Desde su brillante parodia de 2001: Odisea del Espacio - 96%, hasta los falsos comerciales de Barbie Depresión, Greta Gerwig se ha puesto detrás de la cámara para llevarnos, tal cual Dorothy en el camino de ladrillos amarillos, en un viaje hacia la vida emocional de una muñeca y el autoengaño corporativo del mundo real. Y si bien los muy reales sentimientos que Margot Robbie le imprime al polémico juguete se ahogan entre los brillantes colores pasteles, la sátira más feroz reluce al vestirse de rosa para burlarse del feminismo y de los reaccionarios que le temen.
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En Barbie - 88%, la muñeca titular (Margot Robbie) vive una vida perfecta en Barbieland, el reino en el que todas sus versiones tienen días perfectos, uno tras otro, junto a sus mejores accesorios: los Ken. Pero cuando el personaje experimenta extraños sucesos que irrumpen con los idílicos de su existencia, como amenazantes ideas sobre la muerte, deberá viajar al mundo real para descubrir qué pasa con la niña que juega con ella. Y por supuesto, su Ken (Ryan Gosling) la acompañará.
Es con un voraz sentido del humor, que entre rápidas líneas no da descanso al engañoso discurso corporativo sobre “empoderamiento femenino”, que el filme sorprendentemente se permite burlarse tanto de Mattel como de las intenciones detrás de sus diversas muñecas. A excepción de que cambia el rosa por un rojo más sangriento, y la comedia seca por una más soez, el sentido del largometraje es sorprendentemente más cercano a la brutal The Boys - 85% que al tierno relato de A tamaño natural (1974) de Luis García Berlanga. Aunque no es por falta de intentarlo.
Y es que Barbie apuesta por comentar sobre las evidentes contradicciones en las demandas que una sociedad patriarcal hace de las mujeres. A través de diálogos muy explícitos, y luego mejor logrados chistes durante un montaje de rescate, Gerwig condena estándares dobles que son imposibles de lograr. Pero hacerlos palpables, a través de su personaje titular, o sus múltiples versiones, es un reto que no acaba por cumplir.
Para la mala suerte de los momentos más dramáticos de la interpretación de Robbie, la película pierde enfoque hacia el tercer acto. Antes que mostrar cómo estos dobles discursos impactan a Gloria (America Ferrera), la humana que eventualmente ayuda a Barbie a entender sus nuevas ansiedades y su relación con ella, el filme se va por una tangente sobre la opresión masculina imponiendo sus estrictos roles en las habitantes de Barbieland. Pero esto no quiere decir que el comentario de género se pierda del todo.
Y es que, a lo largo de la película, Ken (Gosling) descubre que el mundo real está regido por los hombres y que, a diferencia de Barbieland, ellos tienen mucho mayor agencia y un claro sentido del propósito. Y lleva de vuelta consigo estas ideas para desdicha del resto de las muñecas. Esa subtrama es una de las maneras más ingeniosas en las que los temas de inequidad de género, y la lucha por el control de uno u otro, se vuelven más evidentes.
Es decir, como un claro opuesto del mundo real, Barbieland es un lugar en el que las mujeres lo son todo y los Kens ni siquiera tienen un lugar para dormir. Cuando el Ken principal aprende emocionado sobre el patriarcado, intenta sublevar el orden matriarcal en Barbieland para reconfigurar ese desequilibrio. Aunque pudiera sonar tontísimo, este arco es sumamente efectivo para demostrar su punto. Y es que si Ken está en desventaja en Barbieland, las mujeres lo están en el mundo real. Utilizar al personaje masculino para comentar sobre las desigualdades que enfrentan las mujeres en el mundo real, es una subversiva forma de poner en pantalla la naturaleza de dicha inequidad para tanto el público femenino como masculino.
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Barbie - 88% efectivamente usa a sus dos muñecos principales para comentar sobre esta disparidad que parece inherente a cada uno de sus mundos. ¿Da con la raíz de esa inequidad o propone una forma de resolverla de nivel estructural? No. Como buena sátira, su papel es señalar los ridículos, no encontrar una forma de desentrañar lo que los hace incoherentes. Es por eso que, al final, la película funciona mejor como una comedia, puesta a cuadro a través de dos icónicas muñecas, que como un comentario sobre la feminidad.
Y esa farsa se antoja particularmente ridícula y deliciosa gracias al diseño de producción. Ya sea por los estruendosos colores de los atuendos de Barbie, las playas rosas de Barbieland, los prominentes músculos de los Kens o el diseño de sonido que enfatiza movimientos y el rechinar del plástico, el filme evidencia lo extremo de los ideales de que cada género tiene de sí mismo o del otro; ya sea los de Barbie al llegar al mundo real o los de Ken cuando trata de sublevarse. El único abuso, por más hilarante que resulte gracias a Gosling, es un número musical de su personaje de varios minutos de duración.
Aunque a Barbie - 88% se le rompen los tacones a la hora de conmover, todavía logra tocarse los talones tres veces, al ritmo de constantes carcajadas, para conjurar un torbellino rosado que lleve al público en un gustoso viaje por los ridículos de nuestras divisiones de género. Ya seamos la muñeca que sucumbe ante las presiones de ser perfecta, el Ken en búsqueda de un mejor propósito, o una combinación entre ambas, hay de menos un buen rato esperando a quienes compren su boleto a Barbieland. La película llega a cines este 20 de julio.
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