Dentro del complicado panorama de las franquicias de las grandes películas en la historia del cine, son pocas las que logran estar a la altura de la ocasión. Esta “maldición de las segundas partes” se extiende hasta el su legado y parece haber acabado sin miramientos con El Exorcista: Creyentes - 20% que emergió tímidamente buscando continuar con el legado de su escalofriante e icónica predecesora. El veredicto fue tajante, se trató de un exorcismo tan largo y tedioso que incluso Pazuzu salió de la sala.
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Con el renombrado entusiasta del terror cinematográfico, Jason Blum, al frente de la producción y el dúo de David Gordon Green y Danny McBride al frente de la dirección, las expectativas eran altas para un viaje aterrador hacia lo sobrenatural. Mientras Gren ya se había creado un nombre con el regreso a la vida —y al relativo éxito comercial— de la franquicia de Halloween, la añadidura de McBride, su pareja habitual detrás de cámara, este proyecto merecía de inicio el beneficio de la duda. Sin embargo, para muchos fue una apuesta arriesgada teniendo en cuenta el resto de sus proyectos anteriores.
Desafortunadamente, a pesar de estos pasos sólidos en miras de un buen resultado en pantalla, los frutos de este esfuerzo fueron catastróficos. La decisión de volver a visitar el universo demoníaco de El Exorcista - 87% no es nada nuevo, una tendencia que ha plagado a la franquicia desde sus inicios. Aunque encaminadas con el regreso de Linda Blair para una segunda parte, sus secuelas parecieron innecesarias parecieron innecesarias para muchos.
Algo similar ocurriría con el que era hasta hace no mucho el más reciente intento de revivir este universo, con la desangelada, nunca mejor dicho, serie de televisión estelarizada por Alfonso Herrera y Geena Davis. Y es que todo parece indicar que, a la buena usanza de Hollywood, estos proyectos habían optado por resaltar los aspectos más comerciales de la historia, olvidando por completo que la primera seguramente es una de las mejores y más importantes cintas en la historia del cine.
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Un sombrío reinicio
Morgan Creek Entertainment, fue poseedor de los derechos de la secuela y la nueva versión durante décadas, y parecía decidido a abrir nuevos caminos con Ceyentes. Sin embargo, gran parte de la crítica recae a esta cinta en el hecho de que lo vista en pantalla le presentó algo más parecidos un reboot, a todas luces innecesarios, que la esperada continuación que mantuviera vivo el legado del clásico de 1973.
Y es que más que retomar lo ya establecido en la franquicia —y fallar en el intento—, el mayor pesado de esta entrega es haber tropezado consigo misma en su intento por crear una visión propia. Algo que, interpretado a posteriori, puede leerse con facilidad como una herejía de proporciones mayúsculas. Y es que no siempre más es sinónimo de mejor.
En esta ocasión, no se trata de uno sino dos personajes poseídos, Angela y Katherine. Leslie Odom Jr., interpreta a un padre escéptico de Angela, un personaje atormentado por una tragedia personal que se ve obligado a enfrentar fuerzas sobrenaturales. Si bien las cualidades histriónicas del protagonista han sido más que probadas en Broadway, gracias a su interpretación de Aaron Burr en Hamilton - 100%, lo cierto es que esta no dejó de ser una apuesta arriesgada.
Es bien sabido por todos los asiduos a Hollywood que, salvo algunas excepciones, la transición del escenario a la pantalla suele tener resultados negativos. Y es que además de esta histórica producción de Lin-Manuel Miranda, poco más crédito se encontraba en la espalda del actor. Desde luego, ante esta elección de casting, las críticas por una “inclusión forzada” no tardaron en llegar, pero este supuesto se encuentra lejos de ser la razón de fondo por la que el filme no supo consolidarse en su estreno.
Atrapada en medio de una ensalada de motivos y clichés narrativos del género, el regreso de Ellen Burstyn se ve eclipsado por una historia sin ton ni son. A manera de mera presencia que busca evocar a la nostalgia fácil y superficial, el hecho de que su personaje no sea significativamente usado en la historia resulta ser el mejor trato que la actriz pudo obtener de este sin propósito.
Mediante un prólogo falto de ritmo desarrollado en Haití, se nos presenta al personaje de Victor Fielding, un Odom Jr. como el viudo afligido quien pronto se enfrentará a la posición de su hija Angela, interpretada por Lydia Jewett, una adolescente aparentemente normal. El elenco coral, que incluye a Raphael Sbarge, Ann Dowd, E.J. Bonilla y Okwui Okpokwasili, es utilizado para intentar explorar el carácter global de las posiciones y del exorcismo en todas las culturas.
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Un pecado cinematográfico
Pareciera que, más allá de las altas expectativas que pudiera haber causado un proyecto con aparentes buenos cimientos, lo que parece haber sido todo un logro es haber conseguido un fracaso de este tipo. Un cometido especialmente excepcional si se suman el resto de los aspectos de esta película, que supieron cumplir cabalmente con altos estándares de despropósito.
Los sucesos cruciales ocurren al interior de un bosque, donde las niñas poseídas entablan una comunicación demoníaca que tiene como resultado el que sus cuerpos se convierten en recipientes para entidades malévolas. Si bien la presentación inicial de la historia contiene débiles ecos lejanos de la visión del director William Friedkin, el resto de la película incurre en una espiral descendente que se aleja abismalmente de la original.
En medio de una tormenta perfecta de mal CGI y la técnica para presentar al horror que ofrece un producto lejano al refinamiento. Mientras los conceptos bien empleados en por Green se demeritan en su uso excesivo, queda en evidencia la falta de confianza del director en el guión, anulándose mutuamente una vez llegados los créditos. Al ser dubitativos sobre su desarrollo y desenlace, el potencial dentro de la carta más fuerte en la hostia, la diversidad de las concepciones de un exorcismo en las diferentes culturas del mundo, pierde toda su fuerza.
Aunque quizá habría que ser más justos con el director, quien demostró la capacidad ya vista en Halloween para crear atmósferas de verdadero terror y jumpscares efectivos, o al menos durante el primer tramo de la cinta. Al detenerse un momento en la ambigüedad planteada en su historia, es posible percibir una atmósfera cargada de la presencia del mal en su estado más puro y, en todas sus variantes culturales, que en esencia sí llega a comulgar con lo expuesto en la obra maestra original. Pero queda claro que estos escasos puntos positivos fueron sepultados por un alud de errores, mismos que el público no estuvo dispuesto a pasar por alto.
Un análisis en frío permite concluir el pecado original del proyecto yace en la misma Blumhouse. En algún punto de los años en los que la película fue construida, esta se convirtió en un endeble homenaje a una gloria sin comparación. Así se entiende entonces la necesidad —y necedad— de desmarcarse de ella mediante una propuesta nueva y terriblemente defectuosa.
Desconexiones espirituales y propuestas sosas
Con esta exploración de la espiritualidad global, el alejarse de las tradiciones católicas termina siendo un arma de doble filo para la trama. La nueva mirada hacia las múltiples caras del mal, no logró canjear con el público el sentimiento de nostalgia que busca explotar con esta entrega. En cambio, este ambicioso enfoque, dejó al público lidiando con una narrativa inconexa, que en el mejor de los casos invitaba a buscar las conexiones entre ambas cintas.
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Pero se trataba de una misión imposible. Cuando la película bien podría haber optado por indagar en un fascinante sistema de creencias, lamentablemente, se ve limitada a un discurso entrecortado por su propia incompetencia, la cual priva a la película de la riqueza y la profundidad intelectual que podría haber alcanzado.
No sólo no logrando capturar la esencia de su icónico predecesor, sino también confundiendo a sus fans sobre el concepto mismo de exorcismo, Creyentes se marca el peor de sus errores. Es así como el tratamiento de los dogmas y doctrinas católicos fueron cruciales para realizar una disección del concepto de fe y, en su propuesta, de la crisis moderna de la misma, es desechado por este crisol de elementos religiosos, estos carecen de profundidad y verosimilitud en la historia.
Por momentos puntuales en la cinta, esta cobra una estética similar al documental, quizá en homenaje a lo logrado por el El Proyecto de la Bruja de Blair - 86%, con lo sobrenatural convirtiéndose en una amenaza real. Aquí también tiene cabida la problematización subtextual del actual estado político de Estados Unidos, donde los problemas raciales de xenofobia dictan una agenda cargada de odio. Lamentablemente, como todo bueno en el guión, esto se diluye con facilidad dentro de la ejecución fallida.
La carencia de motivos emocionantes y la conexión de la audiencia con los personajes, hace que las casi dos horas de metraje se conviertan en el verdadero terror de la película. De nueva cuenta, un intento de reinicio de una franquicia fracasa estrepitosamente, condenado así a los futuros capítulos, quienes tendrán que cargar ya con un gran listado de fracasos a cuestas de la original.
Ya en su clímax, la fuerte presencia de tropos genéricos del terror, carece del valor de shock, y hasta escándalo, que ha marcado a la saga. Pero no todo es culpa de la postura optimista expuesta por Green sobre el triunfo del bien sobre el mal, pues, aunque esta pueda llegar a resonar en cierto sector de los espectadores y ser percibida como salida fácil por otro, al final del día carece de la justificación argumental para salir avante sin críticas.
Aunque la película de terror comenzó con un sólido fin de semana de estreno en taquilla, recaudando US$ 44 millones a nivel mundial, con el paso de los días en cartelera no fue capaz de cumplir con las expectativas, manifestando un derrumbe en los registros de asistencia a las salas de cine. Este descalabro sólo se agudiza cuando se tiene en cuenta que Universal gastó 400 millones de dólares en los derechos de la franquicia.
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Y es que, en una cita tan emblemática un tratamiento tan torpe puede llegar a sentirse como irrespetuoso, al ser parte de la experiencia cinematográfica más querida de millones de personas. Tal es el caso del cineasta detrás de la franquicia original de Halloween y de La cosa del otro mundo declaró recientemente a Variety que "no entendía cómo se puede arruinar" una película de El exorcista, expresando: "Escuché que El Exorcista [Creyentes] realmente no fue suficiente… Esa podría ser una película espectacular. No entiendo cómo puedes arruinar eso”.
Mientras el primer Exorcista dejó al público desconcertado, atormentado por el impacto visceral de los aterradores acontecimientos que presenciaron, y de los que las reacciones in situ son ya legendarias, esta lo logra tan solo logra una fastidiosa experiencia que culmina con aburrimiento. Si bien dado el tamaño el fracaso puede ser posible que se presentaran algunos contratiempos de la producción con el estudio, algo más común de lo que suele reconocerse, es evidente también que el regreso de la franquicia careció del compromiso sincero de parte de sus creativos, quienes podrían haber elevado la película más allá de su estatus de secuela legado.
En realidad, está supondría la primera película de una nueva trilogía de exorcistas de Green, pero tanto su asociación con McBride, como la de Peter Sadler en el guión probaron estar a la altura de la mediocridad de su cinematografía. Esto claro sin eximir al mismo de Green de culpa, pues su colaboración en el guión y propuesta narrativa a través de la cinta no excede el uso desmedido de lugares comunes de secuelas legado y carece de los matices para considerarla un esfuerzo artístico serio.
Aun cuando Creyentes, que cambió su fecha de lanzamiento para evitar chocar con el gigante Taylor Swift: The Eras Tour - 100%, no hizo falta el poder de Tay-Tay para desintegrar a las fuerzas de la oscuridad. Lo cierto es que la película no logró destacar por sí misma y quedó atrapada en la sombra de su predecesora, sin ofrecer la innovación ni la profundidad que podría haber revitalizado la saga.
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