Pocos días después de ser recatado y curado, tras un accidente de auto, por una enfermera que asegura ser su fan número uno, un reconocido autor empieza a dudar sobre la salud mental de su salvadora.
La adaptación tensa de Reiner del primer hilo de pantalla satisfactorio de Stephen King en años tiene un ritmo excelente, repleto de giros diabólicos y capaz de elevar al público a centímetros de sus asientos.
No hay maldad, ni zombis, ni MacGuffins malditos, ni asesinos en serie, solo una persona trastornada y solitaria y un imbécil que se preocupa por sí mismo. Juntos, hacen terror.
La película no tiene ninguna profundidad de la que hablar, pero es lo suficientemente astuta como para no ser totalmente obvia. Y la audacia de elegir a Kathy Bates como la fanática de los pequeños paga grandes dividendos.
Bates convierte a Wilkes en la enfermera más desagradable para llegar a la pantalla desde que Louise Fletcher atormentó a Jack Nicholson en One Flew Over the Cuckoo's Nest.
Entre otras cosas, Misery surge como una gran imagen de la obsesión de los fanáticos, y de esa curiosa mezcla de adoración a los héroes y ataques a los héroes personificados en los tabloides de los supermercados y la televisión basura.
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