Violar es violentar a alguien hasta imponer un acto sexual sin su anuencia. Con exceso de dolor involucrado, desprecio; implica inferir mancilla adrede. El acto busca el sometimiento. La sujeción de la voluntad por medio de la mácula en el cuerpo. La reducción del otro a producto de consumo para probar el poder sobre alguien. Es subyugar, destazar y devorar a la bondad y la inocencia sólo por el placer que esto conlleva. Se despersonaliza y resta valor a quien se viola. Se le impone un estigma y se le entrega a la amargura.

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[Pelicula] EO , por su parte, es un canto de amor a la vida. También, y eso es lo más sórdido, la denuncia de la naturaleza corrosiva del ser humano. Y, en medio, la transgresión: la naturaleza corrosiva del ser humano violando el amor a la vida. Un relato que funde lo bello y lo sublime, dejándonos recuerdos hermosos con un amargo desenlace. La película fue escrita por el director polaco [Director] Jerzy Skolimowski ([Pelicula] El Cuchillo en el Agua) y [Escritor] Ewa Piaskowska, quienes, como lo expresan abiertamente en el colofón de la película, fueron movidos por su afecto a los animales. Algo que se traduce de manera pulcra en su énfasis de la retórica en la cámara y su enfoque en la gestualidad de los animales, aderezada por juegos de luces carmesí estroboscópicas muy a la [Director] Dario Argento que dan una atmósfera a lo que ciñe a cada personaje (ya humano, ya animal) en los momentos dignos de memoria. El filme, incluso, cuenta con las actuaciones de Hugh O’conor y Lorenzo Zurzolo en un microrelato que abona a lo Raymond Carver a la historia del burro.

No podía esperarse una obra convencional de alguien como Skolimowski, quien formó parte de la escena New Wave polaca en la década de 1960 y dirigió algunos dramas británicos entre 1970 y 1980. Incluso incursionó en la actuación: en uno de sus últimos trabajos, la Black Widow de Ariel Vromen le dio un cabezazo. Su estilo, además, siempre ha tenido algo de descarnado y directo, con una retórica que se enfoca en señalarnos las formas de inducir daño al mundo.



La trama se centra en un inusual personaje: EO, un asno gris de ojos llenos de ternura, de oficio circense, aunque venido a menos por obra y desgracia de la burocracia, la crueldad y la ferocidad de nuestro sistema productivo. (Sí, nuestros colmillos descansan en la tecnificación civilizatoria.) Una referencia clara a la obra de [Director] Robert Bresson, ya un clásico, Au Hasard Balthazar (1966), quien le dio connotaciones de pasión cristiana a su biografía sucinta de otro asno, sólo que éste tomando como línea de trama la pasión cristiana —denotando que la tragedia que entraña ese relato bíblico, es común a todas las creaturas del orbe, no sólo al hombre. Y si Bresson apostó por demostrar que la emotividad de un animal alcanzan para herir con la narrativa apelando a nuestra sensibilidad religiosa y cultural, Skolimowski opta por una épica más ecuménica: una odisea en busca del hogar —que no es un lugar, sino un ser amado.

El burrito EO, quien a lo largo de su periplo en busca de su antigua compañera humana ( Sandra Drzymalska) se topa con buena gente y otra que raya en la perversidad, conoce el regocijo, la plenitud, la pena y el dolor lúcido a través de la convivencia con el ser humano en diversas facetas. Primero, conoce a la especie humana como compañera de arte y al mismo tiempo como audiencia. También como “jefe”, en el caso del responsable del circo. Más adelante, funge incluso como sirviente de caballos en establos gestionados por un gobierno municipal. Al hombre como un destructor de la vida nocturna del bosque. Al hombre como un ser festivo, deportivo, lleno de ganas de departir con los suyos. A gente que ayuda a niños discapacitados y crea paraísos para animales de carga retirados o inadaptados. A un hombre confundido, empático, ludópata y harto de la vida que lleva. A un montón de maltratadores, humanos violentos, que los sumergen por distintos parajes de Europa que se transforman, poco a poco, en diligentes e inmutados observadores de la catástrofe.

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Aunque tiene visos claros de un retorno a casa casi helénico, con referencias a clásicos como [Pelicula] La Noche Del Cazador (1955) de Martina Gedeck (una escena hermosa con lásers de rifles en medio del bosque), el modo en que este viaje de vuelta es interrumpido en distintas ocasiones por actos de empatía, utilitarismo, brutalidad, devoción, fraternidad y otros eventos igualmente cruentos, delata una visión contemporánea que no elude un hado fatídico propiciado por la realidad que hemos creado como sociedad. El director de fotografía Michal Dymek ofrece primeros planos de EO que enfatizan su carácter y producen ese cerco de intimidad con el animalito, con algunas imágenes que procuran un alto lirismo —mismo que se mantiene en la edición con lujo de tensión. Hay ciertas licencias que son fascinantes; por ejemplo, cuando la cámara de un dron, presumiblemente, se precipita a través de un bosque filtrado de rojo. Una steadicam sigue a EO a través de un túnel mientras, de frente, es asediado por murciélagos. El agua del río se filma para enfatizar su naturaleza de prisma y los fractales que indican un orden ingénito en las cosas que no son tocadas por los humanos. Así, el director pretende mostrarnos el mundo a través de los ojos de un animal.

EO


¿Qué vemos a través de sus ojos? Animales salvajes masacrados. Animales sometidos al cautiverio. Animales sacrificados porque sí. Vemos a los propios seres humanos matarse entre sí. Y, para darle a cada imagen su justa dimensión sin necesidad de tantas palabras (en la película sabemos del hombre por sus acciones más que por sus diretes), Paweł Mykietyn se encarga de ministrar una música que poco a poco represente el estrés o la contemplación del mundo que EO tiene por delante.

Al final, pese a la inminente desgracia que nuestra hambre (literalmente) le induce a la biografía del burrito, incluso hasta el último gesto de horror, la inocencia jamás se pierde. Ahí, en esa pureza, descansa el secreto de la vida. Pero nosotros, al no encontrarla en los ojos de EO, al no entender la existencia sino por la rabia de nuestra civilización, sólo acertamos a devorarla. Sí, qué triste. Pero, también, qué oportunidad para dejar de comer salami… y defender más a nuestros compañeros de planeta.



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