La historia del cine japonés no puede contarse sin detenerse en la figura imponente de Tatsuya Nakadai, un intérprete cuyo rostro quedó grabado en algunas de las películas más influyentes del siglo XX. Su carrera, que abarcó siete décadas y más de cien créditos cinematográficos, acompañó el ascenso y la madurez de una industria que exportó tradición, dolor, belleza y violencia estilizada al resto del mundo. El día de hoy se confirmó su fallecimiento, acontecida la semana pasada.
Vida y obra de Tatsuya Nakadai
Nacido en 1932, Nakadai creció lejos de las aspiraciones universitarias que marcaban el camino de muchos jóvenes japoneses de la posguerra. Optó por el teatro como vía de expresión y disciplina, un refugio que lo llevaría, casi por casualidad, a encontrarse con Masaki Kobayashi. Aquel encuentro fortuito, según relatos, mientras trabajaba como dependiente en una tienda, moldeó el resto de su vida. Kobayashi no solo lo integró a su elenco en producciones tempranas, sino que lo convirtió en protagonista de sus proyectos.
Su presencia escénica lo convirtió en un actor ideal para las historias atravesadas por el honor samurái, el desgarramiento moral y la crudeza histórica. Con Kobayashi también filmó Harakiri de 1962, drama de época que desmonta el mito del código samurái y en el que la mirada de Nakadai, contenida y explosiva, se volvió icono del jidaigeki.

Su talento lo llevó, inevitablemente, a colaborar con Akira Kurosawa. Participó en Yojimbo de 1961 y Sanjuro de 1962, donde compartió pantalla con Toshiro Mifune en una rivalidad fílmica que aún se estudia en escuelas de cine por su elegancia y precisión dramática. Décadas después, dio vida al atormentado Hidetora Ichimonji en Ran de 1985, épica inspirada en El rey Lear. Su trabajo en Kagemusha de 1980, también con Kurosawa, lo consagró como uno de los grandes actores de la era dorada del cine japonés.
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Nakadai, sin embargo, nunca abandonó el teatro. Interpretó personajes como Willy Loman, Hamlet, Don Quijote y Macbeth, siempre fiel a su convicción de que el escenario era el espacio más riguroso para un actor.
¿De qué murió Tatsuya Nakadai?
Las primeras informaciones procedentes de Tokio confirmaron que Tatsuya Nakadai falleció por neumonía a los 92 años en un hospital de la ciudad el pasado 8 de noviembre. La noticia fue difundida por la agencia Kyodo y posteriormente replicada por múltiples medios japoneses, que señalaron que el actor había permanecido activo incluso en la última etapa de su vida.
Su partida cierra una era. Se marcha uno de los últimos representantes vivos del cine japonés de posguerra, una etapa iluminada por directores que reflexionaban sobre el trauma nacional y actores como Nakadai que lograban transmitir, con pocas palabras y una gestualidad maestra, el conflicto interior de personajes atrapados entre tradición y modernidad.
Por qué el legado de Nakadai es más importante de lo que parece

Más allá de su prolífica filmografía, la influencia de Nakadai puede rastrearse en escenas que reconfiguraron el lenguaje cinematográfico. Una de ellas aparece al final de Sanjuro, cuando su personaje enfrenta al ronin interpretado por Mifune. El duelo concluye con un corte súbito que libera un chorro de sangre tan exagerado que definió el futuro. Ese momento se convirtió en referencia obligada para cineastas posteriores. Su influencia se percibe en los combates estilizados de Quentin Tarantino, en los códigos visuales del cine de acción moderno y en la estética de numerosos videojuegos que adoptaron la teatralidad del duelo samurái como modelo narrativo.
Incluso podemos aventurar la afirmación que Nakadai también representó una alternativa interpretativa frente a Mifune, su contraparte más asociada con personajes impulsivos y salvajes. Mientras Mifune era la fuerza instintiva, Nakadai exploraba el conflicto psicológico, la duda moral y la introspección. Esa dualidad entre ambos actores definió buena parte del imaginario japonés exportado en los años sesenta y setenta.
Con la muerte de Nakadai el cine pierde a un actor irrepetible, uno que vivió para el arte, que desafió a los estudios para proteger su libertad creativa y que dejó un rastro imborrable en cada obra que tocó. Tatsuya Nakadai ya no está, pero sus personajes, rebeldes, rotos, solemnes, feroces, seguirán habitando la memoria cinematográfica del mundo. Descanse en paz.