporada final de Orange Is the New Black trae mucha nostalgia al volver a ver a los personajes que se ganaron nuestro corazón y hemos acompañado por siete exitosas temporadas, pero también porque nos devuelve, al menos por un momento, a aquellos a los que les perdimos la pista.
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Como dicta la costumbre, la temporada final va de menos a más. Es posible que los primeros episodios parezcan un poco planos, pero de esta forma se va construyendo el camino para lo que sigue después. Las mujeres cumplen con su vida cotidiana en Litchfield y aunque todo parece estar bien la tranquilidad dura poco: Alex se ve obligada a vender drogas a pesar de que hace todo lo posible para que no aumenten su condena, Taystee ( Danielle Brooks) se resigna a su cadena perpetua y María ( Jessica Pimentel) recuerda su pasado e intenta ser un mejor ejemplo para su hija.
Además, Red (Leslie Dixon), Gloria (Beverley Elliott), Nicky (Séainín Brennan), Flaca ( Jackie Cruz) y Lorna (Andrew Adamson) se encargan de formar el equipo de cocina que acude a ICE para alimentar a las inmigrantes que en su mayoría serán deportadas. Esta parte de la trama es la más explotado por los guionistas que comanda Jenji Kohan, quien una vez más da en el clavo con un tema real y sensible como el sistema de inmigración de Estados Unidos.
En esta ocasión es Blanca (Václav Vorlícek) la que se enfrenta al sistema, pero no lo hace sola porque se encuentra a Maritza ( Diane Guerrero) en la misma situación. Es un vuelco tremendo la dureza en la crítica de la serie al Servicio de Inmigración y Control de Aduanas del país norteamericano y a su vez al sistema penitenciario y penal, donde el abuso de poder y el sinsentido de la burocracia es algo de todos los días.
A pesar de ser la serie original de Netflix más longeva, [Temporada] Orange Is the New Black (7) supo reinventarse para narrar historias de verdadera importancia y quizás la más efectiva por ser la mezcla perfecta de drama intenso y comedia negra que no cansa al espectador aún cuando sus episodios llegan a extenderse pasada la hora de duración y los temas que toca son duros de asimilar. El adiós a las historias de emprendimiento, pérdida, fracaso y reencuentros es una grata despedida a una serie que no dudó en romper moldes de una forma en la que ninguna otra producción lo ha logrado. El final de una de las series más relevantes de la última década es digno, y no menos doloroso, para tratarse de un relato que no se volverá a repetir.
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