Cuando somos niños cada día es una experiencia mágica en la que poco a poco vamos descubriendo las cosas que integran a nuestro entorno y vamos formando nuestro conocimiento de forma ensoñadora. Desde realizar un dibujo, hacer amigos por primera vez, aprender a leer, encontrar un pasatiempo que te haga vibrar, la emoción de ir a algún sitio en el que nunca has estado, descubrir el caramelo que pronto se volverá tu favorito, reir a carcajadas con algún dibujo animado y hasta los nervios de tu primer día de clases, todo es parte de una etapa extraordinaria… hasta que deja de serlo. Eventualmente, así como descubrimos todo lo maravilloso que este mundo tiene para ofrecernos, también nos topamos con la oscuridad y la maldad humana. En Playground: un mundo - 95% se retrata con brutal honestidad el acoso escolar en etapa infantil, pero más allá de eso es un ensayo poderoso sobre como la violencia es un círculo vicioso que no discrimina edad, sexo, raza, clase social o cualquier otra distinción.
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La película es la ópera prima de la cineasta belga Laura Wandel y sigue de cerca a Nora, una pequeña niña que comienza la primaria y poco después descubre el acoso que sufre su hermano mayor, Abel. Nora se debate entre la necesidad de integrarse y su hermano, que le pide que guarde silencio. En el elenco podemos encontrar a Maya Vanderbeque, Günter Duret, Karim Leklou, Laura Verlinden, Naël Ammama, entre otros.
Lo primero que hay que decir sobre Playground es que en tan solo 72 minutos, Laura Wandel ha creado una pieza contundente que aterriza como un balde de agua fría en el espectador. La película tiene la capacidad de dejar un sabor amargo en la boca después de su visualización, pero siempre por las razones correctas, al retratar con frío realismo el acoso que se vive en millones de colegios a diario. Como su nombre lo dicta, la mayor parte del drama se desarrolla en el patio de recreo de una escuela primaria, un area que debería estar destinada para la recreación y la sana convivencia pero que, lamentablemente, es el epicentro de las pesadillas para muchos estudiantes. Al final, ese pequeño espacio termina siendo un reflejo del mundo en el que vivimos, uno en el que la indiferencia ante el abuso es el pan de cada día.
Una de las cosas más interesantes que tiene la película es la perspectiva con la que Wandel decide abordar su historia: en lugar de enfocarse en la víctima del abuso, la cineasta nos pone en los zapatos de su hermana menor, abriendo el panorama para una reflexión mucho más compleja del tema. A partir de esta inteligente decisión creativa surge una pregunta estimulante que funge como eje del relato, ¿cómo podemos ayudar a alguien que no quiere ser ayudado? Lo cierto es que Playground no se busca llegar a la respuesta fácil o didáctica que muchas otros producciones similares ofrecen, aquí se nos presenta el conflicto de una forma libre de juicios que impulsa al espectador a meditar y sacar sus propias conclusiones, después de todo no se trata de lo que es correcto y de lo que no, sino de los matices que hay de por medio.
Y lo cierto es que, a pesar de ser su primer largometraje, Wandel dirige todo con un dominio admirable: la cineasta sabe exactamente qué quiere contar y cómo hacerlo, entregando un fascinante estudio de las dinámicas de acoso escolar. En cuanto a la forma, se utilizan ángulos de cámara que nos colocan en la perspectiva de los infantes, como si fueramos uno más en los pasillos, creando no solamente una inmersión profunda, sino un lazo con los protagonistas y su conflicto que finalmente despierta la empatía. En la película, los adultos son retratados como incapaces o ineptos a la hora de actuar contra el problema, y visualmente me parece interesante que su rostro no se muestre la mayor parte del tiempo por el tipo de toma que se emplea, mostrándolos ajenos a las circunstancias. Como pocos, la directora de origen belga entiende a los niños y su punto de vista con mucha sensibilidad, capturando emociones poderosas como la culpa, impotencia, ira, el amor fraternal e incluso la pérdida de la inocencia en un nivel íntimo que mueve fibras del corazón.
En el apartado actoral, el filme se apoya de principio a fin en el excelente trabajo de Maya Vanderbeque y Günter Duret como los hermanos protagonistas, que tanto a nivel individual como colaborativo se sienten completamente convincentes. En el caso de Vanderbeque, la pequeña actriz hace un espléndido trabajo catapultando el mar de emociones que su personaje vive pero no logra comprender del todo, por una parte la vemos impotente por no poder hacer algo para proteger a su hermano (asunto que a final de cuentas no es su responsabilidad, pero termina siendo un rol que tanto ella como su padre le imponen), y por otra le vemos luchando con su necesidad de encajar, propia de su edad, entre su grupo de amistades. Con Wandel fijando la lente en sus expresiones faciales la mayoría del tiempo, la intérprete carga con el compromiso de hacer que el recorrido incomode y sacuda al espectador hasta llegar a la catarsis final, reto al que demuestra estar a la altura a pesar de su corta edad. Por el otro lado, a Duret se le dan muy pocos diálogos dada la naturaleza retraída de su personaje, por lo que basta una de sus miradas para averiguar el tormento que siente por dentro. En conjunto, ambos actores comparten un química palpable que traspasa la pantalla y nos regala un puñado de momentos desgarradores, siendo la última escena una verdadera joya de la cinematografía contemporánea.
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Por supuesto, tanto la escritura como la estructura de Playground se sienten consistentes en calidad, además creo que esta es una de esas producciones que se beneficia de su corto tiempo de ejecución, evitando volverse reiterativa tanto en las situaciones como en su discurso, cosa que sin duda hubiera sucedido si tuviera quizás 10 o 20 minutos extra. La cinta se siente redonda como el ciclo de violencia que retrata, cubriendo de forma incisiva todos los rincones que se fija como objetivo y nada más. Por otro lado, se agradece que el tratamiento que se le da al tema nunca se sienta explotador, inevitablemente hay algunas secuencias duras de ver pero estas nunca se vuelven demasiado explícitas, de hecho esta es una masterclass de como impactar profundamente siendo únicamente sugerente con lo que se muestra en pantalla. Terminar la película en una nota ambigua también hace que el mensaje resuene con más fuerza, la resolución que se le da a estos personajes no es definitiva pero se siente apropiada: así como el bullying está lejos de ser erradicado nuestros protagonistas tienen un largo camino por delante para sanar, pero siempre hay una luz en el camino a la que aferrarse, una esperanza de que las cosas mejoren más adelante.
Finalmente, aunque no sea una película de terror, Playground: un mundo - 95% se corona fácilmente como una de las producciones más inquietantes del año, retratando con un ojo agudo los horrores del acoso escolar. Puede que su enfoque sea infantil, pero el tema es completamente universal y es uno con el que todos debemos no solamente empatizar, sino actuar para evitar que situaciones como las que se pueden ver a cuadro se sigan suscitando. El camino para erradicar el bullying es largo, pero como hijos, padres, hermanos o cualquier otro frente hay mucho que se puede hacer para combatirlo, al final es una responsabilidad social intentar ser mejores seres humanos, no ser indiferentes cuando veamos que se está ejerciendo cualquier tipo de violencia, integrar a aquellos que les está costando trabajo adaptarse a cualquier entorno y nunca quedarse callados. Siempre hay algo que se puede hacer, y esta cinta es un ejemplo de esto: un llamado urgente a la consciencia que lamentablemente resuena con fuerza en nuestros tiempos. No te la pierdas en la 72 Muestra Internacional de Cine de la Cineteca Nacional.
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