Batman - 85% es una película que va directo al grano. Elimina por completo la analepsis machacona de los Wayne asesinados y tampoco da muchos detalles del pasado de sus antagonistas, sólo lo estrictamente necesario para cimentar la causalidad de sus actos. Matt Reeves asume que son historias que no necesita repetir por enésima vez. Porque sabemos que la transformación enBatman: El Caballero de La Noche - 94% quedó representada con abundantes detalles e inflexiones de carácter en la versión de Christopher Nolan. El punto de partida de Reeves es más similar al de Tim Burton, a su vez derivado de Frank Miller y Alan Moore .
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El monólogo inicial, que recuerda a los cómics de los dosmildiez y los dosmilveintes –donde una reflexión puede costar todo un número de historieta–, se encaja como planteamiento de principios al unísono de secuencias que dibujan la miseria de Gotham, la rutina del justiciero y después pone al nuevo Batman (Robert Pattinson) a surtir porrazos. Una especie de híbrido entre la jerigonza parlanchina de Nolan y el inicio del Batman - 72% (1989) de Tim Burton —con un toque más emo. En breve sabemos que ha encontrado un aliado en el detective Jim Gordon (Jeffrey Wright). Su mayordomo Alfred (Andy Serkis) parece tener una relación menos cordial con Bruce que los otros batmans de película live-action que hemos visto, lo cual es inusual. Además, el humor negro en los diálogos desaparece por completo, dando paso a un tono melancólico y muchas veces odioso.
Al unísono que vemos al héroe aparecer, mostrarnos a sus aliados y el entorno con el que lidia, El Acertijo (Paul Dano), su rival en turno, inicia su carnicería, plantándose desde los primeros minutos como un enemigo que no se anda por las ramas y que será más desastroso que otros villanos ñoños de la pantalla grande.
Asesina al alcalde y comienza con su ceremonial de sembrar pistas en la escena del crimen para manipular y conducir a su contrincante. Por sus propósitos y el modo en que se conduce, sabemos desde el inicio que se trata de un asesino serial que se justifica por su pasado y circunstancias socioeconómicas, lo que hace complicado juzgarlo sin atenuantes o la duda de si acaso el individuo que hoy asedia a toda una ciudad no podría haber sido algo diferente. Es un producto de la sociedad, como el protagonista de Guasón - 91% (2019).
El asesinato y las pistas conducen a una camarera que ha desaparecido. Primero lo hace de su lugar de trabajo y luego de la casa de su amiga Selina Kyle (Zoë Kravitz), la nueva Gatúbela, quien la había protegido de los madreadores y corruptos servidores públicos de tan connotada ciudad. Otra que es producto de una sociedad que vomita a quienes no se cuelan, a la mala o por herencia, entre las elites. El jefe de Selina es el Pingüino (Colin Farrell), quien a su vez trabaja al inicio para Carmine Falcone (John Turturro). Por cierto, que esta versión, además de tremendamente seductora, compite uno a uno con Michelle Pfeiffer y deja momentos abrumadores frente a la cámara, con un enamoramiento genuinamente lúbrico de este Batman tímido y timorato cuando ella se le acerca de más.
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En Batman - 85% se presentan todos los personajes en la primera hora mientras las relaciones se complican como suele acontecer en los cómics más actuales de DC —y quizá ahí es donde reside la actualidad del proyecto de Reeves que, contradictoriamente, es también una vuelta a los clásicos.
(Me permito una digresión para aclarar lo de “una vuelta a los clásicos”. Detective Comics o DC presentó a Batman como un detective en traje de murciélago. Lo lóbrego del entorno coincidía con la visión de la Novela Negra, lo gracioso de los monigotes disfrazados con mallas y calzones encima de éstas que aparecían en las historietas daban jocosidad necesaria para conectar con el público joven, y la popularidad de la narrativa policíaca de principios del siglo XX facilitaba el interés inmediato en el proyecto editorial. Los primeros enemigos de Batman fueron mafiosos. Así que prácticamente las premisas de Reeves, igual que el de 1989 de Tim Burton, van más en sintonía de esta visión original del superhéroe.)
El afán de destilación en la trama equilibra todo para dejar más espacio a grandes secuencias de acción que intervengan toda la película. No se permite que las grandes revelaciones de la historia permanezcan como tales antes de que se reviertan o minimicen, por lo que tienden a aterrizar con un impacto mesurado, pues los verdaderos clímax están en los momentos más violentos. Las conexiones entre los personajes se vuelven turbias a medida que avanza la historia. Es decir, una película policíaca. Dashiell Hammett estaría muy orgulloso.
Pattinson (Cosmópolis - 64%, Good Time: Viviendo al Límite - 90%, El Faro - 96%) presenta a un Batman joven, temperamental, aún inmaduro y más concentrado en repartir puños con generosidad, abolir delincuentes a patadas y lamentarse del asesinato de sus padres, a quienes había idealizado tanto como a sus ideales. El Acertijo se encargará de destrozar esa ilusión de moralidad impoluta que le daba sentido a sus acciones —aunque nunca las justificaba ni parecía intentarlo, porque #NiñoRico y #Junior. Algo que ya pone un poco de sabor, como lo hizo Guasón - 91%, al pasado desabrido y pudoroso del Hombre Murciélago. Quizás en esa continuidad al pasado oscuro de la familia Wayne, Reeves realmente establece un punto de desviación para la franquicia.
Bruce Wayne se manifiesta como un alma herida e igualmente hiriente que, a falta de un costal de arena en la baticueva, carga sus resentimientos contra Alfred. Ermitaño, antisocial y hundido en autocompasión de ricachón glorificado como mártir por su ciudad, se ha dejado consumir por la ira y la oscuridad de la venganza. Casi un millenial, pues.
El secreto de la mancuerna Pattinson + Reeves es presentar a un personaje completamente predecible que, en un momento completamente hijo de la necesidad, descubre que su viaje emo de Mister Venganza y Don Parto Madres no es lo que realmente requiere Gotham para salir del atolladero en el que se ha metido durante las últimas dos décadas. En esa revelación, muy parecida a la que se da en Batman: El Caballero de La Noche - 94% (2008), descansa el cambio de rumbo que le permite pasar de justiciero a superhéroe y terminar la película de un modo redondo sin excluir una secuela.
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El actor pasa mucho tiempo detrás de la máscara, pero esto no impide juzgar su actuación. Aunque las expresiones faciales son pocas debido a la dureza y firmeza del personaje en cualquiera de sus facetas (Batman/Bruce Wayne), el aplomo, la ternura, el temor y los momentos de quebranto por ira, incluso aquellos en los que Gatúbela lo deja mudo con su arte seductor, quedan representados por el actor con vulnerabilidad, lo que trae como consecuencia un arco narrativo muy a la Fincher en Bruce Wayne y, sobre todo, da un giro a Batman —aunque Reeves recurre al truco burdo de Nolan de repetir hasta el cansancio por qué pasan las cosas, así como a repetir líneas que reflejen en sus enemigos sus propios argumentos, lo cual es un desacierto para cualquier cineasta o escritor.
Batman - 85% de Reeves no goza de la plasticidad oscura y pintoresca de Burton, lleno de cuadros, paisajes, texturas y colores brillantes y contrastantes, sacados directo de las páginas de las historietas de DC y con su clásico guiño a Edward Gorey. Tampoco tiene de Nolan el realismo conservador y amoratado de referencias a la vida cotidiana en los dosmiles, heredero del gusto por la tecnología y cierta limpieza estética que resulta más familiar al espectador del presente y, sobre todo, al estadounidense citadino promedio.
Reeves (Cloverfield: Monstruo - 77%, Déjame Entrar (2010) - 88%, El Planeta de los Simios: Confrontación - 90%) parece menos obsesionado que sus predecesores con las florituras, aunque no pierde de vista los cuadros que dotan de dramatismo y grandilocuencia a una película de superhéroes. Ahí varios encuadres de Gatúbela con Batman –que por cierto ahora sí tiene química sensual y emocional–, Batman con la batiseñal, Pattinson con Alfred, etcétera. Su estilo se decanta en encuadres, cameos, y exigencias actorales que satisfagan su retórica narrativa, enfocada en contar una historia policíaca, donde el detective privado, muy a la Chester Himes, interroga a punta de chingadazos a los criminales y sospechosos. La persecución con El Pingüino en el batimóvil nos deja claro esto.
Podría criticársele una paleta de colores empobrecida, pero me parece que es adrede: la falta de colores acentúa el temperamento depresivo de los personajes y el ambiente opresivo de la ciudad. Privilegiar el rojo y el negro nos recuerda la naturaleza anárquica que él encarna. Tampoco se quiebra la cabeza demasiado, sólo procura una producción astuta que subraye los vuelcos del argumento central, sus ramificaciones y los hallazgos. Como un cuento o novela policíaco a la Raymond Chandler .
El mayor peligro, a mi parecer, es que el humor tonante de los diálogos en la trilogía de Nolan, los chistes intrínsecos a las tragedias en Burton y otras delicias humorísticas que permitían aligerar la atmósfera oscura del personaje, aquí desaparecen. El estilo de Reeves conduce a otro páramo al personaje.
La película sí funciona bien en sí misma y eso es suficiente. Pero de pronto se extrañaron los gestos satíricos para diluir un poco el peso de las tres horas de filme. O tal vez es sólo la costumbre y esta ausencia de humor podría ser algo que sí es positivo a largo plazo, dado que aquí sí está bien ejecutado, no como en las películas de Zack Snyder, ese Terrence Malick (y no en el buen sentido) de las películas de superhéroes.
Detalle destacable: la edición de sonido es mucho mejor que cualquier bati-película de Nolan o Joel Schumacher. Los golpes metálicos y los plomazos son secos. Los quejidos, los crujidos del metal quebrándose o tintineando, los alientos lánguidos, el agua escurriéndose o cayendo a borbotones, los automóviles y las llantas derrapando... Se destaca el chirrido del cuero, los pasos pesados, los estruendos de las caídas y da un lastre extremo a los puños cayendo sobre los cuerpos. El batimóvil ahora sí retruena amenazante: es un instrumento de intimidación. El horror se percibe en las voces, la respiración o la falta de aliento, los latidos frenéticos. La lluvia refrena todo. Además, la música ahora tiene una intención más clásica, minimalista aunque orquestal, con un exceso de retórica que cimbra cada paso de los involucrados y genera tensión durante tres horas.
Gotham, imaginada por el diseñador de producción James Chinlund, tiene elementos, ahora sí, realmente góticos, mezclados con una arquitectura brutalista interrumpida por pantallas, edificios a medio terminar y otras lindezas que embarran a la ciudad de suciedad y una sensación de ruina salitrosa. No deja de verse contemporánea, a caballo entre Chicago, Nueva York, algo de la Gotham de Burton y el guaguancó que al creador de los espacios le pareció mejor para que se sintiera contradictoria, aturdida y abandonada por Dios. El óxido es lo que prima y todo, incluido el entorno de los lugares supuestamente lujosos, parecen emanar un hedor a perro mojado. Una perfecta metáfora de grandes ciudades primermundistas que han olvidado su propósito: ser cobijo de los ciudadanos. Algo que hace eco con la última película de Steven Spielberg, su remake de Amor sin barreras - 100% (2021).
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Todos estos elementos que he enumerado diligentemente para los lectores pacientes conducen a entender que es una película de superhéroes que comienza nihilista pero termina esperanzadora. Sí, está buenísima, pero si están esperando un hito como lo fueron Batman Regresa - 81% (1992), Superman: La película - 93% (1978), El Hombre Araña - 89% (2002), El Hombre Araña 2 - 93% (2004), Batman: El Caballero de La Noche - 94% (2008), Watchmen, Los Vigilantes - 65% (2009), Avengers: Infinity War - 79% (2018), Avengers: Endgame - 95% (2019), posiblemente estén pidiendo demasiado. Cada una de éstas se plantea las preguntas: “¿qué significa ser un superhéroe?” “¿por qué ser un superhéroe?” y “¿cómo puedo ser un héroe digno?” o incluso: “¿es mejor ser superhéroe o alguien normal?” En cada ocasión, intentan responderlo a su manera y con los sacrificios correspondientes.
Logan - 93% (2017) fue en este sentido la última que logró esto con un aplauso crítico. Las demás sólo repiten el cambio del superhéroe en turno –arco narrativo no necesariamente fresco–, no aportan un guiño insólito. Batman - 85% cae en la trampa de no aportar nada nuevo, excepto una visión más joven de Batman y, por lo tanto, más inmadura. Quizá lo único nuevo –y que es suficiente– sea el estilo del director. Porque, sí, sólo es otra excelente película de este superhéroe. No está dirigido a nuevas generaciones, sino a un grupo desatendido de las generaciones maduras: los desencantados que no le encontraron el lado humorístico a esta vida pandémica, más carnicera financieramente y cerca del colapso de la civilización y el planeta. Como diría el Guasón de Nolan: “Why so serious?”
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