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Un misterioso jinete cabalga entre las montañas, acercándose poco a poco a una pequeña casa donde un hombre, una mujer y un perro le reciben. En el ambiente se percibe cierta desconfianza, vamos, hasta el perro ladra con temor. Nosotros, como quienes le reciben, no sabemos quién es el misterioso individuo… pero ya le tememos. El hombre pregunta por Lordsburg, el poblado al que nos revela se dirige. La música aumenta la tensión. Reitero, no sabemos por qué, pero ya le tenemos miedo a ese hombre a caballo.
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La cinta se llama Balas sin nombre (1959) y fue dirigida por [Director] Jack Arnold, realizador reconocido por trabajos como [Pelicula] El Monstruo de la Laguna Negra (1954), Llegaron de otro mundo (1954) y [Pelicula] Tarántula (1956), entre otros. En el protagónico está Audie Murphy (John Gant), un hombre que ya por sí mismo merece un texto aparte. Condecorado como héroe estadounidense de la Segunda Guerra Mundial, a Murphy se le reconocía sobre todo por haber acabado con una compañía alemana con tan solo 19 años de edad. Sí, después se convirtió en estrella de cine –inclusive con una cinta que recrea sus hazañas–. Balas sin nombre estrenó en México en el Cine Insurgentes el 29 de octubre de 1959. El reparto estelar lo complementan Charles Drake (Luke Canfield) y Joan Evans (Anne Benson), entre otros.
El hombre, al que pronto reconoceremos como John Gant, llega finalmente a Lordsburg y el resultado es el mismo. El temor que va acumulando a su paso aumenta el misterio por conocer de quién se trata. Todos se aterran al escuchar su nombre y corren pronto la voz. Nos enteraremos en poco tiempo que Gant es reconocido por su fama de asesino a sueldo; y sí, en Lordsburg muchos temen ser las víctimas de tan efectivo profesional. El sheriff a cargo de la paz del lugar, reconoce que no puede hacer mucho si Gant no actúa primero y de forma dolosa; sin embargo, todos los demás no quieren quedarse pasmados. No vayan a ser ellos las víctimas que Gant anda buscando.
En el pequeño poblado hay solo unos cuantos que no le temen al forastero. Uno de ellos es un joven médico de nombre Luke. Él vive en paz junto a su padre Asa, al tiempo que cuida de su prometida Anne y de su futuro suegro el juez Benson. Luke tiene un primer encuentro con John Gant, quien por cierto le parece un sujeto amistoso. Sin embargo poco a poco, inclusive por su propio padre y el juez, Luke irá llenándose de desconfianza. Escucha el temor de los habitantes del poblado, se entera de la fama de Gant… y entonces empieza a dudar a pesar de que a él, reitero, le pareció una buena persona.
En un ambiente de incertidumbre, en el que poco a poco nos vamos encontrando con distintas historias de hombres que temen caer por el arma de Gant, Balas sin nombre nos involucra en la histeria colectiva que ha arrastrado al poblado de Lordsburg. El sheriff es presionado para tomar acciones, mientras que Luke –empieza a temer por el bienestar mental de la población. John Gant, si bien misterioso y críptico, no resulta una amenaza tan evidente y clara como todo el pueblo al final termina por asumir. Los primeros muertos caen, pero no por el forastero, sino por la histeria generada.
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La cinta es de finales de los años 50, en plena efervescencia de la Guerra Fría que peleaban con mucha tensión los gobiernos de los Estados Unidos de América y la Unión de Repúblicas Soviéticas Socialistas. Es imposible no pensar en Balas sin nombre como una alegoría de la histeria mundial que se estaba generando en aquellos años. Sin caer en la parodia, pues la película se toma muy en serio el hecho de poner a John Gant como el villano misterioso, Jack Arnold consigue de forma muy clara el desnudar lo ridículo del temor hacia Gant. Inclusive las grandes mentes y los corazones más tranquilos como los del médico Luke, terminan por ceder a la histeria. En una escena Gant le replica precisamente a Luke, que no esperaba que inclusive él se dejara influenciar por la muchedumbre.
Son quienes temen los que comienzan a llenar de miedo a un pueblo que termina cediendo a la histeria, pero son también los más poderosos los que terminan por manipular a la ley y a la muchedumbre en el nombre de la seguridad amenazada por un misterioso hombre que los demás ni siquiera se permiten conocer. Es claro el mensaje de Balas sin nombre y a lo largo de sus apenas 77 minutos de duración, resulta bastante entretenido de ver. Quizá, el temor que se nos termina contagiando a nosotros quienes revisamos la cinta a 60 años de su estreno, es el de la facilidad con la que en nuestros tiempos corren aún más las noticias falsas, y sobre todo la cantidad de miedos que de manera dolosa se nos van contagiando de la misma manera.
Al final de la cinta el rompecabezas se resuelve. John Gant sí iba tras un hombre que cargaba con él una serie de culpas y que por lo mismo a lo largo de toda la trama termina siendo uno más de los manipuladores del miedo. En un enfrentamiento al final entre John y Luke, los dos hombres terminan por entenderse. Si bien Gant concreta su misión –eso sí sin disparar ni una sola bala–, Luke comprende que al pueblo lo que lo llevó a su situación fue mayoritariamente el miedo colectivo. Luke logra inutilizar el brazo de Gant al tiempo que éste hace lo mismo con el de Luke. El médico se ofrece a ayudarle. “Todo tiene un fin”, le responde fríamente John. Quizá, solo quizá, ese era el deseo de la película en tiempos donde la histeria mundial por un conflicto global estaba en su máximo esplendor.
Balas sin nombre es una cinta sencilla. Con una economía narrativa que en tiempos de la paja de muchas de las producciones contemporáneas destaca de sobre manera. Entretenida, pero con un poderoso mensaje de reflexión, Balas sin nombre es sin duda una propuesta para revisarse y comentarse. Si así lo hacen, ¿la platicamos?
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