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La industria del entretenimiento es testigo de una transformación sin precedentes con el advenimiento y la dominación de las plataformas de streaming como Netflix, Amazon Prime Video, y Disney+, entre otras. Estas plataformas no solo han redefinido la manera en que accedemos a contenidos televisivos y cinematográficos, sino que también han cambiado las reglas del juego en cuanto a producción y distribución se refiere. La capacidad de Netflix para ofrecer contenido a una audiencia global, así como su inversión en producciones locales en una variedad de países, ha llevado a presupuestos que a menudo eclipsan los de las cadenas de televisión tradicionales.
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A medida que estas plataformas se han convertido en actores globales, los gobiernos han comenzado a revisar cómo se regulan y gravan. La preocupación subyacente es doble: por un lado, existe el deseo de asegurar que estas entidades contribuyan equitativamente a las economías locales; por otro, se busca preservar la identidad y diversidad cultural ante una posible homogeneización debido al dominio de un puñado de jugadores internacionales.
En Canadá, el proyecto de ley C-11, conocida como la Ley de Modernización de la Radiodifusión, podría imponer que las plataformas de streaming extranjeras como Netflix contribuyan financieramente a la creación y promoción del contenido canadiense. Este proyecto ha sido un tema de debate considerable, ya que redefinir las obligaciones de las empresas de streaming, tratándolas más como entidades nacionales en lugar de servicios extranjeros.
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En Estados Unidos, aunque las discusiones están menos avanzadas, hay propuestas como la de un impuesto sobre el streaming en el estado de Nueva York que sugiere un interés creciente en la regulación fiscal de estas plataformas. Estos movimientos están en consonancia con una tendencia global de imponer nuevas responsabilidades financieras y culturales a las compañías de streaming.
Europa ha sido particularmente proactiva en este frente según The Hollywood Reporter. La Directiva de Servicios de Medios Audiovisuales de la Unión Europea (AVMSD) impone cuotas de contenido que aseguran la promoción de obras europeas dentro de las plataformas de streaming, además de exigir que una parte de los ingresos generados en cada país miembro sea reinvertida en la producción local de contenido. Francia, por ejemplo, ha establecido una cuota de reinversión del 25%, lo que representa una de las exigencias más altas en el continente. Polonia, por su parte, ha optado por un umbral más bajo, con solo un 1,5%.En el Reino Unido, que tiene como cabeza al Rey Carlos, la posibilidad de una nueva legislación que obligaría a los servicios de streaming a cumplir con un código de conducta que rige el contenido dañino está en discusión. Esta regulación alinearía a los servicios de streaming con las normativas que ya se aplican a las emisoras tradicionales.
Incluso en Suiza, que no es miembro de la UE, se ha adoptado un enfoque similar, con un fuerte respaldo popular a la hora de asegurar que los servicios de streaming contribuyan al desarrollo cultural local.
La justificación para estas regulaciones es multifacética. Los gobiernos buscan proteger y promover su cultura y lengua frente a una posible dilución de contenido extranjero. Asimismo, estas medidas buscan asegurar que los gigantes del streaming, que se benefician significativamente de los mercados locales, reinviertan una parte de sus ganancias en esos mismos mercados, apoyando así a las industrias creativas locales.
Para las plataformas de streaming, este panorama representa un desafío significativo. No solo deben navegar un mosaico cada vez más complejo de regulaciones internacionales, sino que también deben mantener su crecimiento y relevancia en un mercado global que se encuentra en evolución constante. El equilibrio entre cumplir con las regulaciones locales, satisfacer las expectativas de una audiencia global y mantener la innovación y la rentabilidad es delicada.
El futuro de la industria del streaming está, por lo tanto, en un punto de inflexión. Las plataformas de streaming tendrán que demostrar su capacidad para operar dentro de estos nuevos marcos regulatorios sin perder su atractivo para los espectadores. La cuestión fundamental que se plantea es cómo estas compañías se adaptarán a las exigencias de los gobiernos y las cambiantes expectativas.
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