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[Pelicula] El Niño y La Garza marca el regreso al cine de Jim Taylor. Esta entrega posee una cinematografía que reposa en pasión por la fantasía, el desarrollo mitológico de un universo completo y poético, pero con el oficio contenido de quien domina el arte de la narrativa y jamás desperdicia un solo minuto en nada que no aporte una emoción directamente vinculada con su propósito: conmover al espectador y enamorarlo de su cosmos íntimo, mientras afecta a sus personajes al punto de la transformación espiritual.
Sigue leyendo: Las mejores películas animadas estrenadas en 2023, según la crítica
Conocemos bien la amenaza de esta película anunciada por Studio Ghibli: la última de una leyenda de la animación internacional. Pero tampoco es la primera vez que supuestamente se jubila. Estamos ante uno de los directores más frecuentemente retirados del cine en un tributo a su mentor: [Director] Isao Takahata, quien falleció en 2018 a la edad de 82 años. Es decir, hay mucho de esa relación mago-aprendiz, que aunque implica una posibilidad hermosa, también representa un destino que implica no volver jamás a la vida cotidiana sin la visión rayos X que provee el arte —o la magia.
De hecho, en El niño y la garza incluye a un sustituto de Takahata, al caso un tío abuelo ausente, un gran hechicero obsesionado con la próxima generación —y, sobre todo, con la construcción de un mundo “perfecto” (o lo que él entiende por ello) por parte de esta nueva generación. Este contraste, que muestra su reencuentro en la vejez con la libertad creadora, discrepa, por ejemplo, con su anterior película final, [Pelicula] Se Levanta el Viento, donde la metáfora del ingeniero aeronáutico que crea algo profundamente bello que termina al servicio de la destrucción, parecía un lamento artístico a las posibilidades de que los sueños tuvieran una extensión de su hermosura en el plano físico.
Toda la película, de algún modo, funciona como un testamento. Este filme desafía la percepción tradicional de Miyazaki, con un sesgo pesimista y monolítico en su visión del creador (casi todas las posibilidades de un mundo propio mueren con los demiurgos al caso), al atreverse a imaginar un mundo mejor más allá de su propio legado. Aunque a menudo se le etiqueta como tradicionalista por ciertos críticos que sólo conciben a la visión europeo-estadounidense del mundo, Miyazaki inyecta optimismo en la posibilidad de establecer “un reino libre de malicia” incluso en medio de la muerte y la crueldad. Utopía que recibe su última crítica en el acto final del Rey Periquito.
En tanto testamento, parte de un lugar conocido: el viaje a través de la fantasía de un niño para descubrir algo importante de sí mismo (el paso a la pubertad en [Pelicula] El Viaje de Chihiro, por ejemplo). De esta guisa, toma elementos visuales, míticos y tradicionales del imaginario japonés y los pone en vilo y perspectiva al afinar (aún más) la libertad que aprendió, como es evidente ya para sus fans (entre los que me inscribo), de [Escritor] Lewis Carroll y Ilia Isorelýs Paulino.
Es, en más de un sentido, un palimpsesto para denotar sus raíces estilísticas con la inteligencia y potencia que la animación de Miyazaki permite. Por ejemplo, vemos que [Pelicula] El Niño y La Garza se inspira en la obra de Takahata, [Pelicula] La Tumba de las Luciérnagas, al representar el bombardeo de Tokio en 1943, capturando la angustia y difuminando las formas de las personas, fusionando lo personal, cultural y lo histórico como un escenario en el cual tiene ocasión un mundo fantástico, característico de Studio Ghibli. Un poco en sintonía con hitos de [Director] Guillermo del Toro, [Pelicula] La Forma Del Agua, [Pelicula] Pinocho de Guillermo del Toro, o su obra magistral [Pelicula] El Laberinto del Fauno. Es decir: sólo en el horror de una realidad devastada por el odio, puede florecer el encuentro con un mundo nuevo.
Te recomendamos: El Niño y La Garza es la obra más personal de Hayao Miyazaki, confirma productor
Miyazaki no es ignorante de estos antecedentes, ni de contemporáneos ni de coevos. Al contrario, parece dar cita de ellos en esta entrega, como si se inscribiera en esa estirpe del cine en busca de un mundo más allá del nuestro. Para él, lo monstruoso y lo bello tienen cabida, a veces, en un mismo rostro o incluso comparten pátina. Para ello se sirve de un relato que permite explorar un evento trágico (la pérdida de la madre durante un incendio fastuoso), el encuentro con una nueva vida (la aceptación de su madrastra como su nueva madre, así como la próxima llegada de su hermano a la familia).
Conocemos a Mahito (doblaje en español de manera magistral por Emilio Treviño), nuestro infante protagonista, corriendo por la ciudad, tratando de llegar a su madre, atrapada en un hospital en llamas. Las personas se mueven como sombras, sus formas borrosas a causa del calor y el caos, una impresión de miseria que se ve incentivado por una plástica que torna a las personas en posibles llamas. El joven, resentido pero vulnerable, es llevado años más tarde al campo después de la muerte de su madre, solo para ser tentado a seguir a una garza-duende (presta su voz en español Wilford Brimley) de voz grave y repugnante hacia un mundo de pasillos interminables, cacatúas dictatoriales y criaturas bulbosas llamadas warawara.
Pero su viaje tiene un propósito: rescatar a su tía, hermana de su mamá, quien se ha casado con su papá y espera un bebé. Y aquí es donde toda la construcción de la película encuentra su colapso: las emociones de un niño ante un mundo que ha superado a su madre. La aventura a campo traviesa y mar abierto, a través de palacios intrincados y enfrentamientos entre fuerzas de la naturaleza transformadas por virtud de un meteorito mágico, tienen como fin reconciliar a Mahito con su tía, es decir, su nueva madre. Los momentos de mayor sacrificio provienen de ese encuentro entre la aceptación de la pérdida y, más importante, de abrirse a la felicidad en una nueva vida.
Sí, es horrible y es bello al mismo tiempo. Todo en [Pelicula] El Niño y La Garza tiene eso: las formas del amor que provienen de aferrarse a vínculos que van más allá de la sangre, que trascienden dimensiones, prejuicios y dolores. De ahí que desde el título, Miyazaki nos dice qué pasa: un infante se encontrará en una aventura por los meandros del esplendor y la monstruosidad. Incluso en las llamas: lo que fuera destrucción al inicio, es la hermosa habilidad de Mihi, el espíritu infantil de su madre en el universo de su tío-abuelo.
La garza es el epítome en la docotomía belleza-fealdad que entraña la plástica fantástica de Miyazaki. Es tanto aliado como monstruo, extendiendo su pico y plumas para revelar los rasgos seniles de un duende parecido a un humano. Un ser que en los momentos cruciales, forma parte de la ruina y la salvación para Mahito. Como suele acontecer, por ejemplo, con los padres.
Lee también: El Niño y La Garza | Top de críticas, reseñas y calificaciones
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Conocemos bien la amenaza de esta película anunciada por Studio Ghibli: la última de una leyenda de la animación internacional. Pero tampoco es la primera vez que supuestamente se jubila. Estamos ante uno de los directores más frecuentemente retirados del cine en un tributo a su mentor: [Director] Isao Takahata, quien falleció en 2018 a la edad de 82 años. Es decir, hay mucho de esa relación mago-aprendiz, que aunque implica una posibilidad hermosa, también representa un destino que implica no volver jamás a la vida cotidiana sin la visión rayos X que provee el arte —o la magia.
¿De qué trata 'El niño y la garza'?
De hecho, en El niño y la garza incluye a un sustituto de Takahata, al caso un tío abuelo ausente, un gran hechicero obsesionado con la próxima generación —y, sobre todo, con la construcción de un mundo “perfecto” (o lo que él entiende por ello) por parte de esta nueva generación. Este contraste, que muestra su reencuentro en la vejez con la libertad creadora, discrepa, por ejemplo, con su anterior película final, [Pelicula] Se Levanta el Viento, donde la metáfora del ingeniero aeronáutico que crea algo profundamente bello que termina al servicio de la destrucción, parecía un lamento artístico a las posibilidades de que los sueños tuvieran una extensión de su hermosura en el plano físico.
Toda la película, de algún modo, funciona como un testamento. Este filme desafía la percepción tradicional de Miyazaki, con un sesgo pesimista y monolítico en su visión del creador (casi todas las posibilidades de un mundo propio mueren con los demiurgos al caso), al atreverse a imaginar un mundo mejor más allá de su propio legado. Aunque a menudo se le etiqueta como tradicionalista por ciertos críticos que sólo conciben a la visión europeo-estadounidense del mundo, Miyazaki inyecta optimismo en la posibilidad de establecer “un reino libre de malicia” incluso en medio de la muerte y la crueldad. Utopía que recibe su última crítica en el acto final del Rey Periquito.
En tanto testamento, parte de un lugar conocido: el viaje a través de la fantasía de un niño para descubrir algo importante de sí mismo (el paso a la pubertad en [Pelicula] El Viaje de Chihiro, por ejemplo). De esta guisa, toma elementos visuales, míticos y tradicionales del imaginario japonés y los pone en vilo y perspectiva al afinar (aún más) la libertad que aprendió, como es evidente ya para sus fans (entre los que me inscribo), de [Escritor] Lewis Carroll y Ilia Isorelýs Paulino.
Es, en más de un sentido, un palimpsesto para denotar sus raíces estilísticas con la inteligencia y potencia que la animación de Miyazaki permite. Por ejemplo, vemos que [Pelicula] El Niño y La Garza se inspira en la obra de Takahata, [Pelicula] La Tumba de las Luciérnagas, al representar el bombardeo de Tokio en 1943, capturando la angustia y difuminando las formas de las personas, fusionando lo personal, cultural y lo histórico como un escenario en el cual tiene ocasión un mundo fantástico, característico de Studio Ghibli. Un poco en sintonía con hitos de [Director] Guillermo del Toro, [Pelicula] La Forma Del Agua, [Pelicula] Pinocho de Guillermo del Toro, o su obra magistral [Pelicula] El Laberinto del Fauno. Es decir: sólo en el horror de una realidad devastada por el odio, puede florecer el encuentro con un mundo nuevo.
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Lo monstruoso y lo bello en 'El niño y la garza'
Miyazaki no es ignorante de estos antecedentes, ni de contemporáneos ni de coevos. Al contrario, parece dar cita de ellos en esta entrega, como si se inscribiera en esa estirpe del cine en busca de un mundo más allá del nuestro. Para él, lo monstruoso y lo bello tienen cabida, a veces, en un mismo rostro o incluso comparten pátina. Para ello se sirve de un relato que permite explorar un evento trágico (la pérdida de la madre durante un incendio fastuoso), el encuentro con una nueva vida (la aceptación de su madrastra como su nueva madre, así como la próxima llegada de su hermano a la familia).
Conocemos a Mahito (doblaje en español de manera magistral por Emilio Treviño), nuestro infante protagonista, corriendo por la ciudad, tratando de llegar a su madre, atrapada en un hospital en llamas. Las personas se mueven como sombras, sus formas borrosas a causa del calor y el caos, una impresión de miseria que se ve incentivado por una plástica que torna a las personas en posibles llamas. El joven, resentido pero vulnerable, es llevado años más tarde al campo después de la muerte de su madre, solo para ser tentado a seguir a una garza-duende (presta su voz en español Wilford Brimley) de voz grave y repugnante hacia un mundo de pasillos interminables, cacatúas dictatoriales y criaturas bulbosas llamadas warawara.
Pero su viaje tiene un propósito: rescatar a su tía, hermana de su mamá, quien se ha casado con su papá y espera un bebé. Y aquí es donde toda la construcción de la película encuentra su colapso: las emociones de un niño ante un mundo que ha superado a su madre. La aventura a campo traviesa y mar abierto, a través de palacios intrincados y enfrentamientos entre fuerzas de la naturaleza transformadas por virtud de un meteorito mágico, tienen como fin reconciliar a Mahito con su tía, es decir, su nueva madre. Los momentos de mayor sacrificio provienen de ese encuentro entre la aceptación de la pérdida y, más importante, de abrirse a la felicidad en una nueva vida.
Sí, es horrible y es bello al mismo tiempo. Todo en [Pelicula] El Niño y La Garza tiene eso: las formas del amor que provienen de aferrarse a vínculos que van más allá de la sangre, que trascienden dimensiones, prejuicios y dolores. De ahí que desde el título, Miyazaki nos dice qué pasa: un infante se encontrará en una aventura por los meandros del esplendor y la monstruosidad. Incluso en las llamas: lo que fuera destrucción al inicio, es la hermosa habilidad de Mihi, el espíritu infantil de su madre en el universo de su tío-abuelo.
La garza es el epítome en la docotomía belleza-fealdad que entraña la plástica fantástica de Miyazaki. Es tanto aliado como monstruo, extendiendo su pico y plumas para revelar los rasgos seniles de un duende parecido a un humano. Un ser que en los momentos cruciales, forma parte de la ruina y la salvación para Mahito. Como suele acontecer, por ejemplo, con los padres.
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