En estos tiempos la censura es constante. Ya sea por la acogida sin sentido de lo políticamente correcto o por los fanáticos extremistas que se tiran en un rincón a llorar porque “arruinaron su infancia”, solemos pensar que el pasado era mejor. En cierto sentido sí, hace años existía más libertad creativa que permitió la llegada de grandes trabajos en cine y televisión que ahora serían impensables; sin embargo, la sociedad siempre ha buscado chivos expiatorios para desviar culpas. Sabemos que los videojuegos fueron acusados de promover la violencia, a pesar de que estudios probaron que no era verdad. También tenemos esos exhaustivos y ridículos sobreanálisis de canciones pop que supuestamente llevaban mensajes satánicos y de control mental.
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Definitivamente uno de los momentos críticos para la televisión en ese sentido fue la creciente popularidad de los animes japoneses. Si bien en los noventa ya se criticaba la influencia de caricaturas como South Park y Los Simpson, siempre se mantuvo que realmente no estaban dirigidas al público infantil, así que pedirles una limitación y consideración al respecto era inútil. Pero algo sucedió cuando el anime cobró importancia entre los niños y jóvenes. Toda una generación creció con Dragon Ball, Sailor Moon, Ranma ½ y Pokémon, pero al ser caricaturas los padres de familia no sabían si debían dejar a sus hijos verlas o no. Un momento podías ver a Sailor Moon llorando inocentemente y al otro ver la transformación que la presentaba desnuda. Los primeros episodios de Dragon Ball se enfocaban en la aventura, pero cualquier adulto que se quedara unos minutos notaba las implicaciones sexuales de algunos personajes y cómo la violencia fue creciendo conforme pasaban los episodios.
Aunque los niños tenían menos supervisión entonces, la paranoia no era tan distinta y las sospechas iban creciendo: ¿acaban de atravesarle el pecho al protagonista?, ¿dos mujeres acaban de ser claras sobre su relación lésbica?, ¿ese personaje utiliza su transformación a mujer para explotar su sexualidad?, ¿qué son esas cosas que tanto quieren atrapar?, ¿acaso todo es producto de la decadencia y el distanciamiento de Dios? Que se nombraran inmorales y satánicos todos estos títulos no sorprende, tampoco el hecho de que nada de eso impidió que su público se mantuviera fiel, incluso ahora.
Durante esta década se popularizaron estos animes, aunque el formato no era enteramente nuevo, así que uno se pregunta por qué se convirtieron en elementos esenciales. La respuesta puede estar en la barra de programación que existía en esa época, llena de telenovelas y películas que no eran para niños, así como programas de entretenimiento llenos de chistes de doble sentido que envejecieron rápidamente. El prejuicio de que si es caricatura debe ser apropiado para los pequeños permitió su acceso, pero los ataques no se hicieron esperar. Todos escuchamos la leyenda del niño que mató a su hermanito y cuando su madre le preguntó qué iba a hacer al respecto, el pequeño contestó que no era la gran cosa porque podía revivirlo con las esferas del dragón. También es muy posible que tuvieras un compañero de primaria que asegurara haber atrapado a un pokemon en su patio…o tal vez tú fuiste ese niño. Mientras que los adultos tenían juntas alarmistas para salvar el alma de una generación entera.
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Casi con seguridad, Dragon Ball Z fue la más atacada. Si estuviste en una escuela de monjas en México probablemente te tocó que tus padres asistieran a una reunión de emergencia porque uno de los personajes se llamaba Satán y todos gritaban su nombre y aplaudían ante su presencia. Lo que para Akira Toriyama era una obvia burla al ciego fanatismo, para otros era una prueba de su inherente maldad. Además aparecía este “demonio” rosa llamado Majin Buu que transformaba en chocolate a la gente y que había sido creado por un hechicero que decía palabras “ocultas”, “malditas” y “peligrosas” para quien las repitiera.
Por supuesto, el chisme no se centró en un país. En Lima, Perú, la página RPP noticias.com, recordó hace poco los panfletos que se repartían en ese entonces para advertir a la población sobre este anime. Estos textos “informativos” se repartían en las escuelas y tenía comentarios como:
¿Sabía que estos creadores [BIK Studio y Shueisha Animation] tienen pacto con satanás?
¿Qué significa DRAGON BALL? Significa: La Bestia en Venida.
También eran muy específicos con los supuestos significados de los nombres en la serie. Por ejemplo, afirmaban que Kakaroto significa “Posesión Maligna” y que el Kame Hame Ha eran palabras utilizadas por los espiritistas y brujos japoneses durante sus perversas sesiones. Incluso atacaban al personaje de Milk, pues supuestamente su nombre hacía referencia a una colonia llena de brujos… ignorando por completo que Milk fue un cambio hecho en occidente. Lo interesante es que estos folletos no traían información para salvarse; es decir, su único propósito era generar pánico. En realidad, es bastante sencillo encontrar el origen de los nombres que hacen referencia a comida y a la leyenda del Rey Mono.
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Otro ejemplo drástico sucedió en España donde la serie fue altamente censurada para su aparición en televisión. Algunos fans tuvieron que esperar años para ver el contenido original y hasta entender algunos avances de la historia que no habían quedado claros por los nada sutiles cortes de la época. La página hobbyconsolas.com rescató un artículo que criticaba la supuesta generación de violencia causada por Dragon Ball:
Parece ser que “Bola de Dragón” es uno de los programas favoritos de los skin heads españoles, y esto no es una broma. Al fin y al cabo, la violencia desatada por estos ínfimos – en calidad – dibujos animados tiene el mismo sentido que la desplegada por las neuronas rapadas: ninguna. Apostaría algo a que el adolescente catalán que se dedicaba a sabotear las vías férreas de su pueblo y que acabó con la vida de su padre por el expeditivo método de asaetearle el cráneo, era asiduo espectador de la ultraviolencia japonesa.
Es muy curioso que se generalizara de esa manera todo un estilo cultural. Justo por ello es que con la llegada de otras series como One Piece o Naruto se siguió la bonita tradición de acusarlas de satánicas y, por supuesto, de recortarlas a niveles ridículos. Mientras algunos se quejan de que la nueva saga de Dragon Ball arruina su infancia porque no es lo que esperaban, otros continúan con comentarios ridículos como en Estados Unidos donde recientemente un político la tachó de pornográfica, llegando un poquito tarde al linchamiento.
Lo que este tipo de ataques realmente demuestra es la falta de apertura a las culturas que son diferentes a las nuestras, los prejuicios extremistas religiosos y, por supuesto, la extraña necesidad de echar la culpa de nuestros problemas “al otro”, al que no está aquí para responder a los ataques. Ya que los fans no dejan descansar o morir este anime, es claro que los arranques de paranoia seguirán vigentes, así sea para hacernos reír.
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