En semanas recientes los medios y las redes sociales han hecho eco de un término quizá poco conocido para una sector importante de la audiencia. Las implicaciones del concepto queerbating han cobrado especial importancia en el caso del actor Kit Connor, de [Temporada] Heartstopper (1), quien recientemente compartió vía Twitter su preferencia sexual, lamentando el hecho de que se vio forzado a hacerlo. Pero ¿qué tiene que ver este término con la vida privada del actor inglés.

Sigue leyendo: HBO cancela Westworld tras su cuarta temporada


El investigador Joseph Brennan define al queerbating como la táctica en la que aquellos asociados oficialmente con un texto mediático cortejan a los espectadores interesados en narrativas LGBTIQ+ sin que el texto nunca confirme definitivamente la no heterosexualidad de los personajes relevantes. Desde luego, aquí se toma la definición literaria de texto como unidad comunicativa en cualquiera de sus acepciones, lo cual cobra importancia al tiempo de definir aquello que es y aquello que no es queerbating.

Lo cierto es que en esta práctica la industria del entretenimiento busca capitalizar a las audiencias LGBTIQ+ de una forma percibida por las mismas como poco ética, e históricamente hablando convirtiendo sus productos en narrativas dolorosamente traumáticas. Este hecho se agudiza cuando se toma en cuenta la faceta pública de inclusión y diversidad profesada por productoras y ejecutivos, quienes participan activamente en este señuelo aparentando así un falso activismo queer.





Las campañas de marketing que se basan en esta herramienta hacen uso del “dinero rosa”, referencia directa a la capitalización del consumidor LGBTIQ+ en el mercado. La verdadera demografía a la que se dirige la industria es a hombres homosexuales, en su mayoría blanco con un con un poder adquisitivo superior al promedio, y particularmente más alto que el resto de los integrantes de la comunidad queer.


La principal diferencia del queerbating con el “dinero rosa”, es el hecho que la primera es una intención velada, primordialmente ilusoria de un fin que no llegará. Brennan describe la práctica como un “cortejo encubierto”, esto debido a que en muchas ocasiones los elementos en su entorno —responsables directos de este señuelo— son únicamente captados por el público LGBTIQ+.

Este mensaje encubierto se encuentra intencionalmente encriptado con el fin de captar audiencia y seguidores, una estrategia nada nueva en el mundo de la publicidad, y, sin embargo, causante de miles de acusaciones infundadas hacia la audiencia queer por “ver cosas que no están ahí''. Brennan recurre al término “polisemia intencional” del académico en marketing Stefano Puntoni donde se describe el uso del homoerotismo ambiguo diseñado para captar demográficos marginales en la década de 1980, cuando las expresión “publicidad gay” comenzaba a ser usada por el mercado.

El segundo objetivo de esta estrategia publicitaria —dentro de ciertos contextos más importante que el primero—, se encuentra su uso dirigido de estas sutiles señales ambiguas que en ningún momento pretenden ser leídas por los espectadores heterosexuales como referencias directas a la cultura gay. De esta manera, se abarcan distintos tipos de consumidores evitando un posible conflicto entre ellos.

El término gay vague fue acuñado en 1997 por el periodista Michael Wilke, al hacer uso de él para dar sentido a anuncios con temas homoeróticos, mismo que fue adoptado por académicos a principios de la década de 2000. Wilke es también fundador de AdRespect.org archivo en línea de publicidad LGBTQ+.

De esta manera, la terminología nacida a inicios del pasado siglo siguió vigente en los medios audiovisuales contemporáneos. Con las series de [Temporada] Sherlock (1)y Supernatural, se llegaron a observar los que sin duda son los casos más representativos del queerbating en la pantalla chica. El subtexto entre la relación de Sherlock y Watson era tan evidente en esta serie, que con el tiempo este caso se convirtió en el objeto de estudio primordial dentro de los estudios académicos de queerbaiting.

Pese a la canónica heterosexualidad de ambos personajes, ambos compartían una relación repleta de codificación queer, negada del todo por la producción y los creadores del show. En realidad, esta relación era el centro de la trama, y con el paso del tiempo no puede negarse la intencionalidad de la narrativa. Paralelamente, en tiempos en los cuales el fandom de Sherlock convivía mano a mano con el de Supernatural en Tumbrl, surgió la ship que acabó con toda las ships. Con la pareja denominada Destiel, su público —que incluye a fanbase dividida entre hombres gays y mujeres heterosexuales— exigía la canonización de lo que ante sus ojos era evidente, la atracción romántica entre Castiel y Dean. Este caso es aún más complejo de analizar, puesto que, con la larga duración del show, sus componentes oscilan entre lo ambiguo, los inexistente y lo explícito, esto último con un Castiel admitiendo el cierre de la serie su amor por Dean, aunque de forma igualmente indeterminada por el canon.

Sin embargo, el término es relativamente nuevo y se ha divulgado fuertemente en las comunidades fandom desde la década de 2010, claramente vinculado a una seguidilla de casos de queerbating dentro de la pantalla chica. Así, los fans son explotados por una promesa hecha con el objetivo específico de nunca cumplirse. Mucho antes de las esferas de fans organizados en redes sociales el término se usaba en el mundo anglosajón para describir a una serie de prácticas homofóbicas, en su mayoría verbales.

Te recomendamos: Experta en literatura gótica elogia a Crepúsculo por sus vampiros vegetarianos y explica por qué la saga fue un éxito


La investigadora Haley Hulan, el término Bury Your Gays es lugar común dentro de la narrativa de un texto usado a modo de cliché, en donde una pareja del mismo género finalizará en su historia con uno de los dos muriendo o, tal vez peor, con uno de los dos dándose cuenta que nunca fueron homosexuales, a menudo terminando emparejado en una relación heterosexual.

Aquí habría que puntualizar que, aunque es un mecanismo aún usado en nuestros días, en el pasado muchas de estas historias —refugiadas en los folletines o la historieta para adultos además del cine—, eran escritas por autores homosexuales quienes buscaban cualquier medio para publicar relatos queer, sin importar que estos terminaran siendo aleccionadores sobre el “modo de vida homosexual”. En este contexto histórico el movimiento #RepresentationMatters era aún muy lejano y simplemente no existía otra manera para hacerlo posible.




Y es que la industria del entretenimiento de principios del siglo XX se encontraba limitada por una serie de códigos explícitos e implícitos sobre aquello que era válido o lo que tajantemente no lo era en términos de temáticas homosexuales. Así, cualquier comportamiento homosexual se encontraba con un descelace trágico en mil y una formas.

La académica Elizabeth Bridges recapitula lo ocurrido con el Código Hays, que reguló las producciones cinematográficas de 1934 hasta 1967, mediante una serie de reglas altamente restrictivas. Entre otras cosas, este código prohibía cualquier inferencia de perversión sexual, lo que obligaba a los personajes LGBTIQ+ a sufrir un desenlace fatídico a través de la muerte, el suicidio, la soledad y/o la miseria.

Bridges también subraya que las consecuencias de esté código afectaban particularmente a la mujer homosexual, el tiempo que las narrativas cinematográficas y televisivas comenzaron a ser más inclusivas —concretamente en el siglo XXI— los remanentes del código continuan siendo especailemnte crueles cuando se trata de relaciones entre mujeres que aman a otras mujeres.

Brennan también resalta el hecho de que el término ha sufrido diversos cambios en su historia, e incluso ha llegado a evolucionar en los últimos años desde la mirada de los fans. El caso paradigmático de la serie [Temporada] The 100 (3) ha propiciado que el término también sea usado para señalar la insatisfacción con la representación queer mostrada en un trama tras ser promocionada como tal de manera activa por showrunners o demás ejecutivos de la cadena en cuestión.

Tal vez te interese: Agatha: Coven of Chaos tendrá nueve capítulos


Hemos visto precisamente esto con el queerbaiting. Dichos términos suelen ser modificados por los fanáticos a medida que cambian las condiciones o surgen nuevos apremiantes, como la necesidad de etiquetar y actuar contra las representaciones que llevan más lejos las burlas de las audiencias a través de representaciones queer que son reales pero negativas de alguna manera, como se captura por el tropo de “enterrar a sus gays”.

Justo en el momento en que [Temporada] Game of Thrones (1) y [Temporada] The Walking Dead (1) imponían la regla de “cualquiera puede morir”, muchas producciones secundarias crearon una tendencia dañina: “cualquiera puede morir, sin embargo, las minorías van primero. Este hecho fue el catalizador para del movimiento surgido en redes sociales en la primavera del 2016, trás la muerte del personaje de Lexa en la serie The 100. Las espectadoras de la comunidad LGBTIQ+ dijeron basta ante el panorama de verse morir una y otra vez en sus escasos espacios de representación en los medios, con un índice particularmente alto de muertes de personajes sáficos en el 2016.




El movimiento pronto se convirtió en una plataforma de activismo social que se identificó con el hashtag #LGBTfansdeservebetter. Su eco fue tal que pronto los medios internacionales prestaron atención a él, tras lo cual fueron publicados una serie de artículos que dieron mucha más visibilidad al tema. De la conversación iniciada por las fans en círculos concretos de la web, se concluyó que en cuarenta años de existencia de personajes queer femeninos en la televisión —383 en total— más del 54% había muerto a manos del Bury Your Gays.

La investigación más profunda del tema también develó que, al aunar la homofobia con la misoginia, la muerte de una mujer queer en pantalla suele ser más explícita o próxima para el espectador, es decir, la muerte violenta de un personaje con la que la audiencia se sintiera plenamente identificada. Este hecho resultaba evidente para el público, que alzó la voz para denunciar la situación como un trauma intencionalmente causado, con efectos tangibles en una demografía particularmente vulnerable.

Así, la figura de Lexa se convirtió en la insignia de un movimiento que buscaba la reparación del daño en la forma de eliminar este tipo de narrativas para siempre. Como resultado a corto plazo, un grupo de escritores y shows de televisión canadienses publicaría el llamado The Lexa Pledge, donde se expresó el compromiso de tratar con respeto a sus personajes LGBTIQ+.

Fue en este punto donde el queerbaiting comenzó a evolucionar nuevamente en su significado, pues en este caso no se trataba de simplemente insinuar una relación homosexual entre las protagonistas de la serie, este hecho era canónico y nada podría contradecirlo. Sin embargo, la producción sí hizo uso de una fuerte campaña de publicidad, a la par de su canal CW, en donde se pregonaba una apertura y diversidad en sus historias. Por tal motivo, esta cadena pronto se convirtió en el lugar por excelencia donde esta nueva forma de queerbating era usada para sacar provecho económico pese a que lo visto en pantalla estaba lejos de ser lo prometido a la audiencia. El más reciente caso de esto es Supercorp, la ship formada entre Supergirl y Lena Luthor.

Sin embargo, Brennan deja la puerta abierta para el homoerotismo no intencional, sin intención autoral. Tal como lo explica Jeffrey Escoffier, el término “homosexualidad situacional” contiene un sentido anacrónico ante la creencia de que, bajo ciertas condiciones, la ausencia de mujeres u hombres pueden crear un grado de erotismo entre personas del mismo sexo en cualquier tipo de texto o medio, tales como prisiones, cuarteles, e internados.

En primer lugar, para intentar explicar este hecho habría que tener en cuenta que la orientación sexual es un espectro —donde la bisexualidad es mayoría— que se encuentra fuertemente restringido por normas socioculturales, en donde por consecuencia la mayoría de las personas no son capaces de explorar su propia sexualidad de forma sana y segura. A esto habría que sumarle el hecho de que una preferencia sexual no es necesariamente equivalente a una preferencia romántica.

En segundo lugar, el panorama social actual hace muy difícil que las narrativas del mundo del entretenimiento puedan apegarse al homoerotismo en defensa propia, pues, gracias a los movimientos de fans anteriormente mencionados, este es ahora un tema de conocimiento público el que no puede ni debe argumentarse desconocimiento. Si una de esas historias decidiera incidir en el queerbaiting, es seguro que su público hará notar su inconformidad.

Con esta serie de situaciones, también nace el problema de nombrar al queerbating, pues si bien es un término que se encuentra en constante evolución, habría que dejar en claro que existen situaciones que nunca pueden llegar a ser denominadas queerbaiting. El más claro caso de esto es lo vivido en estas semanas por el actor Kit Connor, quien interpreta a un adolecente descubriendo su sexualidad en el éxito de Netflix, Heartstopper.

También lee: El multiverso según 'Todo en todas partes al mismo tiempo'


Después de haber sido acosado por semanas tras la publicación de unas fotos en donde se le ve tomado de la mano con la coprotagonista de su próximo proyecto, Maia Reffico, el actor publicó el siguiente mensaje: “Soy bi, felicidades por obligar a un chico de 18 años a salir del closet. Creo que algunos de ustedes perdieron el punto del programa.”

El asunto presenta más de un problema. En primer lugar, los fanáticos de la serie provocaron que el actor adolescente tuviera que hablar públicamente sobre orientación sexual. Por otra parte, se presenta la problemática de la distinción entre ficción y realidad en este tema es sumamente importante para la misma visibilización del queerbating. Y es que nunca, y bajo ninguna circunstancia la orientación sexual de un actor estará ligada a este término.



De cierta manera, esto representa un paso atrás en la concientización social sobre el tema. Pero hay que decir que la industria no es precisamente inocente respecto a esta difuminación de fronteras. Uno de los sectores más poderosos dentro del entretenimiento actual es sin duda la industria del K-pop, y aquí el queerbating se hace presente de una manera distinta pero superlativamente efectiva.

Ante el dilema ético de no separar la ficción del mundo real, el K-pop juega con cartas distintas, pues los integrantes de cada grupo son seres humanos merecedores de respeto hacia su vida privada al igual que el resto de las personas. Sin embargo, gracias a los personajes creados por las empresas para cada uno de sus artistas, esta despersonificación tiene consecuencias directas en la percepción de sus fans, a menudo adolescentes que aún se encuentran formando un criterio sobre la percepción del mundo.

La académica Jamie J. Zhao señala que la industria respalda activamente las lecturas queer de los fans en los comportamientos de los integrantes. Aunque señala que, dentro de sociedades altamente conservadoras, por el momento estos hechos sirven la doble función, de contribuir a una visibilidad LGBTIQ+ al mismo tiempo que sirven como regulación heteronormativa de la (hetero)sexualidad de los ídolos. Esta circunstancia recuerda mucho a lo buscado por el Código Hays en el Hollywood del siglo pasado.

Aunque cada vez en menor medida, en ocasiones la cultura de las ships presente en los fandoms de series y películas muestra este tipo de patrones, en donde la vida privada de los actores se vuelve el centro de atención, desviando completamente así el objetivo de la visibilización de las minorías como herramienta para la equidad social. Quizá, gracias a la valentía de Kit Connor en el futuro los fans puedan reflexionar respecto al origen y la importancia de este fenómeno.

No te vayas sin leer: Los roles femeninos en las épicas fantásticas del cine y la televisión