MACABRO es uno de los mejores espacios para encontrar cine de terror internacional, lo que permite a los fans del género adentrarse a la dinámica y las tendencias de otros países para contrastarlas con lo que se produce a nivel nacional. Este año, la lista de exhibición trae muchas sorpresas interesantes, pero una de las más llamativas definitivamente es Minore, una historia de horror cósmico absurdo dirigida por Konstantinos Koutsoliotas, quien ha trabajado en el departamento de efectos visuales de títulos como El gabinete de curiosidades de Guillermo del Toro - 90%, El Callejón de las Almas Perdidas - 72%, 1917 - 98%, Guardianes de la Galaxia - 91% y X-Men: Dark Phoenix - 29%.
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Koutsoliotas lleva ya varios años dedicando su vida a la industria, y aunque su trayectoria más conocida es en el área de VFX, sí ha demostrado un interés genuino por presentarse como un creador legítimo dentro de los géneros de horror y fantasía. Su ópera prima fue O Heimonas, estrenada en 2013, que cuenta la historia de un escritor frustrado y en bancarrota que regresa a la casa donde su padre murió en circunstancias misteriosas. Seis años más tarde presentó The Fear of Looking Up sobre una policía que ve los límites de su mundo cambiar tras la muerte de su amante. Cerrando la brecha entre estrenos, este año presenta Minore su propuesta más arriesgada y a la espera del éxito de culto.
¿De qué trata Minore?
Minore nos cuenta la historia de William (Davide Tucci), un joven que viaja a Grecia para encontrar al padre que lo abandonó de niño y con el que tiene una conexión musical muy importante e íntima. Como es de esperarse, este viaje presenta una oportunidad única para conocer las tradiciones de ese país, así como a varios personajes extravagantes que representan el alma misma del lugar. Lo que parece llevarnos por un camino entre el melodrama y el misterio pronto se convierte en algo totalmente distinto cuando criaturas extrañas sacadas de la mismísima imaginación de H.P. Lovecraft llegan para destruir todo.
Aunque William es el personaje principal, la película no se enfoca únicamente en él ni en su deseo de conectar con una figura perdida, pues la película presenta a varios personajes que son igual de interesantes y dinámicos. De hecho, el director, quien escribió el guion junto a Elizabeth E. Schuch, se toma bastante tiempo en presentar a estos individuos con todo y sus apatías, conflictos y tradiciones personales. De esta forma se justifica que Minore dure casi dos horas y que los esperados monstruos tomen su tiempo en aparecer en pantalla para por fin satisfacer a los amantes del gore y el absurdo en el horror.
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Tentáculos e instrumentos de cuerda
De una manera peculiar y amable, el primer acto de Minore sirve para enamorarse de Grecia y sus habitantes, así como para reconocerlos como únicos, algo que se agradece pues no es raro que cintas de horror utilicen estereotipos torpes porque saben que el espectador tiene ansias de ver las horribles muertes y no de conocer el corazón de los protagonistas. En este caso, el cambio se siente fresco y natural pues también da paso a la comedia y el ritmo de cada personaje. Es así como conocemos a una diversidad de individuos como Aliki (Daphne Alexander), una mesera que se convertirá en el interés amoroso de William; Granny (Efi Papatheodorou), una abuela con una sed de sangre bastante particular; Naris ( Constantin Symsiris), un pintor que busca capturar la hermosura de los hombres; y Nikodimos (Meletis Georgiadis), un músico que siempre reserva un lugar en su restaurante favorito para la mujer que amó y ya no está a su lado.
De inicio, es posible que el espectador se pregunte por qué cada tantos minutos parece que se presenta a un nuevo personaje, pero es importante resaltar que sus tiempos en pantalla valdrán la pena cuando la invasión comience y toda la historia adquiera un tono diferente donde la premisa se vuelve sobre cómo un grupo de inadaptados conformado por artistas, delincuentes y un modelo que nunca habla, trabaja en equipo para acabar con los monstruos, jugando así con el poder del arte y la fuerza de la unión bajo esta bandera casi romántica.
Cuando uno se da cuenta que la vida diaria y común de los habitantes de este lugar es parte indispensable de la trama, la película da el giro esperado para presentar a estas criaturas de horror cósmico absoluto. Konstantinos Koutsoliotas logra hacer la transición de manera orgánica, primero dando indicios sobre esta invasión que van desde los sueños proféticos hasta una extraña niebla que proviene del mar. En ese sentido, los seguidores de Lovecraft y sus creaciones se sentirán en casa al presenciar estos momentos aunque estén lejos de la crisis humana existencial y el paso a la locura que ya son costumbre en su obra original.
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En vez de esto, el director prefiere que la llegada de estos seres marque el inicio de un nuevo tono cómico donde el equipo de sobrevivientes tratará de defenderse con armas, espadas, instrumentos musicales y pistolas que poco sirven ante su extraña fisonomía tentacular. Minore toma el riesgo de presentar a las criaturas por completo a pesar de que su presupuesto no le permite lograr efectos como en otros títulos salidos de Hollywood. Sin embargo, se agradece este salto de fe, pues el diseño de los monstruos es bastante puntual y ayuda a establecer los elementos más absurdos que llegan con cada nuevo giro de la trama y que sencillamente no se pueden adelantar al espectador porque sería perderse de mucho. En esa misma línea, las escenas de mutilaciones, desmembramientos y peleas se manejan bien entre la impresión y el ridículo, donde la sangre y las heridas descarnadas causan sorpresa, repulsión y mucha gracia.
Minore no sólo es una propuesta divertida y original que nos permite conocer a un creador ingenioso como Konstantinos Koutsoliotas, también es una cinta con gran corazón que nos recuerda que las historias de fantasía, horror y ciencia ficción pueden servir a algo mucho más etéreo que los sustos superficiales o la risa tonta. Aquí, la clave es que pueden presentarnos una tradición y ritmo totalmente distinto al que podemos acostumbrarnos de golpe para sentir a otro país como un hogar propio y a sus extraños habitantes como compañeros con los que vale la pena luchar para sobrevivir, haciendo de lo más simple algo excepcional.
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