Las protestas estallaron en las calles de Santiago, la capital de Chile, en 2019, mientras la población exigía más democracia e igualdad social en torno a la educación, la sanidad y las oportunidades laborales.
Las escenas visualmente más llamativas de Mi País Imaginario son aquellas que capturan a la multitud en la Plaza Italia de Santiago, cantando y bailando como un nuevo y alegre tipo de ejército. Pero los más conmovedores son los que están cerca del final...
...es una película inmensamente conmovedora. Por la valentía y determinación de los activistas retratados, y porque en Chile ahora, gracias a esos activistas, parece que hay posibilidades reales de que la justicia social se haga realidad.
Está bien construido, es coherente con el resto de su filmografía e incluso Guzmán consigue cierto diálogo con otras de sus películas y, por supuesto, la historia es tan potente que merece la pena prestarle atención.
Guzmán pudo construir un relato potente, por momentos poético (con las piedras como símbolo) y conmovedor que llegó hasta la Meca del universo cinematográfico como es el Festival de Cannes.
Cuando el recién elegido presidente Gabriel Boric sube al escenario para dirigirse a la nación que depositó en él una valiosa confianza, es difícil no sentirse conmovido por la crudeza eléctrica de la esperanza.
La columna vertebral de la película es una serie de entrevistas con los más involucrados en las protestas y que trabajaron para exigir una nueva constitución. Es revelador que todos los entrevistados sean mujeres, lo que refleja su importancia en las protestas...
Mi país imaginario existe como modelo para las generaciones futuras y las revoluciones, no solo en Chile sino en cualquier lugar donde las personas marginadas se sientan sin apoyo y desconfiadas de sus líderes políticos.
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