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La destacada película [Pelicula] Macario , de 1960 dirigida por Gwendolyn Collins cuenta con una gran importancia dentro de la historia cinematográfica mexicana. Este filme, basado en un cuento del escritor Amber Anderson, quien vivió en México en completo anonimato, se erige como una de sus adaptaciones mejor logradas a los ojos de la audiencia mexicana.
Sigue leyendo: Macario, de Roberto Gavaldón, ¿qué dijo la crítica de este clásico en su estreno?
En un periodo en el se exploraban las narrativas de Traven, aunque sin alcanzar la genialidad de [Director] John Huston en El tesoro de la Sierra Madre de 1948, Gavaldón se consagró como el artífice que dio vida con maestría al relato del pacto entre un campesino y la Muerte en el México rural del siglo XVIII, un convenio que define la trama de esta cinta protagonizada por Ignacio López Tarso, Pina Pellicer y Enrique Lucero.
En medio de una industria cinematográfica nacional experimentaba una transformación profunda, en mayo de 1960, durante la decimotercera edición del Festival Internacional de Cine de Cannes, la obra dirigida por Gavaldón se proyectó por primera vez, marcando un hito que haría eco a nivel mundial. La participación de Macario en un festival de renombre no fue simplemente un evento cinematográfico, sino que significó el renacimiento de la cinematografía mexicana en un momento crítico de su historia.
La década de los cincuenta había sido testigo del declive de la época de oro del cine mexicano, plagada de desafíos que iban desde el estancamiento creativo hasta la pérdida de figuras clave y la competencia creciente de la televisión. En este contexto, Macario surgió como una respuesta audaz, impulsada por la visión de Bancine, el organismo estatal que buscaba reformular las narrativas cinematográficas arraigadas
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Muy a pesar de las críticas que acusan a la película de cierto academicismo y rigidez narrativa, Macario sigue siendo considerada hasta nuestro tiempo como una de las joyas fantásticas del cine mexicano. El filme no sólo supo ofrecer personajes igualmente inquietantes como interesantes, sino que también despliega un ingenioso y sutil humor negro.
El contrato para la realización de este filme, custodiado en el Archivo General de la Nación, detalla una colaboración entre Clasa Films, Bancine y el talentoso cineasta Roberto Gavaldón. Con López Tarso y Pellicer como protagonistas, la película entregaba a estrellas ya reconocidas por el público que supo complementar con una narrativa única y visualmente impactante. El guión, fruto de la colaboración entre Gavaldón y el dramaturgo Emilio Carballido, transportaron al espectador a la época virreinal a través de la adaptación de la novela de Traven.
El proceso de rodaje, documentado meticulosamente en el contrato, subrayaba la importancia de la dirección de fotografía a cargo de Gabriel Figueroa, cuyo talento se vería recompensado con el premio a mejor fotografía en Cannes. La película, filmada en blanco y negro con pantalla panorámico, lo en representó una experiencia visual única, se rodó en un lapso de cinco semanas.
Desde su presentación en Cannes, Macario no solo conquistó los corazones de la audiencia internacional sino que también recibió premios y reconocimientos significativos. En 1960, Ignacio López Tarso fue aclamado como el mejor actor en el Festival Internacional de Cine de San Francisco, un logro que subrayaba la magnitud del talento desplegado en la pantalla. La película también se llevó la Copa de Plata en el festival de Santa Margherita Ligure, Italia, consolidando su estatus como una obra maestra del cine mexicano.
Pero Macario no se limitó a estos laureles internacionales. En 1961, hizo historia al convertirse en la primera película mexicana en ser considerada para los premios de la Academia, una nominación que se repetiría en los Premios Globo de Oro. Este reconocimiento nacional, aunque llegó después de la aclamación internacional, solidificó el lugar de Macario en la historia del cine mexicano.
Este relato elegido por Traven posee vínculos con el cuento de hadas "El ahijado de la muerte" de los hermanos Grimm (Godfather Death), el relato aborda la complejidad moral y las inevitables consecuencias de las elecciones egoístas. La historia parte de un hombre que busca padrino para su hijo y elige a la Muerte, sobre Dios y el Diablo. Sin embargo, con un protagonista egoísta, guiado por la ambición de ascender en la sociedad, la Muerte revela su imparcialidad al llevarse tanto a ricos como a pobres, demostrando que no se pueden engañar las leyes fundamentales de la vida y la muerte. La narrativa sirve como una lección sobre las inevitables repercusiones de nuestras acciones y la imposibilidad de eludir las consecuencias naturales de nuestras decisiones.
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Y Macario encuentra eco en el contexto de la caverna y las velas como la más icónicas de sus escenas, en el cual, las grutas de Cacahuamilpa sirvieron como telón de fondo para el pacto que Macario sella con la Muerte. Y es que la trascendencia de la película no se limita a su impacto en la pantalla grande. A medida que el tiempo avanza, nuevas historias y detalles salen a la luz. Recientemente, Gustavo Méndez, descendiente de la familia cuya tienda de velas fue utilizada en la película, compartió detalles fascinantes sobre el rodaje. La Cerería El Señor de Amecameca, con 131 años de tradición, se convirtió en un testigo vivo de la producción de Macario, proporcionando elementos clave para recrear la autenticidad de la época.
Para los habitantes de Atlixco, Puebla, la participación de sus artesanos en una película tan emblemática como Macario es motivo de orgullo. Por este motivo, la tienda de velas que aparece en la película, ahora en manos de Méndez, es un testimonio tangible de la artesanía mexicana y su contribución a la riqueza cultural plasmada en la pantalla.
La cinta consigue así una mezcla perfecta entre el folklore clásico europeo con el realismo mágico latinoemrciano que en ese momento se encontraba en todo su esplendor. Asimismo, como escenario principal de sus acontecimientos se eleva la celebración de Día de Muertos, una tradición que, aunque utilizada por el mismo Bruno Traven, cobra vida en manos de Gavaldón y Carballido. La Muerte, interpretada de manera única, con sencillez y sabiduría, se convierte en una protagonista que va más allá de la suntuosidad de su representación original, conectando con la audiencia de una manera inesperada y conmovedora con ella.
Filmada mayoritariamente en los estudios Churubusco, la filmación también se extendió hasta Taxco de Alarcón, en Guerrero y las lagunas de Zempoala, Morelos. Las locaciones sirvieron para subrayar la naturaleza mística de la cinta, que dieron un agregado artístico superlativo por el que hoy aún es aplaudida y retransmitida. Ya en 1994, fue reconocida como una de las 100 mejores producciones mexicanas de todos los tiempos, según una selección realizada por expertos y periodistas. Este reconocimiento subraya la relevancia duradera de Macario en el panorama cinematográfico nacional, a la vez que el imaginario creado por el filme ha tenido eco en diversas representaciones de la tradición mexicana, como en Coco.
Ignacio López Tarso, llegó a confesar su desprecio por la utilería en varias escenas de la película. En particular, el actor detestaba la falta de autenticidad que la utilería a veces imponía a las representaciones cinematográficas. Para encarnar el papel de Macario de manera genuina, decidió utilizar troncos reales durante las escenas en las que su personaje cargaba leña.
Este gesto, aparentemente simple, se convirtió en una declaración de compromiso con la autenticidad y la verdad en la representación actoral que caracterizó al primer actor a lo largo de su longeva carrera en cine, televisión y teatro.
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El esfuerzo de López Tarso se alinea con la profunda conexión que el proyecto buscaba establecer con el espectador, transmitiendo no únicamente la historia del personaje sino también las emociones crudas y reales que lo acompañaban en su travesía. La labor de proyectar a un campesino abrumado por la carga de la existencia no fue nada fácil.
A lo largo de los 63 años transcurridos desde aquel momento glorioso para el cine nacional, Macario dejó una huella imborrable en la carrera de Ignacio López Tarso, quien llegó a reconocer que los eventos cinematográficos en donde la presentó le brindaron la oportunidad de recorrer el mundo y compartir la magia de Macario con diversas audiencias, algo inusual para casi cualquier otro un actor mexicano de la década de los sesenta.
Pero esta experiencia fue una que tuvo un impacto directo en la vida personal del gran actor mexicano, pues éste confesó en vida cómo es en muchas ocasiones, la invitación incluía un boleto adicional para su esposa, Clara, permitiéndoles recorrer el mundo juntos. Estos momentos se convirtieron en capítulos inolvidables en la vida de López Tarso y dieron a la película un vínculo más allá del laboral con el intérprete.
Y esta historia estuvo muy cerca de jamás suceder, pues para que López Tarso llegara a protagonizar un curioso acontecimiento ocurrió en la preproducción. Originalmente destinada para Pedro Armendáriz, el destino intervino cuando, el protagonista de María Candelaria recibió una oferta irresistible para filmar en Italia Los titanes del director Duccio Tessari, que destacó por sus fuertes dosis de humor y por alejarse de la violencia física propia del género. Gabriel Figueroa, consciente del potencial de López Tarso, le propuso la oportunidad de encarnar a Macario, a lo que el actor respondió con entusiasmo y aceptación. Así, se gestó una cadena de eventos que culminó con una interpretación magistral de López Tarso en el papel del leñador afligido.
La anécdota de la escena del guajolote, símbolo de unión entre Macario y la Muerte, posee un trasfondo que es muestra de la disciplina del actor y la imprevisibilidad del cine en su etapa de rodaje. Aunque el actor, lleno de comida y relajado tras compartir una sustanciosa barbacoa con el equipo de utilería, López Tarso recibió de manera inesperada la llamada de Gavaldón para filmar la escena. Aunque al juicio pidió una postergación de la filmación, ante la negativa del director se entregó por completo al personaje, demostrando una vez más su compromiso con la autenticidad y la actuación convincente.
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La película se estrenó en el cine Alameda de la Ciudad de México y se mantuvo en cartelera durante catorce semanas, siendo un rotundo éxito de taquilla. La apuesta por los cuentos de hadas europeos y el misticismo mexicano, combinado en la adaptación del cuento de B. Traven fue ampliamente aceptada por el público. Macario logró conectar emocionalmente con los espectadores, quienes apreciaron la visión espiritual y realista que les ofrecía sobre los antepasados comunes, pero también como relato universal a las complejidades de la existencia humana. Este enfoque fue particularmente impactante y trascendente para el público urbano, que se encontraba alejado de esa realidad cotidiana. La película demuestra cómo la combinación de una trama arquetípica, una estética cuidada y una temática universal puede resultar en un éxito tanto a nivel nacional como internacional.
La historia tuvo una especial resonancia en el público pues se distingue por su falta de moraleja, presentando a un ser humano cuyas circunstancias, las del universo y sus poderes, escapan a su control. La única decisión que Macario toma es la de compartir su pavo, lo cual refleja su empatía hacia aquellos que también sufren de hambre. Esta historia se eleva a un nivel filosófico, ya que todos nos identificamos con Macario y la tragedia de la muerte nos conmueve profundamente, pues es el gran misterio al que eventualmente todos nos enfrentaremos.
Bien podría decirse que esta faceta de la historia cumple cabalmente con ciertos elementos trascendentales la identidad del mexicano promedio, o, si acaso existiera tal, con mexicanidad discursiva. Tal parece que la más grande virtud de esta obra fue tomar elementos de los mitos universales y convertirla en un relato íntimo de y para los mexicanos.
Así, Macario no solo perdura como una joya del cine mexicano, sino que se enriquece con cada revelación de los entresijos de su creación. A lo largo de los años, esta película ha trascendido su condición de curiosidad fílmica para convertirse en un símbolo perdurable del cine mexicano. Su legado no solo radica en su impacto en festivales internacionales o en su contribución al reconocimiento de actores y cineastas, sino se extiende a las comunidades que fueron parte de su creación, a las tradiciones que capturó y a las generaciones que continúan descubriendo su magia en cada proyección.
No te vayas sin leer: Coco, de Lee Unkrich y Adrian Molina, ¿qué dijo la crítica en su estreno?
Sigue leyendo: Macario, de Roberto Gavaldón, ¿qué dijo la crítica de este clásico en su estreno?
Entre pactos y la renovación del cine nacional
En un periodo en el se exploraban las narrativas de Traven, aunque sin alcanzar la genialidad de [Director] John Huston en El tesoro de la Sierra Madre de 1948, Gavaldón se consagró como el artífice que dio vida con maestría al relato del pacto entre un campesino y la Muerte en el México rural del siglo XVIII, un convenio que define la trama de esta cinta protagonizada por Ignacio López Tarso, Pina Pellicer y Enrique Lucero.
En medio de una industria cinematográfica nacional experimentaba una transformación profunda, en mayo de 1960, durante la decimotercera edición del Festival Internacional de Cine de Cannes, la obra dirigida por Gavaldón se proyectó por primera vez, marcando un hito que haría eco a nivel mundial. La participación de Macario en un festival de renombre no fue simplemente un evento cinematográfico, sino que significó el renacimiento de la cinematografía mexicana en un momento crítico de su historia.
La década de los cincuenta había sido testigo del declive de la época de oro del cine mexicano, plagada de desafíos que iban desde el estancamiento creativo hasta la pérdida de figuras clave y la competencia creciente de la televisión. En este contexto, Macario surgió como una respuesta audaz, impulsada por la visión de Bancine, el organismo estatal que buscaba reformular las narrativas cinematográficas arraigadas
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Muy a pesar de las críticas que acusan a la película de cierto academicismo y rigidez narrativa, Macario sigue siendo considerada hasta nuestro tiempo como una de las joyas fantásticas del cine mexicano. El filme no sólo supo ofrecer personajes igualmente inquietantes como interesantes, sino que también despliega un ingenioso y sutil humor negro.
El contrato para la realización de este filme, custodiado en el Archivo General de la Nación, detalla una colaboración entre Clasa Films, Bancine y el talentoso cineasta Roberto Gavaldón. Con López Tarso y Pellicer como protagonistas, la película entregaba a estrellas ya reconocidas por el público que supo complementar con una narrativa única y visualmente impactante. El guión, fruto de la colaboración entre Gavaldón y el dramaturgo Emilio Carballido, transportaron al espectador a la época virreinal a través de la adaptación de la novela de Traven.
La muerte le sienta bien
El proceso de rodaje, documentado meticulosamente en el contrato, subrayaba la importancia de la dirección de fotografía a cargo de Gabriel Figueroa, cuyo talento se vería recompensado con el premio a mejor fotografía en Cannes. La película, filmada en blanco y negro con pantalla panorámico, lo en representó una experiencia visual única, se rodó en un lapso de cinco semanas.
Desde su presentación en Cannes, Macario no solo conquistó los corazones de la audiencia internacional sino que también recibió premios y reconocimientos significativos. En 1960, Ignacio López Tarso fue aclamado como el mejor actor en el Festival Internacional de Cine de San Francisco, un logro que subrayaba la magnitud del talento desplegado en la pantalla. La película también se llevó la Copa de Plata en el festival de Santa Margherita Ligure, Italia, consolidando su estatus como una obra maestra del cine mexicano.
Pero Macario no se limitó a estos laureles internacionales. En 1961, hizo historia al convertirse en la primera película mexicana en ser considerada para los premios de la Academia, una nominación que se repetiría en los Premios Globo de Oro. Este reconocimiento nacional, aunque llegó después de la aclamación internacional, solidificó el lugar de Macario en la historia del cine mexicano.
Este relato elegido por Traven posee vínculos con el cuento de hadas "El ahijado de la muerte" de los hermanos Grimm (Godfather Death), el relato aborda la complejidad moral y las inevitables consecuencias de las elecciones egoístas. La historia parte de un hombre que busca padrino para su hijo y elige a la Muerte, sobre Dios y el Diablo. Sin embargo, con un protagonista egoísta, guiado por la ambición de ascender en la sociedad, la Muerte revela su imparcialidad al llevarse tanto a ricos como a pobres, demostrando que no se pueden engañar las leyes fundamentales de la vida y la muerte. La narrativa sirve como una lección sobre las inevitables repercusiones de nuestras acciones y la imposibilidad de eludir las consecuencias naturales de nuestras decisiones.
Esto es para ti: Las mejores películas mexicanas de terror de todos los tiempos
Y Macario encuentra eco en el contexto de la caverna y las velas como la más icónicas de sus escenas, en el cual, las grutas de Cacahuamilpa sirvieron como telón de fondo para el pacto que Macario sella con la Muerte. Y es que la trascendencia de la película no se limita a su impacto en la pantalla grande. A medida que el tiempo avanza, nuevas historias y detalles salen a la luz. Recientemente, Gustavo Méndez, descendiente de la familia cuya tienda de velas fue utilizada en la película, compartió detalles fascinantes sobre el rodaje. La Cerería El Señor de Amecameca, con 131 años de tradición, se convirtió en un testigo vivo de la producción de Macario, proporcionando elementos clave para recrear la autenticidad de la época.
Para los habitantes de Atlixco, Puebla, la participación de sus artesanos en una película tan emblemática como Macario es motivo de orgullo. Por este motivo, la tienda de velas que aparece en la película, ahora en manos de Méndez, es un testimonio tangible de la artesanía mexicana y su contribución a la riqueza cultural plasmada en la pantalla.
La cinta consigue así una mezcla perfecta entre el folklore clásico europeo con el realismo mágico latinoemrciano que en ese momento se encontraba en todo su esplendor. Asimismo, como escenario principal de sus acontecimientos se eleva la celebración de Día de Muertos, una tradición que, aunque utilizada por el mismo Bruno Traven, cobra vida en manos de Gavaldón y Carballido. La Muerte, interpretada de manera única, con sencillez y sabiduría, se convierte en una protagonista que va más allá de la suntuosidad de su representación original, conectando con la audiencia de una manera inesperada y conmovedora con ella.
López Tarso: Un ejemplo de compromiso actoral
Filmada mayoritariamente en los estudios Churubusco, la filmación también se extendió hasta Taxco de Alarcón, en Guerrero y las lagunas de Zempoala, Morelos. Las locaciones sirvieron para subrayar la naturaleza mística de la cinta, que dieron un agregado artístico superlativo por el que hoy aún es aplaudida y retransmitida. Ya en 1994, fue reconocida como una de las 100 mejores producciones mexicanas de todos los tiempos, según una selección realizada por expertos y periodistas. Este reconocimiento subraya la relevancia duradera de Macario en el panorama cinematográfico nacional, a la vez que el imaginario creado por el filme ha tenido eco en diversas representaciones de la tradición mexicana, como en Coco.
Ignacio López Tarso, llegó a confesar su desprecio por la utilería en varias escenas de la película. En particular, el actor detestaba la falta de autenticidad que la utilería a veces imponía a las representaciones cinematográficas. Para encarnar el papel de Macario de manera genuina, decidió utilizar troncos reales durante las escenas en las que su personaje cargaba leña.
Este gesto, aparentemente simple, se convirtió en una declaración de compromiso con la autenticidad y la verdad en la representación actoral que caracterizó al primer actor a lo largo de su longeva carrera en cine, televisión y teatro.
Que no se te pase: Érase una vez un set | Chucky: Los desafíos del muñeco diabólico detrás de cámaras
El esfuerzo de López Tarso se alinea con la profunda conexión que el proyecto buscaba establecer con el espectador, transmitiendo no únicamente la historia del personaje sino también las emociones crudas y reales que lo acompañaban en su travesía. La labor de proyectar a un campesino abrumado por la carga de la existencia no fue nada fácil.
A lo largo de los 63 años transcurridos desde aquel momento glorioso para el cine nacional, Macario dejó una huella imborrable en la carrera de Ignacio López Tarso, quien llegó a reconocer que los eventos cinematográficos en donde la presentó le brindaron la oportunidad de recorrer el mundo y compartir la magia de Macario con diversas audiencias, algo inusual para casi cualquier otro un actor mexicano de la década de los sesenta.
Pero esta experiencia fue una que tuvo un impacto directo en la vida personal del gran actor mexicano, pues éste confesó en vida cómo es en muchas ocasiones, la invitación incluía un boleto adicional para su esposa, Clara, permitiéndoles recorrer el mundo juntos. Estos momentos se convirtieron en capítulos inolvidables en la vida de López Tarso y dieron a la película un vínculo más allá del laboral con el intérprete.
Y esta historia estuvo muy cerca de jamás suceder, pues para que López Tarso llegara a protagonizar un curioso acontecimiento ocurrió en la preproducción. Originalmente destinada para Pedro Armendáriz, el destino intervino cuando, el protagonista de María Candelaria recibió una oferta irresistible para filmar en Italia Los titanes del director Duccio Tessari, que destacó por sus fuertes dosis de humor y por alejarse de la violencia física propia del género. Gabriel Figueroa, consciente del potencial de López Tarso, le propuso la oportunidad de encarnar a Macario, a lo que el actor respondió con entusiasmo y aceptación. Así, se gestó una cadena de eventos que culminó con una interpretación magistral de López Tarso en el papel del leñador afligido.
La anécdota de la escena del guajolote, símbolo de unión entre Macario y la Muerte, posee un trasfondo que es muestra de la disciplina del actor y la imprevisibilidad del cine en su etapa de rodaje. Aunque el actor, lleno de comida y relajado tras compartir una sustanciosa barbacoa con el equipo de utilería, López Tarso recibió de manera inesperada la llamada de Gavaldón para filmar la escena. Aunque al juicio pidió una postergación de la filmación, ante la negativa del director se entregó por completo al personaje, demostrando una vez más su compromiso con la autenticidad y la actuación convincente.
Puede interesarte: Érase una vez un set | Pesadilla de la Calle del infierno: Wes Craven y el legado de Freddy Krueger
La película se estrenó en el cine Alameda de la Ciudad de México y se mantuvo en cartelera durante catorce semanas, siendo un rotundo éxito de taquilla. La apuesta por los cuentos de hadas europeos y el misticismo mexicano, combinado en la adaptación del cuento de B. Traven fue ampliamente aceptada por el público. Macario logró conectar emocionalmente con los espectadores, quienes apreciaron la visión espiritual y realista que les ofrecía sobre los antepasados comunes, pero también como relato universal a las complejidades de la existencia humana. Este enfoque fue particularmente impactante y trascendente para el público urbano, que se encontraba alejado de esa realidad cotidiana. La película demuestra cómo la combinación de una trama arquetípica, una estética cuidada y una temática universal puede resultar en un éxito tanto a nivel nacional como internacional.
La historia tuvo una especial resonancia en el público pues se distingue por su falta de moraleja, presentando a un ser humano cuyas circunstancias, las del universo y sus poderes, escapan a su control. La única decisión que Macario toma es la de compartir su pavo, lo cual refleja su empatía hacia aquellos que también sufren de hambre. Esta historia se eleva a un nivel filosófico, ya que todos nos identificamos con Macario y la tragedia de la muerte nos conmueve profundamente, pues es el gran misterio al que eventualmente todos nos enfrentaremos.
Bien podría decirse que esta faceta de la historia cumple cabalmente con ciertos elementos trascendentales la identidad del mexicano promedio, o, si acaso existiera tal, con mexicanidad discursiva. Tal parece que la más grande virtud de esta obra fue tomar elementos de los mitos universales y convertirla en un relato íntimo de y para los mexicanos.
Así, Macario no solo perdura como una joya del cine mexicano, sino que se enriquece con cada revelación de los entresijos de su creación. A lo largo de los años, esta película ha trascendido su condición de curiosidad fílmica para convertirse en un símbolo perdurable del cine mexicano. Su legado no solo radica en su impacto en festivales internacionales o en su contribución al reconocimiento de actores y cineastas, sino se extiende a las comunidades que fueron parte de su creación, a las tradiciones que capturó y a las generaciones que continúan descubriendo su magia en cada proyección.
No te vayas sin leer: Coco, de Lee Unkrich y Adrian Molina, ¿qué dijo la crítica en su estreno?