Desde su conformación como nación independiente, México ha buscado inmortalizar su identidad a través del arte con imágenes icónicas que se convirtiesen en símbolos de lo que se considera “mexicano”.

El régimen emanado de la Revolución procuraría reforzar estos símbolos en el imaginario colectivo, revalorizando tradiciones, íconos y héroes nacionales. Fue éste el contexto que fomentó la celebridad de grandes muralistas como Diego Rivera, David Alfaro Siqueiros, José Clemente Orozco, entre otros. Sin embargo, pensar en imágenes icónicas de México desde un punto de vista cinematográfico es pensar en Gabriel Figueroa, el cinematógrafo mexicano más influyente del siglo XX.

Las imágenes de Figueroa se convertirían en piezas fundamentales de la identidad de ese México de principios del siglo XX que añorante veía al siglo XIX mientras se preparaba a encarar sus aspiraciones futuras. Sus fotografías vendrían a ser pequeñas cápsulas que más que retratar al panorama mexicano, procuraban rescatar fragmentos de una época idealizada cuyos últimos vestigios se escapaban a 24 cuadros por segundo.



Primeras incursiones en el cine



Fue en plena convulsión nacional, donde caudillos se alzaban y movimientos se institucionalizaban, cuando Figueroa estudiaba en la Academia de San Carlos y en el Conservatorio Nacional, al tiempo que subsistía de la fotografía haciendo retratos por un peso.

Para 1932, por recomendación de Alex Phillips participaría en la cinta Revolución dentro del equipo de fotografía fija y hacia 1935 estaría ya becado para estudiar en Hollywood por Gregg Toland, director de fotografía de Citizen Kane.

Mientras tanto, llegaría al poder Lázaro Cárdenas y con él varias reformas sociales que impulsaban la propiedad de las tierras y al cine. En ese contexto, en 1936 nacería la cinta Allá en el rancho grande, dirigida por Fernando de Fuentes. Sería el primer trabajo como cinefotógrafo de Figueroa.

Allá en el rancho grande tuvo gran éxito nacional e internacional e instauraría el género de la comedia ranchera. Gracias a este trabajo Figueroa conseguiría su primer premio de fotografía en el Festival Internacional de Cine de Venecia en 1938, primer galardón importante para el cine mexicano.



Retratar el México rural



Allá en el rancho grande abriría la puerta a películas que idealizaban el folclor popular. Figueroa se encargó de retratar charros cantores, hermosas adelitas, trajes típicos y lo que se volvería su sello distintivo: los cielos.

Gabriel Figueroa participó en películas de Fernando de Fuentes como Cielito Lindo, Bajo el Cielo de México o en cintas de Emilio “El Indio” Fernández como Flor Silvestre, María Candelaria (con la que gana en Cannes), Pueblerina, o La Perla; con esta última se haría acreedor a un Golden Globe.

Dolores del Río en María Candelaria


Gabriel Figueroa siempre dejó en claro que el muralismo y sus autores como David Alfaro Siqueiros, Clemente Orozco o Diego Rivera fueron una fuente de inspiración para su trabajo, esta época es una muestra de ello.

Retratar el México urbano



Llegarían los años 50, la Segunda Guerra Mundial había terminado pero seguía rondando su fantasma. Las temáticas y los gustos del público estaban cambiando y Figueroa cambió los nopales, los cielos y los espacios rurales abiertos por la ciudad, los niños abandonados, las prostitutas y los cabarets.

Sería 1950 y retrataría la crudeza de Los Olvidados, bajo la dirección de Luis Buñuel, su primera colaboración, a la cual le seguirían Él, Nazarín y El Ángel Exterminador, entre otras.

Luis Buñuel y Gabriel Figueroa


Los Olvidados


Figueroa vio nacer y perecer a la época de Oro del Cine Mexicano, su estilo no sobreviviría a la ola del Nuevo Cine Mexicano del cual ya no fue parte, pero su influencia perduraría hasta nuestros días, al abrir la puerta a la nueva generación de cinefotógrafos como Emmanuel Lubezki, Rodrigo Prieto, Guillermo Navarro o Gabriel Beristain.