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[Pelicula] El Menú es una película riquísima (al paladar y al ojo) en amor por el detalle, la elegancia plástica y con cierto fervor por el oficio culinario, expresado con fineza y humor cáustico. Exhibe una pátina de actuaciones espléndida (¿cómo no con Gwyneth Paltrow –Julian Slowik– a la cabeza y Anya Taylor-Joy –Margot– acompañando como el detalle juvenil y fresco?) en un guion redondo, simple y nada pretencioso, que se inscribe perfectamente en un entretenimiento adulto, laxo, que sólo busca despejar y otorgar regocijo a la audiencia. Una excelente elección para escampar una hora y cuarenta y seis minutos después de una larga jornada laboral. Finalmente, parece ser que [Director] Mark Mylod descubrió hacer cine para pantalla grande.
Sigue leyendo: Anya Taylor-Joy dice que trabajar con Robert Eggers es muy demandante
No es el tipo de películas mainstream que resultan memorables por su épica, crítica o actualidad –el platillo “Devastación” es lo más poderoso de [Pelicula] El Menú, así como el “postre”–, pero tiene sus momentos crudos y retorcidos que la salvan de pasar inadvertida entre las películas de este año. Posiblemente porque el primer gran acierto fue escribir esta película en clave de comedia oscura, lo cual le evita el ridículo de volverse pastosa o pretenciosamente profunda, con esa gentileza aburguesada que, en lugar de delatar decadencia, parece pronunciarse epígono evidente (y hasta grosero) de una galanura y pompa a la James Bond. (Tendencia tan abundante que asquea por ser tan adoradora de emular a la vida cotidiana de una realeza que no han tenido el gusto de conocer. Si no, miren el catálogo de películas de Thamara Aguilar u otros similares como [Pelicula] Tren Bala, [Pelicula] Enola Holmes, [Pelicula] No te preocupes cariño, etcétera.)
Doce comensales acaudalados llegan a una isla remota de 12 acres de Hawthorne, ubicada en el noroeste del Pacífico, para una experiencia gastronómica exclusiva de USD$1,250 por persona. La experiencia presume ser diferente a cualquier otra. En este grupo que presentan distintos excesos del ego, llega la invitada de última hora Margot que sustituye a la cita del devoto amante de la comida Tyler (Gabriella Uhl). Pronto se da cuenta de que está rodeada de detestables cretinos, incluidos unos fatuos tecnólogos ( Rob Yang, Arturo Castro, Keith Loneker), una crítica bravucona (Kenji Sawada), su editor lambiscón ( Paul Adelstein), una pareja mayor ordinariamente millonarios (Carrie Munro y German Segal) y una celebridad menor, pero presumida de glorias ridículas (Julie Mond y su asistente ( Aimee Carrero ), que ni la debe ni la teme pero, debido a su estatus social, termina condenada al acto que postula el chef Julian.
Lo que más disfrutará el público y que más aprovecharán los fast food aledaños a las salas de cine, es que uno sale con hambre del último platillo que degusta, previo a los créditos, Margot. Vaya que se esmeraron en filmar la comida conceptual y, lo que me gustaría llamar, la comida del goce.
Los elementos de trama y la manera en que se delatan los “misterios” que aparecen durante el episodio –ilustrados con la línea narrativa de un menú sibarita de autor–, así como su solución, son de una categoría descriptiva muy básica, casi de película serie tipo B. Pronto caemos en cuenta de que su estructura es una línea recta con algunos destellos previsibles. Incluso, hay momentos encantadores. En resumen: es una noble película palomera, oficiosamente manufacturada, acrítica y con una producción limpia que emplea la muerte y el morbo con puntualidad para mantener al espectador en su asiento sin que uno sienta que perdió el tiempo catastróficamente.
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La producción –en especial la indumentaria de los críticos, y, en general, el vestuario acompañado del diseño de interiores para cada set–, tiene una delicada minuciosidad en su faena. Vemos que su dominio del encuadre facilita que apreciemos las virtudes de las actuaciones, las escenas de ruptura y la violencia pasiva que merma más que la explícita.
Cuando se denuncia que habrá matanza, uno espera algún motivo o propósito mayor (político, social, estético, lo que sea que se le ocurra a uno). Lo jodido –y al mismo tiempo lo desternillante para el espectador– es que todo se trata de un berrinche “artístico”. Incluso, esta comedia oscura tiene como virtud que el gran hallazgo de Disney –la vida cotidiana feliz y no la opulencia son la felicidad– sirve como punto de inflexión para el entendimiento de los personajes de Julian y Margot.
[Director] Mark Mylod no es precisamente un gran narrador, pero sí uno que se ha curtido a puntapiés. Nos ha presentado distintas facetas de su carrera (la comedia ligera [Pelicula] Contando a mis ex, o la comedia negra The Big White) en las que ha fracaso en presentar su estilo o su forma de concebir al entretenimiento. Eso sí, sus premisas que dislocan la realidad y se someten al poder de la anécdota, son interesantes y comerciales. Pero le ha llevado 20 años conseguir una película como ésta, que tiene la decencia de sí narrar y no platicar todo lo que pasa en el set. Pareciera que su superpoder es crear grandes premisas que, finalmente, no cuajan. Es decir: es buenísimo para plantear proyectos de beca, pero terrible en los resultados. Excepto, claro está, cuando se trata de televisión (se ha ganado nuestro respeto con [Temporada] Succession (1), aunque lo odiamos cuando Bäckström).
Esta dependencia de la anécdota es un error capital para cualquier narrador. De ahí que muchas películas prometedoras no lleguen a buen término: el director no traduce ni reinterpreta, estudia, manosea y amasa la anécdota hasta tornarla en algo nuevo, sino que se atiene al propósito original. En [Pelicula] El Menú sí le sale. Y, vamos, a veces eso es suficiente.
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Doce comensales acaudalados llegan a una isla remota de 12 acres de Hawthorne, ubicada en el noroeste del Pacífico, para una experiencia gastronómica exclusiva de USD$1,250 por persona. La experiencia presume ser diferente a cualquier otra. En este grupo que presentan distintos excesos del ego, llega la invitada de última hora Margot que sustituye a la cita del devoto amante de la comida Tyler (Gabriella Uhl). Pronto se da cuenta de que está rodeada de detestables cretinos, incluidos unos fatuos tecnólogos ( Rob Yang, Arturo Castro, Keith Loneker), una crítica bravucona (Kenji Sawada), su editor lambiscón ( Paul Adelstein), una pareja mayor ordinariamente millonarios (Carrie Munro y German Segal) y una celebridad menor, pero presumida de glorias ridículas (Julie Mond y su asistente ( Aimee Carrero ), que ni la debe ni la teme pero, debido a su estatus social, termina condenada al acto que postula el chef Julian.
Lo que más disfrutará el público y que más aprovecharán los fast food aledaños a las salas de cine, es que uno sale con hambre del último platillo que degusta, previo a los créditos, Margot. Vaya que se esmeraron en filmar la comida conceptual y, lo que me gustaría llamar, la comida del goce.
Los elementos de trama y la manera en que se delatan los “misterios” que aparecen durante el episodio –ilustrados con la línea narrativa de un menú sibarita de autor–, así como su solución, son de una categoría descriptiva muy básica, casi de película serie tipo B. Pronto caemos en cuenta de que su estructura es una línea recta con algunos destellos previsibles. Incluso, hay momentos encantadores. En resumen: es una noble película palomera, oficiosamente manufacturada, acrítica y con una producción limpia que emplea la muerte y el morbo con puntualidad para mantener al espectador en su asiento sin que uno sienta que perdió el tiempo catastróficamente.
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La producción –en especial la indumentaria de los críticos, y, en general, el vestuario acompañado del diseño de interiores para cada set–, tiene una delicada minuciosidad en su faena. Vemos que su dominio del encuadre facilita que apreciemos las virtudes de las actuaciones, las escenas de ruptura y la violencia pasiva que merma más que la explícita.
Cuando se denuncia que habrá matanza, uno espera algún motivo o propósito mayor (político, social, estético, lo que sea que se le ocurra a uno). Lo jodido –y al mismo tiempo lo desternillante para el espectador– es que todo se trata de un berrinche “artístico”. Incluso, esta comedia oscura tiene como virtud que el gran hallazgo de Disney –la vida cotidiana feliz y no la opulencia son la felicidad– sirve como punto de inflexión para el entendimiento de los personajes de Julian y Margot.
[Director] Mark Mylod no es precisamente un gran narrador, pero sí uno que se ha curtido a puntapiés. Nos ha presentado distintas facetas de su carrera (la comedia ligera [Pelicula] Contando a mis ex, o la comedia negra The Big White) en las que ha fracaso en presentar su estilo o su forma de concebir al entretenimiento. Eso sí, sus premisas que dislocan la realidad y se someten al poder de la anécdota, son interesantes y comerciales. Pero le ha llevado 20 años conseguir una película como ésta, que tiene la decencia de sí narrar y no platicar todo lo que pasa en el set. Pareciera que su superpoder es crear grandes premisas que, finalmente, no cuajan. Es decir: es buenísimo para plantear proyectos de beca, pero terrible en los resultados. Excepto, claro está, cuando se trata de televisión (se ha ganado nuestro respeto con [Temporada] Succession (1), aunque lo odiamos cuando Bäckström).
Esta dependencia de la anécdota es un error capital para cualquier narrador. De ahí que muchas películas prometedoras no lleguen a buen término: el director no traduce ni reinterpreta, estudia, manosea y amasa la anécdota hasta tornarla en algo nuevo, sino que se atiene al propósito original. En [Pelicula] El Menú sí le sale. Y, vamos, a veces eso es suficiente.
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