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RESEÑA: El Baile de los 41 | El cruce entre la política, el privilegio y la sexualidad

La nueva película de David Pablos va más allá del romance de época para explorar el alcance de la heteronormatividad.

El 2020, con todos sus retos y problemas, ha resultado un excelente año para el cine de temática LGBT. De Te llevo conmigo a Las Flores de la noche, esta racha para las historias sobre la diversidad sexual y de género parece cerrar con broche de oro con El baile de los 41 (95%). La nueva película de David Pablos se inspira en un hecho histórico mexicano para revisitar la forma en que la política y sus normas dictan la sexualidad y restringen los derechos del individuo.

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En El Baile de los 41, Ignacio de la Torre y Mier (Alfonso Herrera), un diputado allegado al presidente Porfirio Díaz, se casa con Amada (Mabel Cadena), la hija del mismo, para asegurarse cercanía al poder y su protección. No obstante, la vida de este caballero de clase acomodada entra en peligro cuando conoce a Evaristo Rivas (Emiliano Zurita), un muchacho al que decide iniciar en un club secreto de hombres homosexuales que, a puerta cerrada, se reúnen para vivir su sexualidad y escapar de sus vidas cotidianas.

Contrario a lo que el espectador podría imaginarse, este filme no es simplemente otro romance de época con personajes homosexuales. Este género, que ha ganado fuerza particularmente como carnada para la temporada de premios, ha recibido críticas, más recientemente, por la superficialidad con la que aborda la opresión a la diversidad sexual. La película de Pablos da un paso más allá para profundizar en la forma estructural en la que se expresa la opresión a este grupo y cómo ésta genera otro tipo de violencias.

La manera principal en la que El baile de los 41 (95%) evita el riesgo de quedarse simplemente en el romance es a través de la construcción de su personaje principal. Ignacio es mucho más que un individuo atrapado en un sistema que le impide estar con el hombre que desea. A lo largo de la película, vemos cómo él espera, debido a su relación cercana con el presidente y a su posición política, ser capaz de romper las reglas y tiene una idea equivocada de invulnerabilidad social. En una escena, cuando lleva a Evaristo (Zurita) al club por primera vez, uno de los fundadores del mismo le recuerda que hay un código que se debe respetar para introducir nuevos miembros. Ignacio desestima esta pequeña llamada de atención diciendo que esas reglas aplican a los demás y no a él. Al mismo tiempo, se pasa de confianzudo al tratar de perseguir una candidatura a gobernador sin tener el respaldo explícito de su suegro.

La característica rebelde del protagonista no debe ser perdida de vista, porque es la que, hacia el final, revela el discurso propio del filme: no importa tu condición de clase o poder político, siempre estás sujeto a un rol heteronormativo que debes cumplir y toda disidencia es objeto de sanción, como bien aprenderán los personajes en el trágico desenlace, el cual no vamos a adelantar. Para Herrera (La Dictadura Perfecta (80%), The Exorcist (78%), Amar Te Duele) este papel tenía un riesgo doble en particular. Por un lado, él ya es muy famoso por un personaje gay que hizo en la serie Sense8 (67%) y cabía la posibilidad de quedarse atorado en una interpretación similar. Y, por el otro, Ignacio, como personaje y en tanto que tiene que ocultar su homosexualidad, tiene dos aspectos diametralmente opuestos: un lado muy masculino, con el que presenta esta fachada de hombre de familia y sociedad, y otro femenino que es el que revela en el club junto a sus amigos también homosexuales. Alfonso consigue evitar hacer una caricatura, de cualquiera de esos dos polos, y separarse de lo que ha hecho previamente, con una ejecución mesurada. De forma impecable, entendió el tono de cada escena y acomodo con cuidado su lenguaje corporal, expresiones y voz para entregar el que quizá sea su personaje más completo hasta la fecha.

Al mismo tiempo, El baile de los 41 explora cómo esta expectativa, que obliga al protagonista a estar en un matrimonio arreglado y heterosexual, tiene consecuencias psicológicas para sus integrantes. Esto es mejor reflejado en la relación entre Ignacio y Amada (interpretada por la también espléndida Mabel Cadena). Pablos y la guionista Monika Revilla fueron muy astutos en no desestimar la importancia de retratar esta parte de la historia. Su relevancia reside en que demuestra cómo, al obligarlos a estar juntos, el sistema los empuja a reproducir comportamientos violentos uno contra el otro.

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Por ejemplo, el protagonista asume actitudes misóginas contra ella, e incluso la golpea, cuando Amada intenta obligarlo a darle un heredero. Ella, pese a tratar de ser comprensiva con los gustos de su marido, gradualmente ve un sentimiento de odio y resentimiento crecer respecto a él cuando Ignacio se niega, siquiera, a mantener las apariencias. El descontento ascendente y la vulnerabilidad emocional de ella son también emociones difíciles de compaginar en un solo personaje y Cadena merece una mención especial por lograrlo sin caer en la trampa del melodrama o la exageración.

Toda esta subtrama del filme es importantísima porque explica cómo es que la imposición de este modelo heteronormativo genera violencia de género, del tipo doméstica y homofobia cuando uno de los integrantes de la pareja no tiene esa orientación sexual. Y porque refleja cómo el propio sistema pone a dos individuos, oprimidos en el mismo sentido, a pelear entre ellos en lugar de rebelarse contra este modelo opresivo. Sin mencionar, por supuesto, las afectaciones psicológicas y afectivas de angustia de ambos al estar con alguien con quien no quieren estar.

Técnicamente, El baile de los 41 (95%) es también irreprochable. La fotografía, el diseño de producción y de vestuario parecen haber sido cuidados de forma meticulosa. Pablos (Una frontera, todas las fronteras, 2010; La vida después (83%), Las Elegidas (85%)) verdaderamente consigue poner en alto la vara para futuras producciones que buscan retratar el porfiriato y lo hace, además, sin realmente pasearse por exteriores, sino simplemente con estos otros elementos de la producción que transmiten la sensación de estar en ese momento histórico. En este aspecto, recuerda mucho a la también aclamada Retrato de una Mujer en Llamas (88%).

Obviamente, también es importante retomar el hecho histórico, que se considera la primera vez que se hace mención de la homosexualidad en México, y darle visibilidad dentro del imaginario colectivo de un país tan misógino y homofóbico. Evaristo, como personaje dentro del relato, tiene la responsabilidad de dar rostro a la violencia que enfrentan las personas de la diversidad sexual. Es también digno de reconocer cómo Zurita construye quizá al personaje más tierno e inocente de este filme con la irresistible dulzura que expresa su mirada en sus escenas con Herrera, con quien sobra decir que tiene una química arrebatadora. Y también hay que mencionar lo hábil que es Pablos para narrar esa violencia, sobre todo al final, sin ser explícito ni regodearse en ella a través de un juego con montaje audiovisual. Muy similar, por cierto, a cómo manejó la explotación sexual de una menor en Las Elegidas (85%), una de sus obras anteriores que es igual de excelente.

El baile de los 41 (95%) tiene relevancia contextual, en tanto que retoma básicamente el mito fundacional de la diversidad sexual en el país en un momento en el que se lucha por la reivindicación de sus derechos, y aunque cuenta con elementos de romance, definitivamente destaca por la inteligencia con la que construye un relato muy completo que explora las consecuencias que tiene la imposición de un rol heteronormativo sobre los individuos, y cómo cualquier privilegio que éstos puedan tener, ya sea de clase, género o sexo, no son suficientes para escapar de él, porque provienen, tristemente, del mismo. La película llega a cines el 19 de noviembre.

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