Seidl muestra, sin atisbo de implicación emocional, un microcosmos de reglamentados menús de piezas a abatir, incongruentes puestos vigía donde sestear, fotografías-trofeo minuciosamente construidas y siniestras salas de despiece.
En Safari, el director retoma desde el territorio documental preocupaciones que ya exploró con mayor andamiaje de ficción en la trilogía Paraíso: resistencias contemporáneas del colonialismo en África y su puesta en práctica como actividad vacacional para burgueses europeos.
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